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sábado, 16 de junio de 2012

Las hijas de Occidente.


Mi amigo habla de la doble moral occidental como quien habla del tiempo. Se suele molestar conmigo porque yo soy parte de esa moral occidental, yo soy española, educada en el catolicismo y blanca. Por estas y otras razones yo paso a ser en su mapa del mundo un ser más de la masa histérica de occidente.

Este post no es para criticarle ni a él ni a su mapa del mundo. Tampoco vengo yo a reafirmar mis pensamientos religiosos, mis pautas sociológicas o mi filosofía vital. No. Pero estoy cansada de que piense que el haber nacido a este lado del mundo incapacita mi objetividad acerca de lo que pasa en el tiempo que nos ha tocado vivir.

Sin embargo, sí que entiendo a qué se refiere. Él se considera del otro equipo, del perseguido equipo de los no occidentales, más en concreto él se considera del equipo enemigo por antonomasia de Occidente, él se considera uno de los muchos que pagan por sus creencias lo que hicieron un grupo de fanáticos allá por el once de septiembre de aquel año que todos sabemos. En bastantes ocasiones coincidimos en gran parte de las cosas pero no acaba de quitarse las esposas y comprender que yo no soy su enemiga. Yo no soy Occidente. No soy al menos el Occidente que él espera.

Yo he crecido en una familia que cree en Dios, no ciegamente, pero cree. Yo he crecido en una casa en la que me han enseñado que todos somos iguales, al menos en teoría. Yo he crecido en una casa en la que me han inculcado que como mujer, y como persona debo hacerme valer. También me han enseñado a ser libre, dentro de las pautas necesarias para ser feliz. Y me han enseñado mil cosas con las que no he podido transigir y de las que he salido a gritos.

Pasa mientras escribo una mujer completamente cubierta, sólo le veo los ojos y eso en una ciudad pequeña de interior con no demasiados visitantes siempre escandaliza. Bueno la chica pasa y todos nos giramos, cada cual sabe por qué. Un hombre a mi lado hace una elegía a la feminidad y a la libertad de las mujeres.

- Quién se cree su marido para obligarla a llevar la cara cubierta. No me parece nada bien que se permita algo así. Su cultura la está ahogando, le está quitando la identidad y la feminidad. Que maltratadas están las mujeres musulmanas, no hay más que verlas.

Cuando acaba su mujer le da razón como a los tontos porque está muy mal que una joven lleve la cara tapada. Y es mucho peor cuando lo hace por un marido, por un padre, por un hombre, por un dios. El discurso continúa por ahí diciendo que las mujeres musulmanas están perdiendo su identidad a cada paso que dan cubiertas, que están presas, que nadie las deja elegir.

Casi estábamos todos convencidos y agradecidos del Occidente este en que vivimos. Menos mal que nuestro padre no nos obligó nunca a cubrirnos con un velo, menos mal que nos pueden ver la cara. Menos mal. La retahíla sigue por ahí.

Vuelve a pasar una mujer al lado del grupo. Va muy arreglada, y me atrevería a decir que va muy guapa. Lleva una falda a la altura de la rodilla, una camiseta suelta de tirantes y el pelo en un gran moño rubio. Lleva la cara pintada y unas lentillas de color azul sobre los iris. Lleva unos tacones altos, muy altos que estilizan su figura. Pero lo más llamativo de todo es su delgadez. Su vidriosa delgadez. Es tan sumamente delgada que los hombros parecen las juntas redondeadas de un muñeco de madera. Su rodillas parecen dos huevos a punto de descascarillarse. Sus pómulos ya de por sí remarcados con el maquillaje se muestran altos, y le dan a su cara un aspecto de novia cadáver pintada como Barbie. Tiene un andar débil y los ojos tremendamente tristes tras las lentillas, claro que este es un detalle inadvertido para  los que miran a la dulce y atractiva muñequita.

Esta vez el hombre no hace ningún comentario. Se queda anonadado mirando las curvas (inexistentes) de la chica, la observa en silencio mientras se pierde entre la gente bajo la atenta mirada de su esposa que en cierta manera desea que su marido la mire así. La señora acaricia sus patas de gallo y acto seguido se recoloca la falda para dejarla más baja de la altura de las rodillas.

En esta ocasión no oímos que la chica esté obligada a nada, no oímos que la dulce mujer rubia sufra por su cultura. Yo me pregunto, ¿no ha perdido la identidad también al verse completamente sometida por el canon de belleza ideal? De verdad que a nadie le preocupa que en una sociedad tan ideal como la de Occidente hayan nacido enfermedades como la anorexia, la bulimia, la vigorexia, la tanorexia y otras tantas. No es peligroso que la obsesión por el culto al cuerpo haya derivado en una perdida total de identidad personal.

A nadie le escandaliza que nos cubramos de maquillaje, nos subamos a grandes zapatos, nos sometamos a operaciones y a miles de dolores por belleza. Por necesidad de belleza, de autoestima, de ser parte en la sociedad de consumo. Las hijas de Occidente no viven mejor, no debemos olvidarnos por ser parte. Haz el ejercicio, échate para atrás, cierra los ojos, ábrelos. Ahora distánciate lo necesario de todo lo que crees o lo que eres. ¿La necesidad de belleza, qué ha hecho con las mujeres en tu cultura? Hipócritas, ¿ahora no lo vemos? Ahora no vemos el yugo visible de la belleza estereotipada.

Sea como sea, las mujeres quieren que las dejen elegir. O que no las dejen elegir, que también supone una forma de elección.

Actuemos en conciencia, así seremos los responsables.

jueves, 24 de mayo de 2012

Cuando caen los tiranos

Cuando caen los tiranos todo el mundo se mira confundido.

Cuando cae el malvado villano que todo lo ocupa por fuerza la gente mira hacia los lados, expectante, buscan ese toque, esa punta de lanza que establezca un nuevo orden. Buscan un nuevo líder. Digo líder, no es necesario que sea príncipe o villano, hace falta un líder. 


Ahora que ha muerto el tirano, que nos ha atado, maltratado, tapado la boca, robado el dinero. El tirano ha matado la poesía, ha violado el acuerdo tácito de la democracia. El tirano y su entramado se han situado tras gafas ahumadas y nubes de humo de puro. Los tiranos le han quitado a la gente la verdad, sólo conocemos la versión oficial. Malditos tiranos.

Los tiranos, merecen la muerte por pisotear el concepto. Por machacar el constructo. Los tiranos han atado a la libertad, la justicia y todas esas deidades que se nos antojan indispensables. 
Malditos tiranos.

El perfil del tirano es claro, es un hombre de mediana edad, héroe de algunos, verdugo de demasiados. Probablemente tenga alguna piedra en el camino que le enloqueció y bueno del resto qué os puedo contar. ¿Quién no reconoce lo que es un terrible tirano? Obtuso, con la mente cerrada, la lengua llena de palabras grandiosas y los pies de barro por mucho oro que cargue encima.

