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martes, 11 de marzo de 2014

¿Estará ahí haciendo acopio de intangibles cuando no quede nada entre las manos?








Hacer acopio de intangibles jamás estuvo tan denostado como hoy. Somos en gran parte de los momentos el maquillaje de otro al final de un largo día. La ciudad se levanta imperante e imperiosa entre ladrillos, cristal, acero, piedra, carne y rastros de un pasado aún palpitante. Equidistantes unos de otros sentimos cómo nos precipitamos sobre todo aquello que nos han dicho que necesitamos. Las excusas resbalan como jabón sobre aceite, atraviesan, hieren, separan.

Es entonces cuando algo mudo y sordo te para ahí, sobre la arena. Miras a los ojos al león, y por primera vez eres consciente: matar al león, morir tú, o que el tiempo se pare aquí. ¿A quién le importa ya?
Estás muy perdida sobre esta inútil Meteora que te han plantado ante los ojos. Tu vida se ha detenido entre un móvil, un chivo espiatorio que te esconde que el tiempo se escapa inmisericorde entre tus dedos. Es ahí, es entonces, es ahora, nadie puede predecir o preveer, nadie sabe y todos callan. Las inmensidades, los silencios y la pérdida salvaje del NORTE en mayúsculas no importan.

Cuando todo salte por los aires, ¿estará ahí para ver cómo implosiona toda tu capacidad de respirar? ¿Estará ahí haciendo acopio de intangibles cuando no quede nada entre las manos?

Quedará nieve, calor, frío, interés, hielo, viento, bocanadas de pez espada, quedará algo de calcetines viejos y pies fríos. Quedará al lado de sus lágrimas, de su miedo, de su frío, de su incertidumbre. Quedará algo por lo que creer, algo que nos haga mantenernos en la brecha, respirando el mismo aire sin tener miedo. Quedará. Veremos

Todos los techos de todos los hospitales, hoteles, hostales, camas, y desvelos se pegarán en una película invisible entre dos capas de la piel de tu corazón, tu cerebro, tu estómago y tu pulmón central, ese que mantiene ahogadas todas las carreras que te encadenan al frío suelo de asfalto ardiente. Todos los vasos de agua irán haciendo una mella silenciosa sobre un canal indeterminado de tu esófago. Beber, respirar y continuar pestañeando es una simple ilusión que se desluce al llegar el despertar.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Corazón caballo loco...

Getty Images


Es irremediable. Irremediable y atractiva la fuerza con la que se atraen los polos opuestos. No hablo de imanes, no hablo de corrientes, no hablo de aire frío y caliente, y no, tampoco hablo de sexo. No hablo de la fuerza que junta un instante con otro, y con una casualidad la corriente eléctrica sigue fluyendo como mera e invisible energía creadora.

Cuando hablo de polos hablo de ellos dos. Dos seres completamente diferentes, e indiferentes. Una que se vuelve más sorda día día. No oye lo que hablan, lo que aconsejan, lo que sugieren. Es una jodida sorda. Él oye demasiado porque escucha, presta atención no pierde hilo a nada que se escape en el viento.

Él come de todo, saborea, huele, escucha el aceite burbujear caliente bajo el filete de cerdo. Ella a cambio, come por inercia, por costumbre, por pura supervivencia. No es que no le guste, no es que no disfrute, no es que no deshaga cada trozo de helado con suavidad en su boca. El verdadero problema es que ya no importa que ese helado sea de chocolate, de fresa o de vainilla. No importa que sea helado, o que sea aire inflador de palabras.

Ella camina por la calle con la convicción de los vencidos. Tiene los hombros caídos y el cuerpo oportunamente ladeado hacia delante como si los hombros quisieran juntarse en algún momento del camino. Él por el contrario parece un príncipe. Lleva la cabeza alta, de tal manera, a veces parece mucho más guapo de lo que es. Lleva la cabeza de tal manera que parece que la corona nunca se le vaya a deslizar hasta el suelo.


Ella tiene recuerdos. Él tiene recuerdos, y sueños.


De pronto, algo sucede. Estrellas en el cielo, planetas en el universo, coincidencias en la Tierra, conjuros hacia el firmamento. ¿Quién sabe qué? ¿Quién sabe cómo? Él toma la calle principal, ella la secundaria. Hay obras, uno de ellos debe cambiar de destino, ahí está una excusa del firmamento para que se encuentren. 

