miércoles, 26 de septiembre de 2012

Corazón caballo loco...

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Es irremediable. Irremediable y atractiva la fuerza con la que se atraen los polos opuestos. No hablo de imanes, no hablo de corrientes, no hablo de aire frío y caliente, y no, tampoco hablo de sexo. No hablo de la fuerza que junta un instante con otro, y con una casualidad la corriente eléctrica sigue fluyendo como mera e invisible energía creadora.

Cuando hablo de polos hablo de ellos dos. Dos seres completamente diferentes, e indiferentes. Una que se vuelve más sorda día día. No oye lo que hablan, lo que aconsejan, lo que sugieren. Es una jodida sorda. Él oye demasiado porque escucha, presta atención no pierde hilo a nada que se escape en el viento.

Él come de todo, saborea, huele, escucha el aceite burbujear caliente bajo el filete de cerdo. Ella a cambio, come por inercia, por costumbre, por pura supervivencia. No es que no le guste, no es que no disfrute, no es que no deshaga cada trozo de helado con suavidad en su boca. El verdadero problema es que ya no importa que ese helado sea de chocolate, de fresa o de vainilla. No importa que sea helado, o que sea aire inflador de palabras.

Ella camina por la calle con la convicción de los vencidos. Tiene los hombros caídos y el cuerpo oportunamente ladeado hacia delante como si los hombros quisieran juntarse en algún momento del camino. Él por el contrario parece un príncipe. Lleva la cabeza alta, de tal manera, a veces parece mucho más guapo de lo que es. Lleva la cabeza de tal manera que parece que la corona nunca se le vaya a deslizar hasta el suelo.


Ella tiene recuerdos. Él tiene recuerdos, y sueños.


De pronto, algo sucede. Estrellas en el cielo, planetas en el universo, coincidencias en la Tierra, conjuros hacia el firmamento. ¿Quién sabe qué? ¿Quién sabe cómo? Él toma la calle principal, ella la secundaria. Hay obras, uno de ellos debe cambiar de destino, ahí está una excusa del firmamento para que se encuentren. 

Es curioso cómo a veces los corazones están rotos. Es curioso cuando las mentes están perdidas. Es curioso que por un instante por muy ínfimo que sea las líneas paralelas sufren una levísima desviación, una sintomática levedad de la razón de ser del desvalido futuro, el desamparado y grandioso futuro. Y sucede que lo ojos ven otros ojos que los llaman, sea en un primer contacto una necesidad sexual. Sea. Lo que quiera Dios que sea. Pero que es.

Es curioso como las líneas paralelas sufren un vertiginoso, o un pequeñísimo cataclismo. Y el abismo de las posibilidades se abre ahí. Inmenso, oscuro, y claro. Profundamente claro, y profundamente profundo. Y las líneas se tocan, se conocen, se abren, se deshacen la una con la otra, se unen (pero no por mucho tiempo dicen las malas lenguas). El viaje continúa.



Él está vivo. Ella más aún.

lunes, 30 de julio de 2012

Gracia Eva, por morder la manzana.


"El pecado no nació el día en que Eva cogió una manzana: ese día nació una espléndida virtud llamada DESOBEDIENCIA."   Oriana Fallaci 




           La desobediencia nació en el mismo punto en que nacieron las reglas. Nació en aquel vergel sin dolor y sin vergüenza del que tanto han hablado. Por un lado, el hombre y de él nace la mujer. La mujer ya aparece en esta parte de la historia como un  trocito de barro, un pedazo de hueso, un trocito de nada que se convierte en el origen de todo. El Creador, tras crear, pone las barreras: no toquen ustedes ese manzano. La "estúpida" Eva  se deja seducir por un diablo disfrazado. Eva muerde la manzana. Eva y todo su futuro sufren el castigo de los cielos.

Y esa es nuestra historia. Las Evas del siglo veintiuno se encuentran en una disyuntiva continua. ¿Muerdo la manzana o aún no he adquirido el  derecho de saborear su dulzura? La manzana es todo: todo el placer, todo lo prohibido y toda la libertad de la toma de decisiones. Eva solo quiere hundir sus dientes en la piel roja, arrancar el trozo con furia y comer, masticar el resto de la eternidad con el mismo derecho que un Adán. 