Bueno, cuando el tirano agoniza, la gente empieza a susurrar. En las calles se ver arbolitos ardiendo, pintadas hijas de las noches más oscuras y las abuelitas acuden a las iglesias a rezar por un futuro que no sea igual a su pasado. Los hombres intentan mantenerse ocupados, las mujeres tragan saliva mientras hacen la cena, los adolescentes locos de hormonadas ideas rebuscan en los noticieros un pico, un guiño, una señal del presentador que hable del agonizante tirano.

Suceden los días, los meses, los años pero el cabrón tirano continúa coleando. "Bicho malo, nunca muere" escriben en la pared de tu casa. El silencio es sepulcral, ojalá muera el tirano. Quiera Dios que muera el tirano. Silencio, en espiral, todo el mundo callado. Esos viejos oficinistas de anciano malvado colaboran en el silencio, en la incertidumbre, en el respeto, en el futuro más obtuso. La máquina de los  tiranos continúa, el engranaje propicia el silencio.

Muere el tirano. Todos se miran asustados. ¿Se puede hablar ahora? 
Sí. Se ha muerto el malvado, pero en todos sus años de  vida que hemos hecho más que colaborar  en su obtusa visión del mundo. El que calla otorga, y nos hemos callado. ¿Quién quiere ser el próximo tirano? Vocifera la versión oficial. 

-No nos asusten ustedes con el polo opuesto del tirano, moriremos si nos cambian las reglas del juego.

Cuando caen los tiranos la gente se mira  confundida, mira de un lado a otro con el gesto serio y los ojos ahogados de culpabilidad:
**

 Le diste la voz al tirano al pasar callado tanto tiempo.





**Imagen extraída de http://aserne.wordpress.com/





miércoles, 14 de marzo de 2012

Aquel juego de cuchillos


Fregar cuchillos.



Aquel amor era como fregar cuchillos. Los cuchillos son elementos relucientes, alargados, bellos incluso. Los cuchillos dañan. María manipulaba los cuchillos en el fregadero, eran los únicos que no metía en el lavavajillas. Aquel juego de cuchillos tenían un mango de madera precioso que se astillaba y secaba con las altas temperaturas del agua del aparato. Por ello María con el poder preciso de reina de la cocina, guardaba a parte entre todos los trastos sucios aquellos cuchillos para fregarlos aparte con el mayor cuidado posible.

Los ponía bajo el agua durante unos segundos, dejaba poco a poco que el fregadero se llenara unos cinco centímetros. María adoraba esa sensación de cuidar el juego de cuchillos y poder mojarse las manos con aquel agua tibia. Le encantaba poner sus manos bajo el chorro de agua, frotarse las manos y acariciar cada dedo, cada hueco, limpiarlo, era una cirujana que cuidaba cada detalle para aquel tesoro que tenía que manipular.

Adoraba aquel juego de cuchillos, le gustaba su empuñadura de madera con pequeñas muescas en el canto. Y aquel filo tan reluciente, tan afilado como un rayo de luz, tan nuevo. La punta, la dulce punta, la afilada punta. Cuando consideraba que los cuchillos estaban lo suficientemente húmedos comenzaba a frotarlos con la parte más suave del estropajo. Frotaba de manera firme, pero cariñosa como si aquel arma de matar fuera algo débil, vulnerable o inocuo.

Sabía que aquel filo podía atravesar la piel de sus dedos en cualquier instante, sabía que las yemas de sus dedos podían verse sangrando con un mal movimiento, con un descuido idiota. Sabía que mientras estuviera con ese juego insano entre las manos podría resultar herida en cualquier instante. Sabía que la identidad de sus huellas dactilares se podían verse damnificada por un tonto corte, la identidad podía verse algo borrosa. Lo sabía todo y aún así cuidaba los cuchillos por esos momentos de agua tibia y relucientes filos.

Los cuchillos son una metáfora de las relaciones peligrosas. Los cuchillos dañan, lo sabes de antemano mételos en el lavavajillas no metas tus manos de carne entre sus puntas de acero. Por mucha belleza que parezca tener la fórmula tenían una relación de amor-odio debes saber que SI HAY VIOLENCIA, NUNCA HABRÁ AMOR.

María se dio cuenta de que era una persona que se había acostumbrado a beber el café esquivando una herida en el labio, y que siempre estaba en aquella cocina en penumbra. En su vida había un cuchillo muy bonito, pero un cuchillo es un arma de matar, de cortar carne, es destrucción incluso en la cocina. Los cuchillos apartan la piel, llegan hasta el corazón y una vez allí, continúan.

María tardó un tiempo pero al final tiró aquel juego de cuchillos que le había destrozado la vida.

lunes, 12 de marzo de 2012

Flower boy, los suicidas no necesitan esquela (IV)

El sonido de fin de llamada le rompió el corazón un poco más. Lo de antes habían sido pequeñas rupturas, esto era la confirmación, la gran grieta que algún día acabará con el mundo. Un dulce y amargo final para nuestro héroe suicida. Se repuso cuanto pudo y acudió al cuaderno rojo, tenía prisa porque los pensamientos llenaban todo el aire de la habitación y eso le ahogaba. Método Número Siete: el salto del ángel muerto. Consistía en caer por la ventana. No era demasiado original, el menos original de todos los métodos pero era eficiente, y rápido. Y necesitaba mucho dolor físico para olvidar el interior que parpadeaba y rasgaba palpitando.

Buscó su mejor traje, su preciosa corbata y sacó brillo a sus zapatos. Encendió su último cigarro aquel que iba a ser el último, y lo saboreó mientras se peinaba el pelo hacia atrás como siempre le había gustado. Se limpió un lagrimón que cayó al mirarse en el espejo de aquel cuarto de baño de ciudad grande. Se colocó la chaqueta, abrió la ventana de par en par, la que mayor y mejor vista tenía de su amada Barcelona. Dejó que pasaran unos minutos para que el viento de final de invierno llenara toda la habitación. Se sintió dichoso de esa brisa preprimaveral y de esa luz de tarde previa al atardecer. Puso la banqueta que lo separaba del vacío, se sentó en el alféizar, comprobó que en su bolsillo aún estaba su mechero Te souviens tu. Tomó su última bocanada de aire, apagó el cigarro y lo lanzó al vacío.

-Ese será mi último viaje sobre la tierra, y pienso gritar: adiós mundo cruel. Ahora esa frase tiene mucho sentido. – lo dijo para la habitación y para sí mismo, lo dijo para toda Barcelona.

Respiró. Cerró los ojos. El silencio era inmenso.

Llamaron a la puerta, otra vez, llamaron a la puerta. ¿Cómo era posible? Ahora ni se respetaba a los suicidas. Bueno para lo que quedaba de tiempo en la tierra, qué más daba. Saltó.