Es curioso cómo a veces los corazones están rotos. Es curioso cuando las mentes están perdidas. Es curioso que por un instante por muy ínfimo que sea las líneas paralelas sufren una levísima desviación, una sintomática levedad de la razón de ser del desvalido futuro, el desamparado y grandioso futuro. Y sucede que lo ojos ven otros ojos que los llaman, sea en un primer contacto una necesidad sexual. Sea. Lo que quiera Dios que sea. Pero que es.

Es curioso como las líneas paralelas sufren un vertiginoso, o un pequeñísimo cataclismo. Y el abismo de las posibilidades se abre ahí. Inmenso, oscuro, y claro. Profundamente claro, y profundamente profundo. Y las líneas se tocan, se conocen, se abren, se deshacen la una con la otra, se unen (pero no por mucho tiempo dicen las malas lenguas). El viaje continúa.



Él está vivo. Ella más aún.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Aquel juego de cuchillos


Fregar cuchillos.



Aquel amor era como fregar cuchillos. Los cuchillos son elementos relucientes, alargados, bellos incluso. Los cuchillos dañan. María manipulaba los cuchillos en el fregadero, eran los únicos que no metía en el lavavajillas. Aquel juego de cuchillos tenían un mango de madera precioso que se astillaba y secaba con las altas temperaturas del agua del aparato. Por ello María con el poder preciso de reina de la cocina, guardaba a parte entre todos los trastos sucios aquellos cuchillos para fregarlos aparte con el mayor cuidado posible.

Los ponía bajo el agua durante unos segundos, dejaba poco a poco que el fregadero se llenara unos cinco centímetros. María adoraba esa sensación de cuidar el juego de cuchillos y poder mojarse las manos con aquel agua tibia. Le encantaba poner sus manos bajo el chorro de agua, frotarse las manos y acariciar cada dedo, cada hueco, limpiarlo, era una cirujana que cuidaba cada detalle para aquel tesoro que tenía que manipular.

Adoraba aquel juego de cuchillos, le gustaba su empuñadura de madera con pequeñas muescas en el canto. Y aquel filo tan reluciente, tan afilado como un rayo de luz, tan nuevo. La punta, la dulce punta, la afilada punta. Cuando consideraba que los cuchillos estaban lo suficientemente húmedos comenzaba a frotarlos con la parte más suave del estropajo. Frotaba de manera firme, pero cariñosa como si aquel arma de matar fuera algo débil, vulnerable o inocuo.

Sabía que aquel filo podía atravesar la piel de sus dedos en cualquier instante, sabía que las yemas de sus dedos podían verse sangrando con un mal movimiento, con un descuido idiota. Sabía que mientras estuviera con ese juego insano entre las manos podría resultar herida en cualquier instante. Sabía que la identidad de sus huellas dactilares se podían verse damnificada por un tonto corte, la identidad podía verse algo borrosa. Lo sabía todo y aún así cuidaba los cuchillos por esos momentos de agua tibia y relucientes filos.

Los cuchillos son una metáfora de las relaciones peligrosas. Los cuchillos dañan, lo sabes de antemano mételos en el lavavajillas no metas tus manos de carne entre sus puntas de acero. Por mucha belleza que parezca tener la fórmula tenían una relación de amor-odio debes saber que SI HAY VIOLENCIA, NUNCA HABRÁ AMOR.

María se dio cuenta de que era una persona que se había acostumbrado a beber el café esquivando una herida en el labio, y que siempre estaba en aquella cocina en penumbra. En su vida había un cuchillo muy bonito, pero un cuchillo es un arma de matar, de cortar carne, es destrucción incluso en la cocina. Los cuchillos apartan la piel, llegan hasta el corazón y una vez allí, continúan.

María tardó un tiempo pero al final tiró aquel juego de cuchillos que le había destrozado la vida.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Comer a besos

"Yo quiero comerte a besos. Es lo que quiero, es mi regalo, por navidad, o por qué no."

Una eterna asignatura pendiente, una eterna desaparición. Una aparición que marea. Una sonrisa que marea, una mirada que marea, un encuentro posible pero lento, nunca llega. Mareo, vómito, sonrisa, tiemblo, tiempo. Hola, teveobien, tirandocomosiempreytú, másdelomismoahoraaquí. Y conversación tranquila, callada, pero, ay la mirada. Mirada de gatos, de tigres, de amor, de medias rotas, de asiento del coche, de tequieroylosabesperonodigasnada. Miradas, miradas, te toco, calor, y frío y ausencia. Pero son recuerdos, de otro verano y otro invierno. Recuerdos que acaloran y escalofrían la nuca. Y aunque son recuerdos: reconfortan. Siempre queda la fe el algúndía, el talvezmañana, el yallegaránuestromomento. Y siempre siempre el Ojalá estuvieras Aquí Ahora.

sábado, 22 de octubre de 2011

Follow me on Twitter, o al fin del mundo.