A pesa de todo el tiempo discurrido, las hijas de Eva continúan cargando con la culpa. Continúan siendo el claro objetivo de las armas de los otros y de ellas mismas. El Edén actual, continúa expulsando a Eva de toda las virtudes que le presta a Adán. Los Adanes se desenamoran y las Evas miran hacia otro lado, cansadas del perdón que deben rogar y concederse a sí mismas.

Las Evas pagan cada día el "gran error" de su madre. Cuando las Evas muerden la manzana parece que el mundo las vuelve a señalar. Además parece como si ese vengativo Dios que las expulsó las hubiera diseñado para quedarse vendidas cada vez que con picardía sonríen a la desobediencia.

Sin embargo, las Evas continúan en su empeño. Ya no odian el error de su predecesora, ahora lo aceptan, y lo defienden. Y se comen el manzano entero. Los o las que tienen miedo no se resisten al silencio, las apuntan y juzgan con la mirada, o contruyen palabras tan frustrantes como guarra, cerda, puta. 


Somos completamente libres, tenemos derecho a ser quien queramos. 

Gracias Eva por morder la manzana.


Dedicado a Ana, compañera en morder manzanas y desobedecer a mi lado.


**Imagen extraída del blog Cómputo de Fantasmas
**Vídeo Trailer de Diario de una Ninfómana, muy recomendable para Evas y Adanes descarriados

sábado, 16 de junio de 2012

Las hijas de Occidente.


Mi amigo habla de la doble moral occidental como quien habla del tiempo. Se suele molestar conmigo porque yo soy parte de esa moral occidental, yo soy española, educada en el catolicismo y blanca. Por estas y otras razones yo paso a ser en su mapa del mundo un ser más de la masa histérica de occidente.

Este post no es para criticarle ni a él ni a su mapa del mundo. Tampoco vengo yo a reafirmar mis pensamientos religiosos, mis pautas sociológicas o mi filosofía vital. No. Pero estoy cansada de que piense que el haber nacido a este lado del mundo incapacita mi objetividad acerca de lo que pasa en el tiempo que nos ha tocado vivir.

Sin embargo, sí que entiendo a qué se refiere. Él se considera del otro equipo, del perseguido equipo de los no occidentales, más en concreto él se considera del equipo enemigo por antonomasia de Occidente, él se considera uno de los muchos que pagan por sus creencias lo que hicieron un grupo de fanáticos allá por el once de septiembre de aquel año que todos sabemos. En bastantes ocasiones coincidimos en gran parte de las cosas pero no acaba de quitarse las esposas y comprender que yo no soy su enemiga. Yo no soy Occidente. No soy al menos el Occidente que él espera.

Yo he crecido en una familia que cree en Dios, no ciegamente, pero cree. Yo he crecido en una casa en la que me han enseñado que todos somos iguales, al menos en teoría. Yo he crecido en una casa en la que me han inculcado que como mujer, y como persona debo hacerme valer. También me han enseñado a ser libre, dentro de las pautas necesarias para ser feliz. Y me han enseñado mil cosas con las que no he podido transigir y de las que he salido a gritos.

Pasa mientras escribo una mujer completamente cubierta, sólo le veo los ojos y eso en una ciudad pequeña de interior con no demasiados visitantes siempre escandaliza. Bueno la chica pasa y todos nos giramos, cada cual sabe por qué. Un hombre a mi lado hace una elegía a la feminidad y a la libertad de las mujeres.

- Quién se cree su marido para obligarla a llevar la cara cubierta. No me parece nada bien que se permita algo así. Su cultura la está ahogando, le está quitando la identidad y la feminidad. Que maltratadas están las mujeres musulmanas, no hay más que verlas.

Cuando acaba su mujer le da razón como a los tontos porque está muy mal que una joven lleve la cara tapada. Y es mucho peor cuando lo hace por un marido, por un padre, por un hombre, por un dios. El discurso continúa por ahí diciendo que las mujeres musulmanas están perdiendo su identidad a cada paso que dan cubiertas, que están presas, que nadie las deja elegir.

Casi estábamos todos convencidos y agradecidos del Occidente este en que vivimos. Menos mal que nuestro padre no nos obligó nunca a cubrirnos con un velo, menos mal que nos pueden ver la cara. Menos mal. La retahíla sigue por ahí.