Saltó dentro de la habitación y fue tranquilo y pausado a abrir la puerta. Descolgó el telefonillo y no contestaba nadie. Aquello le enfadaba, estaba ocupado, ¿el estúpido universo no lo entendía? Dio media vuelta para seguir con su tarea, de repente aporrearon la puerta de su casa. Abrió directamente, era un hombre sin miedo.

-¿Qué cojones te crees? ¡Estaba muy ocupado!- gritó porque le apetecía, ni siquiera había abierto la puerta del todo.

-Lo siento, colgué para llegar más rápido.

Nuestro suicida sintió un mareo por todo el cuerpo, y los nanosegundos en los que la puerta recorrió todo el espacio para mostrar quién estaba al otro lado se hicieron eternos. Pero aquella voz no podía ser otra que la de Ana. Y sí, era ella.

Estaba preciosa, tenía el pelo suelto y largo. Iba vestida con una especie de pijama de muchas partes. Tenía la cara roja, como de haber corrido o llorado. O ambas cosas. Y los ojos como siempre pero más profundos.

-Pensé que no…- las palabras no le salían, la vida había vuelto a comenzar en ese instante.

-Te dije que siempre, me dijiste que si seguía ahí y te dije que siempre. Y sabía que estabas en Barcelona, sabía incluso cuál de todas era tu puerta. Te souvient tu.

Se abrazaron y fue como si diez años no los hubieran apartado. Se hundieron el uno en el olor del otro, como si fuera un buen sueño. Con esa promesa interna de recoger cada detalle del momento en la cabeza. Apoyaron sus cabezas en la frente del otro.

Dos semanas después, el psicólogo avergonzado seguía recorriendo las páginas de los periódicos y buscando a su suicida. Leía las esquelas de todos los periódicos de Barcelona. Seguía sin saber nada del Señor Guerra. Llamaron a su puerta y era su secretaria.

-Alguien ha dejado algo para usted.

Traía en los brazos un sobre de color caqui de tamaño folio, más o menos pesado. En el remite, había una sonrisa y un gracias tatuado por una letra que le resultaba conocida. Lo abrió curioso.

En el interior del sobre caqui había cuatro cuadernos.

1. Cuaderno Verde: Bye bye mundo

2. Cuaderno Rojo: Ensayos para el plan de mi fin del mundo

3. Cuaderno Azul: El doctor me dijo que buscara cosas buenas de la vida.

4. Cuaderno Blanco: Mi suicidio, la historia de cómo continuó mi vida.

"Flor de un día, flower boy. Flores que deciden apagarse porque tienen una belleza sucinta al tiempo. Flower boy murió pero nació otra cosa en el lugar en el que él se había perdido. Si eres flower boy pierde el miedo."

Flower boy, mi amor (III)

-El título para este cuaderno debe ponerlo usted.- dijo el psicólogo al entregarle el nuevo cuaderno.

Nuestro suicida fue a casa y continuó trabajando. Al principio le costó pero poco a poco las ideas surgían. Adoraba el azúcar quemado, el olor a laca de peluquería de barrio. Siguió con las cosas que merece la pena sentir luego las que merecían recordar y todas aquellas que había vivido o quería haber vivido antes de su suicidio.

Fue como si entonces el mundo se parara. Sólo estaban él y su cigarro. Bueno y la eterna compañera: su sombra alargada y delgada dejando señales en cada pared. Respiró el aire, la última vez. Eternidad, allá voy, respiró su último trozo de tabaco y pensó en que muchas guerras se habían terminado ya. Pensó en la primera vez que besó a alguien, pensó en la primera vez que lo besaron, pensó en el café que tomó en su primer día de facultad. Pensó entonces en su madre con aquel vestido azul, con su padre con la pipa entre los dientes. Pensó en las macetas viejas, ajadas, el viento soplándoles encima. La guerra se terminó tantas veces, pensó en ella. Ella fue el amor de su vida. Pensó en su pelo, en su olor todavía pegado a su memoria. Pensó en sus manos cuando hacían el amor, pensó en sus ojos. Pensó en cómo le gustaba amarla de estación en estación, de día en día, de hora en hora. Pensó cómo se querían sin verse, sin apenas conocerse, pensó en la energía de los encuentros, en la tensa y larga espera. Pensó en aquella copa que tomaron a medias un día que no tenían dinero. Pensó en Roma, en Soria, en el pueblo. Pensó en la cama, en el sofá, en casa, en el hotel. Pensó en los viajes tan fríos y largos que tenía que hacer para encontrarla. Pensó en el miedo que sentía y en el no poder decirle que la quería. Pensó en el momento en el que ella se rindió, pensó en el momento en el que ella no podía esperarle más. Pensó en todos los momentos buenos, dentro de ella, junto a ella, encima de ella, debajo de ella, en resumen: con ella. Pensó en su ausencia infinita, en su adiós, pensó en su te souviens tu. Pensó en su rendición, en su miedo, en su amor. Pensó y no supo. Pensó y ante la llamada tan cercana y precisa de su propia muerte descolgó el teléfono. Se suele decir: ¿qué harías si no tuvieras miedo? Llevaba tanto tiempo callado que no sabía si la voz le iba a salir, no sabía si sus cuerdas vocales aún vibrarían.

Sonaron tres toques, alguien descolgó el teléfono.

-Hola, ¿quién es?- era una voz masculina.

Las palabras se le atragantaron a la altura de la boca del estómago, pero llegaron hasta la boca.

-Buenas tardes, estaba buscando a Ana.

-Hola, ¿quién es?- Ahora era su voz, la voz femenina le dio un tremendo escalofrío.

-Ana, soy yo, ¿reconoces aún mi voz?

Pareció reponerse del impacto de esa voz unos segundos y dijo:

-¿Cómo no voy a conocerte? ¿Cómo estás?- se notaba que estaba nerviosa, y que sonreía.

- Estoy muy bien, como quien viaja en el tiempo. ¿Cómo estás tú?

-Siempre con tus respuestas misteriosas… Estoy bien recién llegada del trabajo. Ahora vivo en Barcelona. Has hablado con mi hermano, pero no creo que lo recuerdes, era muy pequeño cuando tú y yo… nos conocimos.

-Bueno quería decirte algo, lo quiero hacer porque me encuentro en una situación extraña. Y no quiero dejar ningún cabo suelto, y tú eres uno de los importantes. Te voy a pedir que no hables.

- ¿Cuál es la situación extraña?

- No hables, ¿vale? Sabes que soy un miedica. -Los dos empezaron a reírse y eso además de relajar la situación trajo multitud mil momentos a la línea del teléfono.

-Ok, escucharé y las explicaciones llegarán luego.- Tomó todo el aire que quedaba en la habitación y comenzó.

