lunes, 12 de marzo de 2012

Flower boy, los suicidas no necesitan esquela (IV)

El sonido de fin de llamada le rompió el corazón un poco más. Lo de antes habían sido pequeñas rupturas, esto era la confirmación, la gran grieta que algún día acabará con el mundo. Un dulce y amargo final para nuestro héroe suicida. Se repuso cuanto pudo y acudió al cuaderno rojo, tenía prisa porque los pensamientos llenaban todo el aire de la habitación y eso le ahogaba. Método Número Siete: el salto del ángel muerto. Consistía en caer por la ventana. No era demasiado original, el menos original de todos los métodos pero era eficiente, y rápido. Y necesitaba mucho dolor físico para olvidar el interior que parpadeaba y rasgaba palpitando.

Buscó su mejor traje, su preciosa corbata y sacó brillo a sus zapatos. Encendió su último cigarro aquel que iba a ser el último, y lo saboreó mientras se peinaba el pelo hacia atrás como siempre le había gustado. Se limpió un lagrimón que cayó al mirarse en el espejo de aquel cuarto de baño de ciudad grande. Se colocó la chaqueta, abrió la ventana de par en par, la que mayor y mejor vista tenía de su amada Barcelona. Dejó que pasaran unos minutos para que el viento de final de invierno llenara toda la habitación. Se sintió dichoso de esa brisa preprimaveral y de esa luz de tarde previa al atardecer. Puso la banqueta que lo separaba del vacío, se sentó en el alféizar, comprobó que en su bolsillo aún estaba su mechero Te souviens tu. Tomó su última bocanada de aire, apagó el cigarro y lo lanzó al vacío.

-Ese será mi último viaje sobre la tierra, y pienso gritar: adiós mundo cruel. Ahora esa frase tiene mucho sentido. – lo dijo para la habitación y para sí mismo, lo dijo para toda Barcelona.

Respiró. Cerró los ojos. El silencio era inmenso.

Llamaron a la puerta, otra vez, llamaron a la puerta. ¿Cómo era posible? Ahora ni se respetaba a los suicidas. Bueno para lo que quedaba de tiempo en la tierra, qué más daba. Saltó.

Saltó dentro de la habitación y fue tranquilo y pausado a abrir la puerta. Descolgó el telefonillo y no contestaba nadie. Aquello le enfadaba, estaba ocupado, ¿el estúpido universo no lo entendía? Dio media vuelta para seguir con su tarea, de repente aporrearon la puerta de su casa. Abrió directamente, era un hombre sin miedo.

-¿Qué cojones te crees? ¡Estaba muy ocupado!- gritó porque le apetecía, ni siquiera había abierto la puerta del todo.

-Lo siento, colgué para llegar más rápido.

Nuestro suicida sintió un mareo por todo el cuerpo, y los nanosegundos en los que la puerta recorrió todo el espacio para mostrar quién estaba al otro lado se hicieron eternos. Pero aquella voz no podía ser otra que la de Ana. Y sí, era ella.

Estaba preciosa, tenía el pelo suelto y largo. Iba vestida con una especie de pijama de muchas partes. Tenía la cara roja, como de haber corrido o llorado. O ambas cosas. Y los ojos como siempre pero más profundos.

-Pensé que no…- las palabras no le salían, la vida había vuelto a comenzar en ese instante.

-Te dije que siempre, me dijiste que si seguía ahí y te dije que siempre. Y sabía que estabas en Barcelona, sabía incluso cuál de todas era tu puerta. Te souvient tu.

Se abrazaron y fue como si diez años no los hubieran apartado. Se hundieron el uno en el olor del otro, como si fuera un buen sueño. Con esa promesa interna de recoger cada detalle del momento en la cabeza. Apoyaron sus cabezas en la frente del otro.

Dos semanas después, el psicólogo avergonzado seguía recorriendo las páginas de los periódicos y buscando a su suicida. Leía las esquelas de todos los periódicos de Barcelona. Seguía sin saber nada del Señor Guerra. Llamaron a su puerta y era su secretaria.

-Alguien ha dejado algo para usted.

Traía en los brazos un sobre de color caqui de tamaño folio, más o menos pesado. En el remite, había una sonrisa y un gracias tatuado por una letra que le resultaba conocida. Lo abrió curioso.

En el interior del sobre caqui había cuatro cuadernos.

1. Cuaderno Verde: Bye bye mundo

2. Cuaderno Rojo: Ensayos para el plan de mi fin del mundo

3. Cuaderno Azul: El doctor me dijo que buscara cosas buenas de la vida.

4. Cuaderno Blanco: Mi suicidio, la historia de cómo continuó mi vida.

"Flor de un día, flower boy. Flores que deciden apagarse porque tienen una belleza sucinta al tiempo. Flower boy murió pero nació otra cosa en el lugar en el que él se había perdido. Si eres flower boy pierde el miedo."

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