Vuelve a pasar una mujer al lado del grupo. Va muy arreglada, y me atrevería a decir que va muy guapa. Lleva una falda a la altura de la rodilla, una camiseta suelta de tirantes y el pelo en un gran moño rubio. Lleva la cara pintada y unas lentillas de color azul sobre los iris. Lleva unos tacones altos, muy altos que estilizan su figura. Pero lo más llamativo de todo es su delgadez. Su vidriosa delgadez. Es tan sumamente delgada que los hombros parecen las juntas redondeadas de un muñeco de madera. Su rodillas parecen dos huevos a punto de descascarillarse. Sus pómulos ya de por sí remarcados con el maquillaje se muestran altos, y le dan a su cara un aspecto de novia cadáver pintada como Barbie. Tiene un andar débil y los ojos tremendamente tristes tras las lentillas, claro que este es un detalle inadvertido para  los que miran a la dulce y atractiva muñequita.

Esta vez el hombre no hace ningún comentario. Se queda anonadado mirando las curvas (inexistentes) de la chica, la observa en silencio mientras se pierde entre la gente bajo la atenta mirada de su esposa que en cierta manera desea que su marido la mire así. La señora acaricia sus patas de gallo y acto seguido se recoloca la falda para dejarla más baja de la altura de las rodillas.

En esta ocasión no oímos que la chica esté obligada a nada, no oímos que la dulce mujer rubia sufra por su cultura. Yo me pregunto, ¿no ha perdido la identidad también al verse completamente sometida por el canon de belleza ideal? De verdad que a nadie le preocupa que en una sociedad tan ideal como la de Occidente hayan nacido enfermedades como la anorexia, la bulimia, la vigorexia, la tanorexia y otras tantas. No es peligroso que la obsesión por el culto al cuerpo haya derivado en una perdida total de identidad personal.

A nadie le escandaliza que nos cubramos de maquillaje, nos subamos a grandes zapatos, nos sometamos a operaciones y a miles de dolores por belleza. Por necesidad de belleza, de autoestima, de ser parte en la sociedad de consumo. Las hijas de Occidente no viven mejor, no debemos olvidarnos por ser parte. Haz el ejercicio, échate para atrás, cierra los ojos, ábrelos. Ahora distánciate lo necesario de todo lo que crees o lo que eres. ¿La necesidad de belleza, qué ha hecho con las mujeres en tu cultura? Hipócritas, ¿ahora no lo vemos? Ahora no vemos el yugo visible de la belleza estereotipada.

Sea como sea, las mujeres quieren que las dejen elegir. O que no las dejen elegir, que también supone una forma de elección.

Actuemos en conciencia, así seremos los responsables.

domingo, 10 de junio de 2012

Graduada y rescatada

Grecia ha sido el miedo de todos nosotros. Ahora somos Grecia.
Somos la juventud de este país, y nos ha explotado en las manos la burbuja inmobiliaria. Hemos sabido antes que nadie sobre la prima de riesgo, la salud de los mercados y la pertenencia a los sin-futuro.
El mismo día en que el decano de mi facultad me puso la banda sobre los hombros mientras me deseaba suerte los periódicos titulaban que España estaba al borde del rescate.
Esto es así, somos parte de la historia. Hoy, un día graduada ya hemos sido rescatados.
Antes apoyábamos a los griegos, ahora somos los griegos.
Hoy es 10 de junio de 2012. Ya no estamos en el filo, ya hemos caído.
Graduada y rescatada.

jueves, 24 de mayo de 2012

Cuando caen los tiranos

Cuando caen los tiranos todo el mundo se mira confundido.

Cuando cae el malvado villano que todo lo ocupa por fuerza la gente mira hacia los lados, expectante, buscan ese toque, esa punta de lanza que establezca un nuevo orden. Buscan un nuevo líder. Digo líder, no es necesario que sea príncipe o villano, hace falta un líder. 


Ahora que ha muerto el tirano, que nos ha atado, maltratado, tapado la boca, robado el dinero. El tirano ha matado la poesía, ha violado el acuerdo tácito de la democracia. El tirano y su entramado se han situado tras gafas ahumadas y nubes de humo de puro. Los tiranos le han quitado a la gente la verdad, sólo conocemos la versión oficial. Malditos tiranos.