- No sé nada de ti desde hace cerca de unos diez años. He sido el acosador que aumenta las visitas de tu facebook y he hecho de tu vida un esquema y una historia sustentada a base de los comentarios que recibes o haces. Imagino cómo es tu vida ahora a través de todo lo que cuelgas en el muro, intento recordar quién eras e imaginar como eres hoy. Vivo en Barcelona sin que tú lo sepas, porque no quiero que sepas, que salgo cada día a la calle con la esperanza de encontrarte en cualquier jardín, y asustado, atemorizado de cómo sería el encuentro de darse. Muchas veces cojo el mechero, el te souviens tu, y espero que aquella frase fuera una promesa encriptada. Y ahora me hallo en una posición extraña, porque no tengo miedo. Nunca me he sentido así, no he tenido ni miedo, ni aire desde que decidí llamarte. No tengo miedo de decirte que recorro con la yema de mis dedos la inscripción del terecuerdo en francés. No tengo miedo de decirte que sigo pensando que volverás, y sé que todo fue culpa mía. Sé ahora que tú eras el amor de mi vida, sé que lo sabía entonces pero nunca me atreví. Nunca supe llegar más allá agarrarte la mano y llevarte a casa. Nunca supe, nunca me sentí lo tremendamente fuerte para hacerlo. Nunca pude, me aterrorizaba pensar que tú dijeras no, que todo fuera un teatro en mi cabeza. Me asustaba despertar un día y notar tu ausencia en todas partes, notar que las distancias habituales se habían llenado de muros inquebrantables. Me atemorizaba que no me quisieras como lo hacía yo. Y llegó el día en que te diste por vencida, yo nunca daba muestras de nada. Yo te ponía el caramelo en la boca te dejaba saborearlo unos segundo y luego cerraba la conversación, volvía a mi ciudad y me llevaba el caramelo lleno de tu saliva en el bolsillo con el papel ahora arrugado cubriéndolo. Y te diste por vencida, y yo me rodee de orgullo, y continúe contigo, pero sin ti. Ya no era distancia, ya era una guerra perdida. Ya me abandonaste por sentirte abandonada. Me abandonaste tú, y me abandoné yo. Y ahora ando a un paso de dejarme ir para siempre. Y pienso en ti, la única persona con la que pude pensar en un para siempre. ¿Sigues ahí?

La voz se demoró unos segundos, y ahora parecía como si tuviera lágrimas pegadas encima. Se oía una respiración al otro lado. Tomó aire y contesto:

-Siempre.

Ambos respiraron, conscientes del aire de nuevo del mundo, belleza pura de oxígeno. Un gran peso sobre los hombros de Guerra había desaparecido. Su amor al otro lado del teléfono, igual muy lejos, mucho más lejos que la fronteras de la vieja Barcelona pero escuchándole a él.

De repente, Ana decidió colgar.

Flower boy, el cuaderno azul (II)

El psicólogo estaba leyendo los cuadernos del suicida, le había llevado su gran obra para que pudiera no solo aprobarla sino admirarla. El lujo de detalles era inmenso, por ejemplo recogía un método de suicidio en el que un sistema de poleas le clavaría un cuchillo muy ancho. El sistema estaba diseñado para que en el momento en que se fuera a clavar el cuchillo en su yugular unos segundos antes algo presionara su cabeza de tal manera que se desmayara. Sabía cuánto medía cada cuerda, cada contrapeso, la longitud del arma, lo había medido todo. Llenaba las hojas de todos los cuadernos, de una manera ordenada, no faltaba ningún detalle. Era un suicida de escuela, el psicólogo no lo podía creer tenía entre las manos un largo manual de formas de morir, aquel hombre de verdad quería seguir alguno de aquellos planes. La perplejidad sólo aumentaba a cada página que pasaba. Lo más curioso para el profesional era su propia sensación interior, en parte estaba creciendo en el un sentimiento muy hondo de respeto hacia aquel hombre. En parte, se sentía maravillado ante la transparencia de aquel hombre enfrentándose a la muerte. En parte se sentía culpable de verlo como alguien a quien respetar. En parte sabía que aquel hombre no había contemplado otra opción que la del suicidio, era un anillo para un dedo. En parte se sentía maravillado y culpable, culpable y maravillado. Aquel hombre no contemplaba la vida como algo plausible, viable, no era una opción.

-Bueno qué le parece, debería decidirme por alguno de los métodos verdad. No quiero demorarme demasiado, si llega la primavera me quedaré la temporada de buen tiempo y me gustaría llevar a cabo el plan cuanto antes.

-Le propongo algo mejor, o mejor dicho, le propongo algo más.

-Hable, tengo que tenerlo todo en cuenta y más de una persona que ha leído los manuales.

-Los manuales como usted los llama tienen un franca minusvalía, se le ha olvidado un aspecto imperiosamente necesario en todo este asunto.

Guerra estaba perplejo, avergonzando incluso. ¿Qué coño se le podía haber olvidado? Eran planes perfectos los miraras como los miraras. Se recolocó los puños de su camisa, el cuello, cada triángulo a cada lado de la corbata, se echó un mechón de pelo cansado sobre la frente hacia atrás, colocó aquel ridículo mechón sobre su cabeza peinada hacia atrás, brillante, repleta de gomina. Rebuscó en su bolsillo, necesitaba un cigarro, ¿qué había faltado en su plan brillante? Sacó el paquete aún por abrir, arrancó el papel plateado y como muchas otras veces olió el paquete de cigarrillos recién abierto. Su vida de repente se hundía estrepitosamente, qué faltaba ahora. Cogió el mechero entre sus dedos, lo miró como si nunca lo hubiera antes, tenía una inscripción en la tapa, te souviens tu. Te recuerdo encendió la llama, los dos estaban en silencio, la llama parecía quemar el silencio. Encendió el cigarrillo perdido entre sus pensamientos, tocando cada punto, qué había fallado en sus meticulosos planes. Extraía cada trozo de humo del tubo de tabaco que manejaba en las manos mientras miraba su viejo mechero. Paladeó durante unos segundos, el sabor del cigarro en su boca, la primera vez que con aquel mismo mechero había encendido un cigarrillo. La primera vez fue tras abrir el pequeño regalo, se lo había regalado ella. Dónde estaría ella hoy. Ahuyentó el humo y los recuerdos que habían vuelto durante unos segundos, ahuyentó a su fantasma preferida.

-El gran error es que ha obviado algo muy importante.

-Dígamelo ya, por favor.

-Volveré en unos diez minutos, no se vaya por favor. Esta consulta corre de mi cuenta.- El psicólogo se levantó y se perdió escaleras abajo.

Segundos después la secretaria asomó la cabeza por la consulta con cara de extrañada. El suicida la saludó como quien dice: aquí no hay nada interesante. Ella se ajustó las gafas y volvió a su mesa en la sala de espera.