Follow me. Sígueme. Vente conmigo. Vamos al fin del mundo, te dejo que vayas dos pasos tras de mí. Si quieres estar en silencio, puedes. Si quieres hablar, puedes. No digo que te vaya a escuchar. Solo te digo, follow me.

Red social, como de araña. La telaraña. Mi amigo Ismael solía decir que el mundo es una telaraña. Es como si cada persona fuera un nodo y cada uno de sus actos revirtiera en una red de consecuencias, hechos, miradas, besos, sexo. La red te atrapa y le atrapa a él, la energía fluye entre los nodos aunque ellos no se den cuenta. De tal manera, Ismael llegaba al bar, pedía una cerveza y empezaba a observar (SÍ! OBSERVAR ES LA BASE DE TODO). Las miradas se cruzaban, los gestos se acariciaban, a veces era como si almas que no saben que existen se tocaran. Allí estábamos todos, atraídos, atrapados en telaraña. Era un extraño sistema, ninguno podíamos vivir sin él, era purofuego, PURA VIDA.

Red social, facebook, twitter. La red imparable que todo lo une, en la que la energía fluye casi tan rápido como en el cerebro. Un mensaje de un amigo, un cafénosvemosestatarde, una canción de amor, una foto de cuando estuvimos en Londres, un recuerdo de todos nosotros, un felizañoojaláestuvierasaquí. Una sonrisa de dos puntos y un paréntesis. Un problema contado a través del chat, una solución en pocas palabras. Un poema que acabo de leer, te lo envío que sé que te gusta, una entrada de un blog de Chile, una noticia sobre los Domari. Un poema-milagro-lloro-protesta: We teach life, sir. Libertad para ver, oir, decir, gritar (en mayúsculas). Una comunidad de locos por Frida Kahlo, por los Cohen, por Goytisolo, por Drexler, por la violencia de boca, por el arte callejero. De dónde eres? Venezuela? yo de Salamanca. El grupo, la página, la red, la cultura, el viaje, la democracia, la democultura, la igualdad. El todo para todos. Los sueños de otros en tu pantalla, tus amigos en NYC y en tu sofá. Tú, yo, nosotros, vosotros, ellos, todos. Comparte, difunde, escucha, mira, sonríe, experimenta. Friki, qué han hecho, precioso, míralo.

Yo solo pido, que no. Que no nos corten el grifo. Que no nos quiten las alas, hemos aprendido a volar y comer nubes ricas con nuestro ordenador.



No se pierdan el We teach life!

lunes, 1 de agosto de 2011

Mi amigo Ángel.


Llueve, con tranquilidad y asueto.

Llueve y delante del ordenador me pregunto si queda alguien más sobre la faz de la tierra. Solo se oye eso, llueve. Es de noche, la pantalla del ordenador inunda el espacio caliente y es la única forma de luz. El día de la ausencia no está en la red, y ahora parece que la ausencia se ha hecho eterna. Inane. Me apetece decirla con la boca imaginaria de la mente. Pero las pérdidas no son inútiles, o muy probablemente sí.

No importa nada, porque llueve. El asfalto se enfría y el señor Ángel ha desaparecido. Ochenta y ocho años y no me queda más de él que el recuerdo, el lugar donde pasaba las tardes de verano, un nombre tan común que asusta, sus historias, el revoloteo con la ilusión de que vuelva y la desazón con la piedra atada a ese trozo de alma o cerebro suspendido bajo el esternón si nunca más cruza la carretera cojeando.

Me mataría no poder haberle dicho adiós y que su fría familia de invierno y dinero le enterrara en una tarde de verano que invernal le sepultara bajo ropa oscura y tierra húmeda. Me da miedo que el dios al que él reza no nos de una última tarde de risa. Así es como le conocí, yo nunca he tenido un abuelo al uso. Esperábamos al autobús juntos, cada tarde de verano sobre la leve pradera que surge entre el oriente y el occidente de este pequeño Dogville en el que vivo. Sabía contar historias de guerra, de viajes, de triunfos, de amores y de soledad. Él siempre estaba solo. Casi cien años y una leve arruga sobre cualquier aventura traía sin que se diera cuenta noventa inviernos, y noventa primaveras, un niño.