Los tiranos, merecen la muerte por pisotear el concepto. Por machacar el constructo. Los tiranos han atado a la libertad, la justicia y todas esas deidades que se nos antojan indispensables. 
Malditos tiranos.

El perfil del tirano es claro, es un hombre de mediana edad, héroe de algunos, verdugo de demasiados. Probablemente tenga alguna piedra en el camino que le enloqueció y bueno del resto qué os puedo contar. ¿Quién no reconoce lo que es un terrible tirano? Obtuso, con la mente cerrada, la lengua llena de palabras grandiosas y los pies de barro por mucho oro que cargue encima.

Bueno, cuando el tirano agoniza, la gente empieza a susurrar. En las calles se ver arbolitos ardiendo, pintadas hijas de las noches más oscuras y las abuelitas acuden a las iglesias a rezar por un futuro que no sea igual a su pasado. Los hombres intentan mantenerse ocupados, las mujeres tragan saliva mientras hacen la cena, los adolescentes locos de hormonadas ideas rebuscan en los noticieros un pico, un guiño, una señal del presentador que hable del agonizante tirano.

Suceden los días, los meses, los años pero el cabrón tirano continúa coleando. "Bicho malo, nunca muere" escriben en la pared de tu casa. El silencio es sepulcral, ojalá muera el tirano. Quiera Dios que muera el tirano. Silencio, en espiral, todo el mundo callado. Esos viejos oficinistas de anciano malvado colaboran en el silencio, en la incertidumbre, en el respeto, en el futuro más obtuso. La máquina de los  tiranos continúa, el engranaje propicia el silencio.

Muere el tirano. Todos se miran asustados. ¿Se puede hablar ahora? 
Sí. Se ha muerto el malvado, pero en todos sus años de  vida que hemos hecho más que colaborar  en su obtusa visión del mundo. El que calla otorga, y nos hemos callado. ¿Quién quiere ser el próximo tirano? Vocifera la versión oficial. 

-No nos asusten ustedes con el polo opuesto del tirano, moriremos si nos cambian las reglas del juego.

Cuando caen los tiranos la gente se mira  confundida, mira de un lado a otro con el gesto serio y los ojos ahogados de culpabilidad:
**

 Le diste la voz al tirano al pasar callado tanto tiempo.





**Imagen extraída de http://aserne.wordpress.com/





Vosotros los condenados a muerte.




Vosotros los condenados a muerte, no a la muerte entendida como pérdida de vida sino la muerte como ese punto de inflexión que anula toda posibilidad de futuro. Nosotros somos la generación perdida. Esa frase está maldita, no la puedo pronunciar en alto. Ahora mismo mientras escribo sola en silencio, en mi casa, conmigo misma como único público intento decirla en alto pero nada, no soy capaz ni de mover los labios. Incluso me cuesta entrecomillarla y esa primera persona del plural me repiquetea y por las noches, por qué no decirlo me quita el sueño por completo y me desordena la sangre. 


Tengo veintiún años, acabo la carrera el próximo septiembre. Soy relativamente joven y ya estoy condenada a muerte. Cómo se va a echar a perder una generación, no, no y no. Simplemente no tenemos futuro, no encontraremos trabajo, no tendremos experiencia, no podremos ser aquello para  lo que nos hemos preparado. No no y no. Repito la frase, tengo veintiún años, y SOY joven, aunque me sienta vieja.


Mi generación no está perdida, está hasta los cojones de oír no. Soy estudiante de periodismo, estoy al borde, en el filo, saboreando esos últimos días de universidad. Cuatro años que me han cambiado la vida. Se me llenan los ojos de lágrimas de pensar lo poco que los he disfrutado. La universidad me ha dado tales alas mentales que sólo puedo sonreír cada vez ando por los pasillos. Aún soy alumna, aún pertenezco a ese grupo de la sociedad que está aprendiendo, que está labrándose un futuro, aún me están pegando las plumas a las alas. 


La universidad para mí ha sido como una trepanación mental. Un agujero en el cráneo a tiempo ahorra que el cerebro se embote, se hinche, se muera de la presión. La  Universidad ha sido aire muy fresco en mi cabeza. A pesar de las noches en vela, del estómago frenético en café. De los días que he llegado tarde, de los compañeros cabrones, de los grandes amigos. De los descubrimientos, de las horas perdidas en la biblioteca. De las clases magistrales. De los poetas, de los periodistas, de los diseñadores de los publicistas, de los informáticos, de los conserjes, de las señoras de las limpiezas, del lunes a las ocho de la mañana. Con todo, la Univeersidad ha cambiado mi vida. Y me da tanta pena que acabe.