A los pocos minutos apareció el doctor con un cuaderno de tapas azules en las manos. Dividió el cuaderno en grupos de hojas, cuatro grupos. Dobló una esquina en el comienzo de cada sección y puso cuatro títulos. Cosas que merece la pena sentir, cosas que merece la pena ver u oler. Cosas que merece la pena recordar. Cosas que merece la pena vivir. Dejó una última hoja libre. Arriba puso, busque el patrón que guían todas esas cosas.

Flower boy, el suicida (I)

Mucha gente utiliza esa expresión de fue flor de un día.

Bailar en la oscuridad es eso que hacemos cuando perdemos el sentido y aún queremos vivir. Hay un psicólogo alemán que dice que mientras no nos hemos suicidado, a pesar de que todo vaya realmente mal y no veamos ninguna luz más allá del sol nos mantenemos con vida. El psicólogo en cuestión recibía a pacientes en el último hilo de vida elegida y les decía:

-Muy bien, usted está perdido, ha perdido todo, no tiene ningún futuro. Su vida es una mierda y cuando va por la calle no desearía seguir caminando, respirando o dando un paso más.

-Muy cierto.-decía el imaginario paciente de este ejemplo.

-En ese caso. ¿Por qué no se suicida? Es la mejor opción, ¿por qué no se suicida?

El paciente se encontraba entonces entre horrorizado por la opinión de aquel profesional que le empujaba al suicidio. En parte convencido, empezaba a pensar en el suicidio como una opción muy posible. Respiraba, se colocaba el puño de la camisa entorno a la muñeca y volvía a respirar. Quizá aquella era la solución, se decía a sí mismo. Quizá era el momento de acabar con todo. Decir adiós, recoger la casa, ponerse una bonita ropa, cenar bien, y dejar una carta si consideraba que a alguien le importaba aquel juego y sin más irse de este mundo por la puerta de atrás. El método no importaba, tenía un vecino farmacéutico que podría conseguirle cualquier tipo de barbitúrico que bien mezclado se lo llevaría. Era un hombre al que le gustaba el espectáculo pero de ahí a hacer una escenificación correspondiente al momento, eso era demasiado. Le gustaba el espectáculo sí, pero no le gustaba demasiado eso del dolor, no era valiente y en las puertas de una muerte que él estaba construyendo no iba a pasar dolor autoinfligido, era un suicida, no un estúpido.

Bueno la denominación también le resultaba interesante, suicida, soy un suicida. De manera egoísta como todo lo veía nuestro paciente era un título que le hacía recordar a los grandes románticos del XIX con ese halo de misterio, de niebla, de luna llena, de hombres con bonitos trajes y grandes agujeros en los bolsillos, de poetas malditos, pobres diablos.

Se despidió del psicólogo. Casi hacen una broma acerca de si se volverían a ver, ¿pido otra cita? no sé tengo que cuadrar la agenda con mi suicidio, ya veremos. Se alejaba poco a poco de aquella realidad, paseaba por la calle encantado del abrigo que le quitaba el frío, del olor a madera antigua de la consulta del doctor. Caminaba hacia a casa. Tenía que pensar cada detalle, una persona meticulosa lo es hasta las últimas consecuencias.

Nuestro paciente compró dos cuadernos de camino a casa. Un cuaderno verde y otro rojo. El verde le relajaba, el rojo generalmente le inspiraba. Compró también una bella pluma estilográfica porque el dinero que había ahorrado hasta ahora no iba a ser necesario más.

Primero pensó en el modo de morir. Buscó en google, en foros, en libros médicos. No quería dolor, pero tampoco quería pasar de puntillas por el mundo. Al menos quería dar un buen portazo para que toda la grada se girara al acabar su función. El aplauso no era necesario, pero la atención sí. Enumeró los modos, las formas, los métodos, los instrumentos. No quería cómplices quería ocuparse él. Se sentó frente al ordenador y en su libro verde escribió lo que serían los ensayos de cada función. Las posibilidades, los datos, los pros los contras... En el libro rojo se limitó a pasar a limpio las mejores ideas, sus pensamientos, sus decisiones.

Pasaron dos días de trabajo frenético. Debo contar que era un tipo con mucha imaginación, demasiados recursos en su cabeza para hacer lo que hace el resto de la gente, además era algo snob, narcisista, y bueno, era un personaje diferente. El suicida tituló el cuaderno rojo Bye Bye Mundo. El verde se quedó en Ensayos para el plan de mi fin del mundo. Pasaron dos días de trabajo frenético y acudió a la consulta. Cuando pidió hora la secretaria pareció sorprenderse de que fuera el señor Guerra aquel que llamaba con esa energía tan poco usual en él, solía parecer un hombre muy gris.

El señor suicida se sentó frente al psicólogo, era un día más.

-Dudaba de volver a verle, francamente.

-Lo mismo me pasa a mí, pero no me gusta hacer las cosas de cualquier manera.

Ambos adultos se sonrieron, en parte lo hacían porque era extraña aquella franqueza al hablar de la muerte. Entre ellos había una relación muy inusual, un hombre había sugerido la idea de morir, y el otro se había sentido bien. Además era raro tener conversaciones así en el mundo civilizado en que nos encontramos. De manera seria, concisa, educada, habían establecido una relación de respeto, pero era posible que uno de los dos muriera.

domingo, 15 de enero de 2012

De repente, Abril.


"Universidad de Navarra, atentado mortal. Mi amiga estaba allí."7


Fue una primavera convulsa. Él acababa la carrera, y ella acababa el instituto. Al filo de los exámenes se conocieron. Se conocieron como se conocen la gran parte de las parejas, a través de amigos. Las tres de la mañana les sorprendió sentados en una juanola de la Plaza San Justo, hacía buena noche, y ellos solo hablaban porque eran demasiado tímidos para algo más. Las horas pasaban y ella veía que aquello solo se iba a quedar en la intentona de las personas que nunca se atreven a nada. Se levantó.

-Me voy, me ha encantado conocerte.
-Lo mismo te digo, espero que volvamos a quedar con estos y seamos capaces de coincidir.

Se miraron a los ojos, la energía fluía pero nadie daba el primer paso. Las conversaciones más circunstanciales son aquellas en las que los interlocutores no escuchan lo que dicen, piensan en cosas más importantes. Él medía casi dos metros, se sentó en el banco de piedra y miró al suelo como si el suelo guardara todas las respuestas. Ella llevaba una camiseta roja de lunares, se escapó entre la gente. Pero claro, como nos pasa a todos cuando conocemos a alguien especial, lo hacía sin convicción.

-He decidido quedarme- le rozó la espalda.
-Fenomenal.- el gigante se giró con una sonrisa inmensa de niño.

Se miraron a los ojos como si llevaran haciéndolo toda la vida, mealegrodequehayasvuelto, quieroqueseasmásqueunchicomuymajoquemepresentaronJuanyHenar. Silencio, mirada, tengotantoquecontarte.

