lunes, 12 de marzo de 2012

Flower boy, mi amor (III)

-El título para este cuaderno debe ponerlo usted.- dijo el psicólogo al entregarle el nuevo cuaderno.

Nuestro suicida fue a casa y continuó trabajando. Al principio le costó pero poco a poco las ideas surgían. Adoraba el azúcar quemado, el olor a laca de peluquería de barrio. Siguió con las cosas que merece la pena sentir luego las que merecían recordar y todas aquellas que había vivido o quería haber vivido antes de su suicidio.

Fue como si entonces el mundo se parara. Sólo estaban él y su cigarro. Bueno y la eterna compañera: su sombra alargada y delgada dejando señales en cada pared. Respiró el aire, la última vez. Eternidad, allá voy, respiró su último trozo de tabaco y pensó en que muchas guerras se habían terminado ya. Pensó en la primera vez que besó a alguien, pensó en la primera vez que lo besaron, pensó en el café que tomó en su primer día de facultad. Pensó entonces en su madre con aquel vestido azul, con su padre con la pipa entre los dientes. Pensó en las macetas viejas, ajadas, el viento soplándoles encima. La guerra se terminó tantas veces, pensó en ella. Ella fue el amor de su vida. Pensó en su pelo, en su olor todavía pegado a su memoria. Pensó en sus manos cuando hacían el amor, pensó en sus ojos. Pensó en cómo le gustaba amarla de estación en estación, de día en día, de hora en hora. Pensó cómo se querían sin verse, sin apenas conocerse, pensó en la energía de los encuentros, en la tensa y larga espera. Pensó en aquella copa que tomaron a medias un día que no tenían dinero. Pensó en Roma, en Soria, en el pueblo. Pensó en la cama, en el sofá, en casa, en el hotel. Pensó en los viajes tan fríos y largos que tenía que hacer para encontrarla. Pensó en el miedo que sentía y en el no poder decirle que la quería. Pensó en el momento en el que ella se rindió, pensó en el momento en el que ella no podía esperarle más. Pensó en todos los momentos buenos, dentro de ella, junto a ella, encima de ella, debajo de ella, en resumen: con ella. Pensó en su ausencia infinita, en su adiós, pensó en su te souviens tu. Pensó en su rendición, en su miedo, en su amor. Pensó y no supo. Pensó y ante la llamada tan cercana y precisa de su propia muerte descolgó el teléfono. Se suele decir: ¿qué harías si no tuvieras miedo? Llevaba tanto tiempo callado que no sabía si la voz le iba a salir, no sabía si sus cuerdas vocales aún vibrarían.

Sonaron tres toques, alguien descolgó el teléfono.

-Hola, ¿quién es?- era una voz masculina.

Las palabras se le atragantaron a la altura de la boca del estómago, pero llegaron hasta la boca.

-Buenas tardes, estaba buscando a Ana.

-Hola, ¿quién es?- Ahora era su voz, la voz femenina le dio un tremendo escalofrío.

-Ana, soy yo, ¿reconoces aún mi voz?

Pareció reponerse del impacto de esa voz unos segundos y dijo:

-¿Cómo no voy a conocerte? ¿Cómo estás?- se notaba que estaba nerviosa, y que sonreía.

- Estoy muy bien, como quien viaja en el tiempo. ¿Cómo estás tú?

-Siempre con tus respuestas misteriosas… Estoy bien recién llegada del trabajo. Ahora vivo en Barcelona. Has hablado con mi hermano, pero no creo que lo recuerdes, era muy pequeño cuando tú y yo… nos conocimos.

-Bueno quería decirte algo, lo quiero hacer porque me encuentro en una situación extraña. Y no quiero dejar ningún cabo suelto, y tú eres uno de los importantes. Te voy a pedir que no hables.

- ¿Cuál es la situación extraña?

- No hables, ¿vale? Sabes que soy un miedica. -Los dos empezaron a reírse y eso además de relajar la situación trajo multitud mil momentos a la línea del teléfono.

-Ok, escucharé y las explicaciones llegarán luego.- Tomó todo el aire que quedaba en la habitación y comenzó.

- No sé nada de ti desde hace cerca de unos diez años. He sido el acosador que aumenta las visitas de tu facebook y he hecho de tu vida un esquema y una historia sustentada a base de los comentarios que recibes o haces. Imagino cómo es tu vida ahora a través de todo lo que cuelgas en el muro, intento recordar quién eras e imaginar como eres hoy. Vivo en Barcelona sin que tú lo sepas, porque no quiero que sepas, que salgo cada día a la calle con la esperanza de encontrarte en cualquier jardín, y asustado, atemorizado de cómo sería el encuentro de darse. Muchas veces cojo el mechero, el te souviens tu, y espero que aquella frase fuera una promesa encriptada. Y ahora me hallo en una posición extraña, porque no tengo miedo. Nunca me he sentido así, no he tenido ni miedo, ni aire desde que decidí llamarte. No tengo miedo de decirte que recorro con la yema de mis dedos la inscripción del terecuerdo en francés. No tengo miedo de decirte que sigo pensando que volverás, y sé que todo fue culpa mía. Sé ahora que tú eras el amor de mi vida, sé que lo sabía entonces pero nunca me atreví. Nunca supe llegar más allá agarrarte la mano y llevarte a casa. Nunca supe, nunca me sentí lo tremendamente fuerte para hacerlo. Nunca pude, me aterrorizaba pensar que tú dijeras no, que todo fuera un teatro en mi cabeza. Me asustaba despertar un día y notar tu ausencia en todas partes, notar que las distancias habituales se habían llenado de muros inquebrantables. Me atemorizaba que no me quisieras como lo hacía yo. Y llegó el día en que te diste por vencida, yo nunca daba muestras de nada. Yo te ponía el caramelo en la boca te dejaba saborearlo unos segundo y luego cerraba la conversación, volvía a mi ciudad y me llevaba el caramelo lleno de tu saliva en el bolsillo con el papel ahora arrugado cubriéndolo. Y te diste por vencida, y yo me rodee de orgullo, y continúe contigo, pero sin ti. Ya no era distancia, ya era una guerra perdida. Ya me abandonaste por sentirte abandonada. Me abandonaste tú, y me abandoné yo. Y ahora ando a un paso de dejarme ir para siempre. Y pienso en ti, la única persona con la que pude pensar en un para siempre. ¿Sigues ahí?

La voz se demoró unos segundos, y ahora parecía como si tuviera lágrimas pegadas encima. Se oía una respiración al otro lado. Tomó aire y contesto:

-Siempre.

Ambos respiraron, conscientes del aire de nuevo del mundo, belleza pura de oxígeno. Un gran peso sobre los hombros de Guerra había desaparecido. Su amor al otro lado del teléfono, igual muy lejos, mucho más lejos que la fronteras de la vieja Barcelona pero escuchándole a él.

De repente, Ana decidió colgar.

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