En un primer momento sentía que me libraba de esa piedra, de la atadura de ser inexperta, de depender de una  calificación, de estar anclada a un horario. Pero ahora, con ese recurrente Síndrome del Fin del Mundo, soy capaz de apreciar todo lo maravilloso de esta época. 


Y ahora se supone que tengo que salir ahí fuera y enfrentarme a eso que han decidido llamar La Generación Perdida, la puta generación perdida, si me permiten. Sí, Laura perteneces a esta generación de inútiles, que no saben del sacrificio, que son arrogantes y que dominan de tal manera la tecnología que se han atrevido a mirar por encima del hombro no solo aa sus padres sino también a sus abuelos.


-Sí, estúpida, perteneces a la Generación Perdida. 
-Pero no, no me da la gana. No. Puedo decir no. Aunque nadie me escuche me lea, me da igual. Ni siquiera sé cuál es el sueño de mi vida. Pero no. NO. No me voy a rendir. 

¿Cuántas generaciones perdidas ha tenido la humanidad? 

Tenemos los intelectuales españoles del XIX, los desposeídos, los Blanco White y semejantes. Váyase a otro país, sea repudiado y repudie por todos los valores en los que ha sido criado, no se haga la víctima. Luche, vea más allá. Tenemos a Yoani, al otro lado del Atlántico, fuerte, hermosa, inteligente, disidente y muchas otras cosas más. Ella es Generación Y, enhorabuena señora Sánchez. ¿Y qué? Ahí está, contando en pildoritas twitteras, susurrando tan fuerte que el eco cruza todo el océano. 


Tenemos más ejemplos. España, años 70, cambio de vida, cambio de jefe, cambio de valores, apertura, democracia. Ciao dictadura, hola mundo. ¿Qué pasa?, ¿que aquellas generaciones no tuvieron miedo? ¿no lucharon? ¿no se dejaron los dientes, las uñas y váyase usted a imaginar qué para continuar? Pues sí.


Generaciones perdidas ha habido muchas. Y todas han salido airosas.


Estoy al borde. Al filo. A punto de empezar a volar. Tengo miedo. Mucho miedo. Soy de la Generación Perdida. 


Por eso mismo lucharé, trabajaré el doble, y nunca perderé la ilusión aunque sin nacer esté ya condenada a muerte.

lunes, 7 de mayo de 2012

On fire. Totalmente vivos. El Mañana.

El Mañana






Es una duda. Inexpugnable, increíble. Gigante.
Incertidumbre cubierta de aire, incertidumbre cubiertos de acero.
Lostmymind, lostinthesupermarket.
Porque es una historia que nunca para, estás perdido entre latas de cerveza, carne envasada y patatas fritas. Los cámaras frigoríficas nunca te trajeron tantos recuerdos como hoy.
Caminas tras el carrito de la compra, ¿quién lleva a quién?
En este siglo la mejor declaración de amor no es un te quiero
No es un teamo
No es un te recuerdo.
No es un café a media tarde.
No es un tweet con corazones.
Ni mil palabras biensonantes en tu aire.


Ahora lo que todos queremos tener es un Te Veo
Veo quien eres, veo quien no eres.
Veo a quién escondes detrás de mil capas de cinismo y tela desgastada.
Veo a quién guardas de las miradas indiscretas.
Veo más que tú, veo cuando me dices corazón. Como se mueven tus labios entre carne, aire, saliva y dolor. Veo tus ojos, veo. Lo veo todo. 


Todo el mundo sabe.
Nadie sabe nada. 
Nadie tiene ni puta idea.
Nadie finge saberlo todo.
Nadie no existe, fue hermano de gente y ambos se perdieron por un caminito relativo.


Relativo a cerrar la puerta, a una cruz pesada que todo el mundo quería portar.
Pero la cruz es efímera, la estrella es un escupitajo lanzado al aire. Que se impacta en tu cara, y te cubre de ti mismo.
¿De verdad no tienes los huesos suficientemente rotos como para volver a mirarle a los ojos?