Ella guardaba en la mano un papel roto y viejo que apareció en un bolsillo de su pantalón. Agarró el trozo de árbol y lo apretujó junto a un billete de cinco euros. Él continuaba mirando al suelo, sin decir nada, a ratos y sin parar de hablar a la vez. Eran personas tímidas, iguales si cabe, que no podían dejar de hablar, nunca se agotaban los temas, era alguien para siempre. Se miraban como si así fuera. El pretexto del resto de amigos de ir a buscar el abrigo se había agotado. Tenían que volver dentro del bar, allí no podían hablar. El ruido y la música robaban el aire y ya se gustaban lo suficiente para no ser capaces de invadir el espacio del otro.

Él se vio en la obligación de decir lo que sentía, agarró a su amiga y le susurró casi con violencia:

-Me encanta, hacía mucho que no me sentía así, pero sé que no me voy a atrever.

La amiga miró derrotada a su amiga la que se estaba enamorando. La miró derrotada porque la conocía, sabía exactamente qué no iba a pasar. Sabía exactamente cómo de parecidos eran aquellos dos seres que ya se estaban empezando a amar. Se acercó a ella y le dijo:

-Es para ti, no sabe como hacerlo, ni tú tampoco. Pero hazlo. Hazlo.
-Ya me conoces, y no lo puedo evitar
-Él tampoco lo podrá evitar.

Y fue entonces cuando una lágrima transparente pero húmeda como si tuviera toda la tristeza del mundo le cruzó imaginareamente la cara. Todo había acabado. El gigante cogió el aire que en aquella altura era sólo suyo. ¿La había perdido o sólo era una cuestión de tiempo?

*Imagen extraída de Fotos Naturaleza




martes, 3 de enero de 2012

La niña está triste.


Antes cuando llegaba siempre sonreía, ahora tiene una mueca horrible rara y extraña. En ese caótico orden de cosas que nadie comprende ni mide, la niña está triste. Se pone ropa cómoda porque ya no quiere impresionar a nadie, no quiere un primer plano, quiere un plano subjetivo, una angulación en picado, una mirada que pueda pasar desapercibida. Como digo, la niña está triste. Pone cara de asco, de ruina, sonríe y se siente extraña y mentirosa.

No le apetece sonreir. Está como el viento: mal encarada, fría, cortante incluso. De ahí pasa a un estado de jarrón de flores: habla poco, decora sin llamar tu atención, pero permanece en la larga fiesta. Hoy lleva un vestido verde, un peinado recto y una mirada perdida. Perdida pero penetrante, cuando la niña está triste se le ponen los ojos de vieja decrépita. Parece que en sus ojos han pasado diez años más, sin embargo, aún triste, me sigue llamando. Me sigue atrayendo, no quiero abrazarla ni quererla, ni que deje de estar triste. Me atrae su tristeza, su falta de saber estar en navidad. La niña está triste, el mundo gira y Barry White canta Sexy Thing.


-A ti qué te pasa?
-Ya no tengo alma
-Todavía tienes caliente el aliento
-Pero dentro no tengo nada
-Que bonita eres cuando tienes la cara triste


Salimos a la calle y la niña se queda mirando el vaho que sale por su boca como si eso fuera una prueba suficiente de vida. Hace frío, frío de las cinco de la mañana, frío oscuro, frío del bueno del que te da ganas de meterte en camas ajenas. Hace frío, la niña está triste, me mira fumar en silencio y deja que me regodee en lo oscuro de sus ojos. Cuando la niña está triste la quiero, y soy un niño pequeño y estúpido. Un niño egoísta, que la empujaría, la mordería, le arrancaría las medias. Aunque nadie me pregunte, yo tampoco tengo alma.



Imagen de El Hombre que nunca estuvo, Joel & Ethan Cohen.
Hache de Susana y Ana, gracias chicas. Sois fantásticas :).

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Comer a besos

"Yo quiero comerte a besos. Es lo que quiero, es mi regalo, por navidad, o por qué no."

Una eterna asignatura pendiente, una eterna desaparición. Una aparición que marea. Una sonrisa que marea, una mirada que marea, un encuentro posible pero lento, nunca llega. Mareo, vómito, sonrisa, tiemblo, tiempo. Hola, teveobien, tirandocomosiempreytú, másdelomismoahoraaquí. Y conversación tranquila, callada, pero, ay la mirada. Mirada de gatos, de tigres, de amor, de medias rotas, de asiento del coche, de tequieroylosabesperonodigasnada. Miradas, miradas, te toco, calor, y frío y ausencia. Pero son recuerdos, de otro verano y otro invierno. Recuerdos que acaloran y escalofrían la nuca. Y aunque son recuerdos: reconfortan. Siempre queda la fe el algúndía, el talvezmañana, el yallegaránuestromomento. Y siempre siempre el Ojalá estuvieras Aquí Ahora.

viernes, 7 de octubre de 2011

La amistad de los perros de octubre


Limar asperezas, comer hormigas, beber agua, besarle. Tomar café, sólo, negro, amargo, rico. Hablar de ahora, de ayer, de entonces, de después, de jamás. Jugar a los extraños, a los ingenuos, al romanticismo, a los mejores amigos, al desconocimiento. Bailar de día, con ropa, sin ella, preparados, quietos, expectantes, curiosos, asustados. Cierra la puerta, sábanas limpias, leamos el periódico, más café por favor, libros salteados, personas sin rumbo. En blanco, en negro, en color canela, cierra los ojos, en amarillo de sol, en amarillo de silencio. Escápate es mediodía, escápate te ahoga, escápate, escápate, escápate.

Vuelve, dóndeestás, no quiero nada, conversación, café, azúcar. Baila, silencio, despierta, risas, el gigante ha muerto, abrázame, corre, llueve, mojada. Silencio, lluvia, desconocido, sinvergüenza, risas, más risas, corre, hace frío. Agua, agua limpia y templada, sed, fin, maquillaje, cara sucia, belleza, carasucia, carasucia, sonríe. Carasucia ha vuelto. Abrázame. No hace frío, no hay agua, despierta al gigante, se lo ha comido un oso, despierta, octubre. Tintín está aquí, las gafas, nadie ve nada, mejor, televisión en color. Amanece, catedral, piedra amarilla, amarillo de día, amarillo de frío.

Llueve, duerme, estás en casa, no tengas miedo.


Imagen de "Mi vida sin mí".

lunes, 1 de agosto de 2011

Mi amigo Ángel.


Llueve, con tranquilidad y asueto.

Llueve y delante del ordenador me pregunto si queda alguien más sobre la faz de la tierra. Solo se oye eso, llueve. Es de noche, la pantalla del ordenador inunda el espacio caliente y es la única forma de luz. El día de la ausencia no está en la red, y ahora parece que la ausencia se ha hecho eterna. Inane. Me apetece decirla con la boca imaginaria de la mente. Pero las pérdidas no son inútiles, o muy probablemente sí.