Pero llueve y un mes sin saber nada de él hace que todas las tardes a las ocho y diez ya no tenga sentido subir al autobús.


*Para ilustrarle pongo una foto de lo que fue con veinte años y de lo que es con noventa. Un futbolista que más de cuarenta años después guarda en la cartera la entrevista que le hizo El Marca cuando el Real Madrid le seleccionó para entrar en su cantera.

Sueños, realizados o no que siempre hacen que nos brille la mirada.

sábado, 23 de abril de 2011

Páprika.


Me encantaría volver. Me encanta quedarme.
Me encanta que todo cambie rápido. Me encanta que nada cambie.
Adoro ser eterno, adoro ser tenso, adoro ser de piel y no de metal.
Perdona por no haberte hablado, perdona por haberlo hecho.
Soñé despierto con palabras formuladas y gastadas.
Contenía entonces siempre la respiración, y de repente, sin quererlo, esperarlo o desearlo
calló en mis manos. Huracanado, dulce, amargo, perdido y encontrado.
Llorar cuando sé que no estaré sola: escuchar al aire, "no estarás sola"
Cuando todas las caras de los viajeros, de los vagabundos, de los que no sabían de los que me protegían. Siempre habrá quien se parta en dos en cada despedida. En el fondo las raíces siguen aguadas entre tierra que no te aprieta. Nada está decidido, nunca, la inercia que se vuelve constante y envolvente, los errores y los aciertos.


Y todo lo demás.

martes, 5 de abril de 2011

jueves, 3 de febrero de 2011

No digas te quiero, quiéreme.


Desde fuera todos somos perfectos y felices, arañas un poco la mierda superficial del principio y te encuentras con seres verdaderamente desastrosos. Todo obedece a un interés. Es imposible negarlo, bueno, es posible pero es mentira. Los maquiavélicos que lo darán todo por su propósito, las femme fatale que se congelan un poco por dentro, y todo se va a la mierda. Aida dice que es normal cambiar de opinión, ser otra chica mañana. Pero cambiar es perder, y por lógica: ganar?. Y qué cojones importa si al final la sensación de vacío nunca te abandona. Es como las decepciones, realmente quiero pensar que la culpa es mía. Expectativas, tú pones la semilla, yo la riego y no hay ni rastro de vida.

Y pienso entonces que quién quiere de verdad. Será el que está, será el que sueña, o como siempre soy yo. Es cuestión de insaciabilidad, porque es un hambre terrible, un hambre que se alimenta de buenos recuerdos y resquebraja pequeños sueños. Siempre vamos a querer más, y la seguridad de tenerlo es incierta.

Certeza, siempre me suena a corteza. Me viene a la cabeza un trozo de madera que sigue pegado a un árbol pero que sin embargo se va despegando y curvándose en su sequedad. Seco y lleno de arrugas, de rajas.

Ser siempre los buenos. La culpa no era nuestra, era de nuestro cerebro que se autojustificaba por sus actos y por la sangre española que nos corre por las venas, dijo Aida de nuevo. Nunca creí en eso, pero cambié. Me di cuenta de que tenía tanto amor como rabia, celos, gritos: pasión pura que nutría mi sangre de color rojo. La furia española pegada en todas las banderas que ondeaban por el Mundial. Aquellos días fueron de los mejores que he vivido. Un amor de verano no era, era un amor de invierno que se iba perdiendo entre aeropuertos y dudas. Ahí vi la sangre tan líquida que corría por mis venas. Y ya no te queda en qué creer, o en quién creer. Y qué menos que decir que de pronto entiendes por qué la gente se convierte a las religiones, y a ratos me siento totalmente perdida.

Ahora recuerdo un octubre atrás. Un hospital, el miedo temblando entre las piernas y hasta el corazón. La sangre espesa, el aire cargado y la dificultad de alimentar el cerebro. Cómo he llegado hasta aquí sin nada en qué creer. Solo mi viejo amuleto oxidándose en el cuello.

Atravesé las puertas, y una virgen María me miró como si me fueran a dar una mala noticia. Me abriga, me abriga siempre. Empecé a creer en la Virgen, cuando apareció mezclada con la antigua Iemanjá, Yemaya, miles de nombres. El número siete, mezclado con el mar, y aquel nombre que de vez en cuando aparecía en mi vida, llamándome la atención. Aprendí a creer en ella porque era la madre que entonces yo creía estar perdiendo. Yemayá era esa fuerza que salía del aire, del viento arrastrado desde la costa siempre de siete en siete. La fuerza femenina cargada en el mar.

