martes, 14 de septiembre de 2010

Fuma aire, pequeña.

Este sería un buen momento para echarse un cigarro entre los labios. Dejar que el sonido de la llama absorba el silencio durante un instante y cambiar el oxígeno por humo denso y blanco. Este sería un buen momento, pero ella no fuma.

Lucía, sujeta entre los labios un cigarillo imaginario que nunca la ha pertenecido. Mira por la ventana y ve el barrio de La Vega, un lugar que se le antoja hogareño, apacible. La ventana tiene rejas, no es un barrio seguro, la verdad, pero arriba en la penumbra del salón oscuro no hay enemigos posibles. La avenida se encuentra desierta, antes hubo un manicomio, más allá un colegio y más allá otro barrio donde muchos buenos chicos se perdieron. Ahora el cuartel de policía dse erige fuerte y fiero rompiendo la arquitectura del barrio. Son curiosos los semáforos, es curioso el juego de luces nocturno: los blancos son dorados, y el semáforo sigue cambiando regular como a la más atestada hora punta.

Veintitrés grados, verano, sería un buen momento para escribir una gran historia pero el humo de tabaco no está. Lucía, se pregunta por qué nunca más nacieron las rosas.

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