No importa nada, porque llueve. El asfalto se enfría y el señor Ángel ha desaparecido. Ochenta y ocho años y no me queda más de él que el recuerdo, el lugar donde pasaba las tardes de verano, un nombre tan común que asusta, sus historias, el revoloteo con la ilusión de que vuelva y la desazón con la piedra atada a ese trozo de alma o cerebro suspendido bajo el esternón si nunca más cruza la carretera cojeando.

Me mataría no poder haberle dicho adiós y que su fría familia de invierno y dinero le enterrara en una tarde de verano que invernal le sepultara bajo ropa oscura y tierra húmeda. Me da miedo que el dios al que él reza no nos de una última tarde de risa. Así es como le conocí, yo nunca he tenido un abuelo al uso. Esperábamos al autobús juntos, cada tarde de verano sobre la leve pradera que surge entre el oriente y el occidente de este pequeño Dogville en el que vivo. Sabía contar historias de guerra, de viajes, de triunfos, de amores y de soledad. Él siempre estaba solo. Casi cien años y una leve arruga sobre cualquier aventura traía sin que se diera cuenta noventa inviernos, y noventa primaveras, un niño.

Pero llueve y un mes sin saber nada de él hace que todas las tardes a las ocho y diez ya no tenga sentido subir al autobús.


*Para ilustrarle pongo una foto de lo que fue con veinte años y de lo que es con noventa. Un futbolista que más de cuarenta años después guarda en la cartera la entrevista que le hizo El Marca cuando el Real Madrid le seleccionó para entrar en su cantera.

Sueños, realizados o no que siempre hacen que nos brille la mirada.

sábado, 18 de junio de 2011

Devorado


"La autopista que se cerró dio lugar a miles de senderos"

Hoy he aprendido varias cosas, el blanco y el negro no existen. Para nada. Cualquiera de nosotros puede llegar a justificar un momento con algo tan oscuro como la violencia. El diablo nunca cumple sus promesas, y si lo hace, es a un alto precioso. Y creer en nosotros mismos es una vía con muchas bifurcaciones que sin embargo siempre nos aleja de la autopista. Allí todo es velocidad y asfalto.

Por tanto, acepta cada matiz del contexto, no escuches a quien no debes, y cree en ti por encima de todo. Y la pasión, en cualquiera de sus modalidades, úsala y déjate usar por ella. Eso fue lo primero que aprendí al llegar a la universidad. Una absurda fórmula de trabajo en la que el ingrediente secreto era la pasión por la vida. Pasión en todas sus modalidades, repito.



Ahora, un extracto de un libro precioso:

"La pasión hace que uno deje de comer, de dormir, de trabajar, de estar en paz. Mucha gente se asusta porque, cuando aparece, derrumba todas las cosas viejas que encuentra.

Nadie quiere desorganizar su mundo. Por eso, mucha gente consigue controlar esta amenaza, y es capaz de mantener en pie una casa o una estructura que ya está podrida. Son los ingenieros de las cosas superadas.

Otra gente piensa exactamente lo contrario: se entrega sin pensar, esperando encontrar en la pasión las soluciones para todos sus problemas. Descarga sobre la otra persona toda la responsabilidad por su felicidad, y toda la culpa por su posible infelicidad. Está siempre eufórica porque algo maravilloso sucedió, o deprimida porque algo inesperado acabó destruyéndolo todo.

Apartarse de la pasión, o entregarse ciegamente a ella, ¿cuál de las dos actitudes es la menos destructiva?"

No sé.

(Once minutos, Paulo Coelho)

martes, 31 de mayo de 2011

Hay personas que te hacen esto::

pintado por Remedios Varo 1956

hacen que dejes de ser de madera y sin dolor sacan todos los pájaros que viven en tus recovecos

lunes, 16 de mayo de 2011

Ni siquiera.


¿Somos idiotas o nos gusta ser infelices?

Caso 1:
Sabes que no hay futuro, sabes que no hay pasado. Muchas veces dudas de si siquiera existe el presente. Un año entero así, y luchas contra viento y marea. No escuchas, no oyes, no sabes, no quieres saberlo, y continúas.

Caso 2:
No la ama, no la quiere, no la soporta la mayoría de las veces. Hace planes, hace historias, ni siquiera él se lo cree. Él continúa, le dice que la quiere, le dice que la ama, desea a otras mujeres, antes incluso se acostaba con ellas. Ahora nada, ni respira para no hacerle daño. Cree que la situación cambiará. Pero no lo hace.
Caso 3:
Juegan a los idiotas, poemas, canciones, golosinas, palomas mensajeras... y luego nada. Ni amor, ni sexo, ni amistad, ni mañana ni nunca. Un mal día, uno de los jugadores se ha ido, el otro le odia, pero nunca intentó llegar más allá. Solo se dedicó a jugar. ¿Y ahora? Ahora nada.

Caso 4
Se aman, se quieren, se soportan, se odian algún rato del día. Se tienen el uno al otro y ella se dedica a llorar por la ausencia de pasteles rosas y vidas en las que para pedir un vaso de agua debes decir: "te quiero". Zorra, el mundo es un lugar cruel: reacciona.

Caso 5
Se levanta, se cae, se levanta, la destrozan, vuelve a la carga. Lo que no tuvo, lo que quería, lo que deseaba, lo que no tendrá, lo que desea hoy. Y parece que no sale el Sol a verla y se hunde otro día más en una vida incompleta ante eso que desconoce. Por suerte, el cabrón que se aprovechaba de ella cada vez está más lejos, alguna noche llora y piensa que ella era un niña indefensa. Llora, se lamenta, se rasca las heridas, llega hasta el hueso, piensa en el suicido, piensa en la policía. Sigue sola, quiere estar sola, ese mundo le da miedo.
Caso 6
Eres una zorra, eres una puta, la gente como tú avergüenza a su familia, me das asco, no sirves para nada, eres inútil, no llegarás a ninguna parte, tú culo no entrará por esa puerta como sigas comiendo, eres fea, no encontrarás jamás a nadie, ¿quién te va a querer siendo como eres?. Esa retahíla cada día. La pobre se lo cree, ella ya es todas esas cosas, acaba de salir del cascarón, no sabe, no puede, es inútil, se ve inútil. Quiere matar al que dice esas cosas, matarle. Y lo hace, pero no deja un cadáver, le deja solo. Ojalá te vayas, y en vez de dejar a un cadáver dejes a ese idiota.

Caso 7
¿El tren ha pasado? No llores. Busca otro billete, o busca otro tren. O limítate a no perder el próximo, las vías no se construyen para un solo tren. Y entre los vagones y tal, somos trescientos.



Buscamos pues la felicidad en la infelicidad más absoluta, por lo tanto somos idiotas :)

lunes, 11 de abril de 2011

Cardamomo


A veces me pregunto si este es realmente el mundo que queremos. No sé ni quién es, ni quién le paga, ¿pero es esto lo que queremos?. Vete acostumbrando a que la verdad no existe no es más que una sucesión de premisas dependientes de quién, cómo y de dónde vengan. Revueltas y revoluciones y ahora qué.

martes, 14 de septiembre de 2010

Fuma aire, pequeña.