Y la Meca, decidí orientarme hacia allí siempre que necesitara algo de verdad. Más de mil millones de personas mandaban su energía hacia aquel lugar, cómo no iba a creer en la fuerza de tantas personas en un punto del universo. Y el primero que habló de todo aquello en lo que creía: igualdad, perdón, respeto, comunidad, nada de juicios. El Jesús de Nazaret era mi respuesta, no el de el gran castillo Vaticano. Las palabras sabias de aquel barbudito al que nunca veremos la cara, sus palabras corrompidas y malinterpretadas. Deberías bajar y dar algún tortazo a los sordos.

Y durante aquellos días inmóviles como nada, que aún me paralizan, me descubrí rezando una poesía inventada, mirando hacia el sureste, bajo la mirada de una señora cubierta de azul, y amando el siete con toda la fuerza que me mandaba la divinidad yoruba, el festejo que se celebraba el mismo día que yo había nacido. Salí a pasear con Sultán, me regaló un pañuelo palestino de color rosa, y unos pasteles que aún no he podido probar. El miedo se me pego al estómago cuando vi la vulnerabilidad de mi madre, y solo pude abrigarme de otros y hundir la cabeza en el olor de aquel pañuelo mientras el mareo me llenaba los ojos lágrimas. Y más de un año después, el olor me remite a aquella habitación de hospital completamente impoluta, oyendo hablar de personas que no conocerá esta tierra, y de una mujer que ya nunca más sería una chica. Y de aquellos dos enamorados que nos hacían sentir ajenos, estúpidos y alegres. Con el ambicioso proyecto de seguir sobreviviendo. Eso era el amor, del que tanto nos habían hablado.

Y la miré, y me alegré mucho de haberla conocido, y tener una parte que la pertenecía. Y los miré, y supe para siempre qué era eso de querer. Una parte incierta, una parte de muchas, una religión. Algo en qué creer, por ahora y para siempre. Porque la vida acaba abriéndose paso. Indudablemente.

domingo, 2 de enero de 2011

Jesus is on the main line.


El día que te conocí, dejé de ser feliz. Tenías esa horrible manía de sonreír siempre. Y ahora te quedas dormido en la nieve. ¿Y tengo que ser yo quien te despierte? Vale. Acepto esa deliciosa sensación del copo de nieve derritiéndose en el labio, y dejándose llevar por la caricia lenta de la lengua. La acepto, pero no puedes comerte toda la nieve, e intentar no morirte congelado.

Y se contraen los músculos de la cara, para mal, para sufrir, decepción te congela la cara. El problema es ese, que se congela la cara, ya nunca más hierve la sangre. Los amigos te tapan los oídos, no es necesario que oigas sus pensamientos. Te quieren, y te lo demuestran. Los amigos.

Ahora qué? Eres un herido grave, en un juego que ni siquiera sabes cuándo empezó. Eres dependiente, antes eras una estrella de rock. Ahora lo sigues siendo pero en la etapa en la que nadie se acuerda de ti y se te van pudriendo poco a poco las entrañas, entre copas que ya no saben a nada y recuerdos a los que no perteneces. Así funciona. Dolor? o, ¿solo olvido?

Y la gente se empieza a dar por vencida. Y en el fondo a nadie le extraña. Te dejas ver. Pierdes los papeles. Escuchas canciones que ya no te remueven el interior.

Continua la asamblea. Unos se disfrazan del sarcasmo más doliente. Otros dilatan cada palabra como si el que las emitió tuviera un plan secreto para amarlos. Otros buscan los signos del fracaso. Otros despiertan hoy para darse cuenta de todo lo que perdieron por ser imbéciles. Èl se sienta a mí lado y me dice: "por lo que me cuentas, el conflicto lo tienes tú". Le voy a escuchar aunque sea un buen amigo.

