lunes, 12 de marzo de 2012

Flower boy, el cuaderno azul (II)

El psicólogo estaba leyendo los cuadernos del suicida, le había llevado su gran obra para que pudiera no solo aprobarla sino admirarla. El lujo de detalles era inmenso, por ejemplo recogía un método de suicidio en el que un sistema de poleas le clavaría un cuchillo muy ancho. El sistema estaba diseñado para que en el momento en que se fuera a clavar el cuchillo en su yugular unos segundos antes algo presionara su cabeza de tal manera que se desmayara. Sabía cuánto medía cada cuerda, cada contrapeso, la longitud del arma, lo había medido todo. Llenaba las hojas de todos los cuadernos, de una manera ordenada, no faltaba ningún detalle. Era un suicida de escuela, el psicólogo no lo podía creer tenía entre las manos un largo manual de formas de morir, aquel hombre de verdad quería seguir alguno de aquellos planes. La perplejidad sólo aumentaba a cada página que pasaba. Lo más curioso para el profesional era su propia sensación interior, en parte estaba creciendo en el un sentimiento muy hondo de respeto hacia aquel hombre. En parte, se sentía maravillado ante la transparencia de aquel hombre enfrentándose a la muerte. En parte se sentía culpable de verlo como alguien a quien respetar. En parte sabía que aquel hombre no había contemplado otra opción que la del suicidio, era un anillo para un dedo. En parte se sentía maravillado y culpable, culpable y maravillado. Aquel hombre no contemplaba la vida como algo plausible, viable, no era una opción.

-Bueno qué le parece, debería decidirme por alguno de los métodos verdad. No quiero demorarme demasiado, si llega la primavera me quedaré la temporada de buen tiempo y me gustaría llevar a cabo el plan cuanto antes.

-Le propongo algo mejor, o mejor dicho, le propongo algo más.

-Hable, tengo que tenerlo todo en cuenta y más de una persona que ha leído los manuales.

-Los manuales como usted los llama tienen un franca minusvalía, se le ha olvidado un aspecto imperiosamente necesario en todo este asunto.

Guerra estaba perplejo, avergonzando incluso. ¿Qué coño se le podía haber olvidado? Eran planes perfectos los miraras como los miraras. Se recolocó los puños de su camisa, el cuello, cada triángulo a cada lado de la corbata, se echó un mechón de pelo cansado sobre la frente hacia atrás, colocó aquel ridículo mechón sobre su cabeza peinada hacia atrás, brillante, repleta de gomina. Rebuscó en su bolsillo, necesitaba un cigarro, ¿qué había faltado en su plan brillante? Sacó el paquete aún por abrir, arrancó el papel plateado y como muchas otras veces olió el paquete de cigarrillos recién abierto. Su vida de repente se hundía estrepitosamente, qué faltaba ahora. Cogió el mechero entre sus dedos, lo miró como si nunca lo hubiera antes, tenía una inscripción en la tapa, te souviens tu. Te recuerdo encendió la llama, los dos estaban en silencio, la llama parecía quemar el silencio. Encendió el cigarrillo perdido entre sus pensamientos, tocando cada punto, qué había fallado en sus meticulosos planes. Extraía cada trozo de humo del tubo de tabaco que manejaba en las manos mientras miraba su viejo mechero. Paladeó durante unos segundos, el sabor del cigarro en su boca, la primera vez que con aquel mismo mechero había encendido un cigarrillo. La primera vez fue tras abrir el pequeño regalo, se lo había regalado ella. Dónde estaría ella hoy. Ahuyentó el humo y los recuerdos que habían vuelto durante unos segundos, ahuyentó a su fantasma preferida.

-El gran error es que ha obviado algo muy importante.

-Dígamelo ya, por favor.

-Volveré en unos diez minutos, no se vaya por favor. Esta consulta corre de mi cuenta.- El psicólogo se levantó y se perdió escaleras abajo.

Segundos después la secretaria asomó la cabeza por la consulta con cara de extrañada. El suicida la saludó como quien dice: aquí no hay nada interesante. Ella se ajustó las gafas y volvió a su mesa en la sala de espera.

A los pocos minutos apareció el doctor con un cuaderno de tapas azules en las manos. Dividió el cuaderno en grupos de hojas, cuatro grupos. Dobló una esquina en el comienzo de cada sección y puso cuatro títulos. Cosas que merece la pena sentir, cosas que merece la pena ver u oler. Cosas que merece la pena recordar. Cosas que merece la pena vivir. Dejó una última hoja libre. Arriba puso, busque el patrón que guían todas esas cosas.

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