Este sería un buen momento para echarse un cigarro entre los labios. Dejar que el sonido de la llama absorba el silencio durante un instante y cambiar el oxígeno por humo denso y blanco. Este sería un buen momento, pero ella no fuma.

Lucía, sujeta entre los labios un cigarillo imaginario que nunca la ha pertenecido. Mira por la ventana y ve el barrio de La Vega, un lugar que se le antoja hogareño, apacible. La ventana tiene rejas, no es un barrio seguro, la verdad, pero arriba en la penumbra del salón oscuro no hay enemigos posibles. La avenida se encuentra desierta, antes hubo un manicomio, más allá un colegio y más allá otro barrio donde muchos buenos chicos se perdieron. Ahora el cuartel de policía dse erige fuerte y fiero rompiendo la arquitectura del barrio. Son curiosos los semáforos, es curioso el juego de luces nocturno: los blancos son dorados, y el semáforo sigue cambiando regular como a la más atestada hora punta.

Veintitrés grados, verano, sería un buen momento para escribir una gran historia pero el humo de tabaco no está. Lucía, se pregunta por qué nunca más nacieron las rosas.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Marca el minuto.

Traga saliva, una, dos y tres veces cada minuto. Si ella está cerca, puede que más. El ruido ahogado suena a música en los oídos de ella pero claro, él no lo sabe.

Hincha el pecho y suspira unas dos veces, cada doscientos veintisiente segundos, el aire entra y sale, ella aprieta la mirada, se desespera, el tiempo se acaba.Venga, se dice, sabes que si te haces la coleta bien fuerte, puedes con lo que sea. Engancha el matojo de leona que le puebla la cabeza y con tres giros de muñeca se siente poderosa. Ahora, los zapatos, no importa los pasos que de hoy, necesita pisar fuerte, que la vean. Aprieta los dientes y los muestra ante el espejo, veintidós piezas brillantes relucen amenazantes.

Luego está él, se muerde el labio veintidós veces cada hora, lo hace con inquietud, él también sabe que el tiempo se acaba. También sabe que no es su labio el que quiere morder.

Ahora son dos ojos, dos para cada uno, se estudian, se tantean, ella es más mala y no aparta la mirada, veintidós piezas blancas vuelven a relucir. El segundo parece que va a echar arder. El segundero se agota, solo es un trozo de metal que te ajusta cada momento. El pulsar del tiempo desaparece y entonces, ¡zas!, eso es tu corazón amigo.

Late, pulsa, está vivo, no es un órgano más, es el comunicador, ¿no ves cómo grita? Una sonrisa y se mueven todos los músculos de la cara, cuántos, no lo sé, pero más de cincuenta seguro. Cuatro miradas después saben que eso es el final, adiós amigo, nunca más será lo mismo. Tú y yo no debemos ser amigos. Treinta golpes sordos, treinta pulsaciones, treinta bombeos de sangre. Después. Ocurre.

Cuatro labios para un solo beso. Dos personas, una un rato. Cómo definimos el rato: más de veinte besos, más de treinta contactos visuales, más de doce roces de sus redondas yemas por su piel suave, más de un millón de latidos en total, más de trece sonrisas cómplices, litros y litros de aire entrando y saliendo de sus pulmones, unas cien palabras.

Hay quien cuenta, y quien siente, ¿cuál de ellos quieres ser?

lunes, 19 de julio de 2010

Salsa de tomate, amor.

Con la tierra pegada a mi piel, vi por primera vez la luz del sol. Algo que parecía un brazo, una rama me sujetaba desde arriba, desde el centro de mis pensamientos. La fina película que me cubría se había tornado del mismo color que mi corazón. Mi recolección era una cuestión a la que me asomaba frenético y perturbado. Creo que no es el momento de decir quién, o cómo soy sino qué soy. Pues bien señores y señoras, yo soy un tomate.

Como cada día los pasos de Lola se hunden con calma sobre la tierra húmeda, madre de todos nosotros. Lola pasea entre las tomateras, y solo se detiene ante los sanos tomates rojos que se distinguen como lunares sobre la extensión verde de plantas. El tamborileo de sus pasos se detiene y con vergüenza me empiezo a sentir observado, y si un tomate es notorio imaginen un tomate gordo y ruborizado. Se acerca a mí, y con una ceja levantada me mira. En ella hay algo maternal, en segundos siento más apego hacia ella que a la mano verde que me sujeta y que impide que me estrelle contra el suelo. Su brazo se adelanta, yo incluso tiemblo, sus yemas se hunden lentamente en mí, tira hacia abajo de mi cuerpo, y conmigo en su mano me deposita suavemente sobre los demás tomates como si fuera un insecto sobre una hoja.

Ha pasado un rato, ahora estoy en un lugar cerrado, con techo, me pregunto dónde estará el sol dándome calorcito. Lola mira el reloj de poco en poco, mira su teléfono, mira hacia la puerta, respira agitadamente, bebe agua una y otra vez, está que se sube por las paredes. Llaman a la puerta, ella contiene la respiración un segundo, se mira en un espejo que lleva en el delantal, se limpia unas manchas de barro que le produjo un tomate suicida y corre a abrir. Es Mario, el cocinero, un tonto que no se da cuenta del amor que alguien le profesa en esa casa. Con unas palabras escasas, entrecortadas, de educación los dos adultos se dirigen a la cocina.

Ahora ha llegado el momento de que me preocupe por mi futuro. Porque ya que alguien me escucha no me gustaría mezclarme con mis parientes en una salsa de tomate frito, una botella de Ketchup o un Bloddy Mary. Sin embargo no estaría mal conocer a una lechuga en una ensalada, o una lubina que me contara cómo es el océano. Bueno, volviendo a estos dos, van y vienen por la cocina intentando, ahora lo digo sin reservas, que no se note que se aman, ni se rozan, ni se acercan, casi ni se miran, con lo que yo daría porque alguien me quisiera. Si consiguieran tener un contacto mínimo, una caricia de las manos de Lola, un soplido de Mario. Tengo un plan para no ser olvidado.

Amontonado entre los demás, la tabla de cortar se alza como una guillotina mientras el cuchillo desmenuza a mis compañeros, organizándolos en cuencos de colores para la comida. Mario me agarra, me sujeta con decisión pero justo en el momento en el que casi estoy rozando el cuchillo me escabullo hasta el bolsillo de su mandil. Ahí bien resguardadito, le oigo gritar. Lola corre preocupada a curarle, y por fin se tocan, se miran de cerca. Por fin, Mario dice “este tomate no se me va olvidar en la vida”, y Lola dice “a mí tampoco”. No quiero ser cotilla, pero han quedado para cenar
.