Deberías un rato, largarte de tu cabeza. Pero tendrás que volver. Mira a tu espalda para saber que nadie sabe lo que escribes. Deslizarte en la telaraña, y perderte. Perder cada trozo de aire que te mantiene vivo. Y ver que a pesar de todo, sobrevivirás. Cuestionar cada regla, hasta dolerte. Empezar. Así es la asamblea. No me pidas consejo, sabes que te diré mi opinión, y sabes que intentaré no hacerte daño, sabes que te mentiré, sabes que te querré, y sabes que la asamblea te perdonará. Siempre. Siempre seremos bienvenidos. Bienvenidos en ese lugar que no existe, pero vivido, siéntate en esta silla y cuéntanos a todos tus problemas.

martes, 14 de diciembre de 2010

Inacabado


El síndrome del folio en blanco que lo llaman. Me siento ahora frente al ordenador y una extraña desazón interior me hace sentir que no tengo nada que contar. Tengo uno de esos trozitos del día en el que me pongo un poco miedosa y triste, pero pasará, pasará, o si no me consumiré, pase lo que pase, el tiempo pasará.

Hoy he visto a Alba hemos cruzado unas treinta palabras en todo el año y unas veintisiete han sido solo hoy. Está loca por volver a casa, se me ha quedado impresa la frase que ha pronunciado, "no veo llegar el momento". Su momento llega el viernes. Yo el viernes pasaré uno de esos días raros, de sed, de sueño y de religión. O quizás ni eso. Yo el viernes lo pasaría dormida, como la bella durmiente, anclada sin ser consciente de qué pasa alrededor, recibir alguna llamada especial y seguir medio paseando entre dos mundos, el mental y el de alrededor.

O como otra reina, pensando no sé qué me das, que me hace volar.

Es curioso el mundo de la informática, de internet y todo lo relacionado como esto. Son medios de comunicación, la gente se conoce, se enamora, se separa, se une, se restabiliza, y todo sin salir de casa. Pero es un lugar frío, si pudiera escribiría todo esto en un papel, la red es el mundo de los sueños. Y de las pesadillas.

Ahora me doy cuenta de la vorágine autodestructiva de las últimas semanas, vorágine es exagerado lo que pasa es que adoro la palabra, nada más. Sin vivir, o viviendo sin respirar el aire, yendo y viniendo sin tregua. Y entonces despierto, despierto en una ciudad ajena, y apareces como si un desconocido diós te hubiera convertido en humano. Mi cabeza muchas veces me traiciona, creí que te había inventado. Pero eras cierto. Cierto de certeza. O cierto a secas. Cierto. No te había inventado.

El otro día te miraba, en silencio, sin que me vieras mirarte. Os miraba a todos en verdad, era como caminar dentro de la mente. Un sueño bueno es cuando estás en un lugar desconocido y te encuentras con personas de tu presente pasado y futuro. El otro día soñe. Hace ya una semana que te besaba por una ciudad desconocida, hace ya una semana que eras cierto.

Y me entiendes de una manera que no sabría ser. Me das papel, abandonas el ordenamundo y me das tu voz. El papel es un símbolo valioso, es un objeto, un objeto que puedo tener en la mano, tiene un tacto reconocible, un color llamativo, y palabras, palabras de tus manos. Palabras y papeles ciertas. Adoro el papel, gracias.

Es ciertamente un gran objeto, un gran materia. Los árboles de un bosque que sufren frío, aire y miedo en noches oscuras un buen día están en los libros de los niños, en las historias de los mayores, pegados en la pared, como una foto, como un recuerdo, como una señal de pertenencia a alguna parte. El papel es magnífico y luego nos gustan los diamantes.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Oscuridad en el barrio

Ahora es siempre y nunca ha sido entonces, y esta frase no tiene ningún sentido para mí porque ni siquiera me voy a tomar la molestia de releerla, son palabrotas en bocas de un niño repelente que sueña con alcanzar la luna. Palabrotas de la niña caprichosa que soy. Hoy he comido, he dormido, he sonreído, he chuleado, he gritado, he reído, he ido a clase, he respirado, he hecho tanto. Nadie me lo ha prohibido. Esta es la vida que siempre he querido tener, sin embargo, hecho de menos a alguien.

Lula era estúpida y por eso la queríamos tanto. No se arriesgaba y ganaba, y perdía. Me dejó llena de recuerdos la habitación, la oveja Lula, el anillo de luz, la foto del Ché, un papel arrugado de un chico especial. Aquello si que fue especial, y raro, y revelador. Nos separaban apenas unos doce centímetros y de repente chas! La luz todo el barrio se apagó. Todo el barrio a oscuras. Las circunstancias eran ante todo extrañas. Pero un par de besos con sabor a cerveza sin alcohol, y un pensamiento fugaz me atravesó la mente. Él, mi amor, y entonces se me cayó el corazón en el suelo. Sonó como mil cristales finos como plumas cortaran y rajaran el aire, la luz volvió al barrio en aquel instante. Y de repente, éramos dos extraños que se besaban. Es precioso ese momento tras un primer beso con una persona, lo miras y estás tremendamente agradecido de haberle probado un instante. Pero no pasa siempre claro. Pero sí muchas veces. Aquella fue una de esas veces. Y abres los ojos y sabes lo poco que lo conoces, es como empezar un libro, la primera página.

Y entre besos a oscuras, y sueños de verano allí estábamos. ¿Nos bebemos un vaso de agua? Deja correr el agua, no me gustan las tuberías. Eres raro. No más que tú. Aun así te gusto. Aun así me encantas. Es la noche. Ya veremos.

-¿Qué ha sonado?
-Has debido de pensar algo extraño, y se te ha estrellado el corazón contra el suelo.
-Lo siento
-No te preocupes, ahora lo encontramos y lo recomponemos.
-Es muy importante para mí.
-Lo he notado, te has quedado completamente inmóvil.

Y con la eterna sonrisa, que aún hoy le caracteriza, empezamos a arrastrarnos por el suelo, buscando pedazos, trozos, bisagras, grietas. Arrancamos hojas de cuadernos vacíos de palabras mientras girábamos como si fueran cigarros de piratas caribeños. Y con esos cigarros despertábamos pelusas dormidas bajo las camas, los armarios, los enseres, los pedazo que dejé de mí en esa habitación. Recompusimos cada trozo, yo encontraba y el pegaba. El sueño ya nos apretaba los párpados, solo faltaba la junta de estaño que hacía que mi preciado y roto objeto se mantuviera, no aparecía. Duerme, ya sabes que los hombres grandes son los mejores para dormir, duermo, duerme. Entonces tú eres el chico frío que no se pierde un detalle, y tú eres la chica callada que me mantiene despierto entre poetas, locos y artístas. Somos quien somos, mañana dos extraños. Mañana y hoy. Ahora dos, mañana guerreros enfrentados que olvidan sus aventuras nocturnas en común.

Abrázame, hueles bien, la luz del sol te sigue favoreciendo, a ti no. Pues vete, no quiero, no te vayas. Tienes los ojos bonitos, tú la boca dulce. Deberíamos ser amigos, ya es demasiado tarde. Duerme, ha salido el sol. Tienes un trozo de metal en el pelo. Me voy, ha salido el sol, lo tengo todo. Nos veremos mañana para seguir discutiendo. Nos veremos de noche. Y nos vimos cuando el barrio se quedó a oscuras. Y las calles volvieron a ser nuestras. A oscuras, cuando las personas se esconden de quien en realidad creen ser.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Divagación automática


Ella siempre ha sido la típica persona que tiene novios. Yo sin embargo no. Ahora me pregunta que qué es la marca de agua. La marca de agua, la pequeña impresión que es prácticamente transparente y que sin embargo dice tanto. La marca de agua es posesión, el poder decir esto es mío. Prestarlo, imprimirlo y prestarlo. Marca de agua. Así funciona todo, es como una película transparente, sutil, que se va imprimiendo sobre la piel del corazón, finas capas de plástico que son como marcas de agua, pegatinas muy finas. Señales de posesión, aunque solo sean a recuerdos.


Luego están las ruedas de las bicis. Son como el corazón. El corazón: saborea la palabra. El primer día que tuve clase en la facultad me dijeron que el corazón no existía. Un órgano, un músculo, una conjunto de sangre, carne, y en definitiva células nada más. Es algo que nunca he llegado a creerme por mucho cariño que le haya cogido después al profesor que me lo dijo. Es imposible. El corazón como un concepto que aparezca en el diccionario, un concepto frío, inhumano. Qué vas a saber del cariño o de la ira si lees un diccionario. Nada. El baluarte de la sabiduría se cae con todo el equipo. Y el corazón, existe. A lo mejor solo nos referimos a la reacción de muchos órganos, de las decisiones de unas células de hacer tal o pascual pero existe. El corazón es ilusión, imaginación, una rueda de bicicleta, el aire varía claro.


Maldito corazón salvaje. Ese es el estribillo que no se me va de la cabeza. El corazón salvaje, el que siempre siente y luego piensa. Así nos luce el pelo, que diría mi abuela. Luego está el tema de las ruedas de las bicis. Por la vía por la que va la bicicleta hay clavos, cada cierto tiempo, dependiendo del tramo. La rueda se pincha, le pongo un parche y continúo. Otro clavo desgarra la goma unos centímetros más alla del parche. Lo arreglo y sigo pedaleando. El tercer clavo une las dos heridas, y la rueda se deshincha. Entonces hay que parar y arreglarlo entero de lo contrario, el camino no continuará. Así funciona todo. O lo arreglas o irá creando una erosión, una grieta que con cada cambio de viento será más profunda. El mío es salvaje, mi rueda tiene dientes en algunas partes y en otras es más débil que el papel. Es salvaje y estepario, como la canción. Es estepario, por la soledad o la frialdad, ninguna de las opciones parece fácil, ni bonita. Y quizás no sea estepario, sino solo salvaje. No lo sé. Tampoco hay que hacer mucho caso a las canciones ni al diccionario. Pero la culpa es nuestra, totalmente, y de nadie más. Parece que a cada segundo le buscamos una explicación o una definición. Por eso fracasan tantas cosas, por que creemos que todo es igual y solo es parecido. Es decir, de qué sirve que lo llamemos novio, amigo, rollo, de qué. Hay cosas más importante: la relación entre dos personas, sin conceptos que lo aten. Amanda se enfada porque su novio no la ha llamado al despertar, Lucía llora y ríe porque él le ha regalado una flor. Todo es parecido, pero nada es igual. Hay está todo el juego. La apuesta empieza en lo inesperado, en lo indescifrable aunque la incertidumbre nos mate, nada está escrito.


Ella es de esas personas con el corazón tranquilo, yo de esas otras que lo tienen salvaje.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Tácitos.


Es Octubre. Tácito, expreso, como el café. Acuerdos y desacuerdos. Con palabras con documentos o sin nada. Tácitamente, nadie dice sí, ni dice no, pero los hechos nos delatan. Un hilito invisible, que brilla en su inexistencia, tácita existencia, nos une. Estamos de acuerdo amigo. No digas nada, sabemos todo. Solo debemos no saltarnos las reglas invisibles para no hacernos daño. Lo haremos.

Expreso, hace mucho, y perdón por la rima interna, que no concuerdo un acuerdo así. Expreso prefiero el café, o expresso. El café de un día triste. De lluvia, viento y zapatillas húmedas. Ves a tu amigo, o amiga sentado en la cafetería y parece que la vida recobra su sentido. A mí me encanta con dos azucarillos. Es un esquema vital. Algo amargo te acaricia el paladar, sí, pero que quede constancia de que yo puse todo de mi parte para que no fuera así. Lo elegí, amargo, caliente, y oscuro, lo odio, pero no puedo vivir sin él, café.

Has perdido a Lulita, lo sé. Yo solo la recupero algunos días. Me visita, me habla al oído y me cuenta que está triste. Que te echa de menos, que se sigue sintiendo perdida pero que no quiere dañarte. Lulita es así, yo he aprendido a quererla de esa manera. De manera intermitente. De manera tácita. Ella intenta no saltarse las reglas, pero la vida es más complicada de lo que tú piensas y a veces Lulita pierde el norte. Lulita es todo un personaje, pero es inevitable echarla de menos cuando se va. Hace poco tomamos un café, expresso, dobla dos esquinas y viene, amarrada a algún recuerdo. En esos nos parecemos las dos, en eso y en nuestro amor al viento.

Octubre es lo mejor que tiene, el viento. Hace poco José, Carla y yo nos subimos a la cola del viento. El paisaje es simple, un cruce de dos caminos, se acaba la pared de la casa, y dirigiendo el atardecer está el gran árbol, el superviviente. He visto caer a todos sus compañeros, Lulita a veces dice que la mía es una historia de pérdida. De eterna pérdida, de amores, de sueños, de horas de días y de inocencia. Lulita es un personaje, ya sabes.

Aquel día de huracanes, nos pusimos a mirar al sur, se ve la carretera hacia la frontera, la eterna procesión de camiones, un pueblo deshabitado, kilómetros de tierras que me encantaría andar antes de que la muerte me miré con atención. Mirando hacia el sur, se nos enredó el pelo, enmarañado, difícil, se me olvidó durante un rato, aquello de la sed, la sed. La eterna sed. La de una piel ajena.

Esa es otra pérdida. Pero lo bueno de las ausencias, de la pérdida o del desamparo que a veces nos roza, es que existen porque algo muy bueno sucedió. Saborear un recuerdo a veces es tan estimulante como el café, aunque amargo, siempre revive una pizca de nosotros, una parte que vuelve a respirar con fuerza. Yo solo quiero.

Con mi amor yo quiero bailar, dice la canción.