Sólo el adjetivo de la soledad estaba solo. 
A mí no me grites, no me mires. No pienses en mí. 
No busques en tus bolsillos ni un retazo de mi existencia.
Tus deseos han cambiado, es el momento de volverse loco.
El momento de empezar a correr en círculos ha acabado.


La ortografía nunca fue tan innecesaria. Tan imprecisa.
Lo mejor es quitarle la ropa a los que se deslizan como luz.
Amarás al prójimo como a ti mismo.
E incluso más. E incluso menos.


Sin embargo, siempre nos queda convertirnos en oxígeno, confiar en los faros.
Mi nombre es el triple, mis pasos son los mismos.
Para confesar quién soy, quién quiero ser, quién quiero ver sonreiré de manera muy falsa.


Son sucesos, son éxitos. Son hechos, tenemos que convivir.
Letmeloveyou. Cuando te quedas petrificada ante la verdad, la más absoluta verdad. La gran losa que, te acaba de destrozar la cabeza por completo. La gran losa que astilló cada hueso de tu blanco cráneo de caucásica estúpida y occidental.


No eres nadie, nadie te conoce. Esa no es la gran verdad, sólo una de tantas.
La gran verdad es que tu ruego, deseo y súplica no se convertirán en un mapa de realidades.
Te quedan las palabras más preciosas de la Tierra, de la tierra en tu boca, te queda:
el éxtasis, 
el vértigo, 
la calma,
la perdición,
el encuentro, la despedida. El fuego.


Si te mira con desaprobación, mírale con descaro. ¡No le pondrá usted puertas al campo!
El cielo no está hecho para pintar nubes. Mi imaginación no está hecha para imponerle plazos. No le pondrá usted frenos al viento. ¡No, no, y no!. He nacido con la capacidad de negarme.
De arder, de gritar. Tengo muchas capacidades aún. On fire.


Futuro, mañana. La duda. Let me love you. Déjame decirte adiós, Vete a la mierda. 
Arde. Que el fuego lo devaste todo. Arde por el mañana.
Arde por hoy, arde por ti.


SÓLO LOS BESOS NOS TAPARÁN LA BOCA.





miércoles, 18 de abril de 2012

No colabores en su desnudez



Es una chica mala, él es un hombre aún peor.


                                                                                                        **

 No colabores en su desnudez si hoy desde tu palco sabes que este juego les matará, que ésta ilusión les hace respirar en los días más oscuros.
 No colabores en su desnudez si desde hoy sabes que en algún momento del día te convertirás en alguien, si sabes que poco a poco irás perdiendo esa capa de imprescindible. 
No colabores en su desnudez cuando se agarren de la mano sabiendo que está totalmente prohibido. 
No colabores, aléjate, bébete la copa lo suficientemente rápido para que no el alcohol no te embote el cerebro.
No colabores en su desnudez si ya has visto cómo se miran, si ya le acarició el pelo y la llamó mi amor. 


No colabores, espera que duerman, que no se agarren de la mano. 
No colabores. Vistiéndolos aunque parezca que no queda tela, vístelos donde nadie mira. 
No colabores en el contratiempo que lleva a la desnudez de los que se ponen la ropa.
No colabores en su desnudez si nadie lo entiende, no colabores en esta primavera helada y húmeda.


No colabores en su desnudez, ya es de día. 
Ya es la hora de escaparse por las calles secundarias de la ciudad, con la capucha, con los tacones, con el calor aún el cuerpo. Con el olor en algún lugar de su pelo.


No colabores en su desnudez, y menos si no le vas a arropar cuando tiemble de frío. 
Pero creo, que aunque la colaboración sea de un carácter mímico, silencioso y de humo en el aire, es colaboración. 
Es desnudez. 
Es lo que sea. 
Pero es.

"Quítame la ropa, quiero que el aire de tu habitación se me pegue en los huesos."

**Imagen creada por Fernando Vicente http://fernandovicentevanitas.blogspot.com.es/2008/09/interiores.html

miércoles, 14 de marzo de 2012

Aquel juego de cuchillos


Fregar cuchillos.



Aquel amor era como fregar cuchillos. Los cuchillos son elementos relucientes, alargados, bellos incluso. Los cuchillos dañan. María manipulaba los cuchillos en el fregadero, eran los únicos que no metía en el lavavajillas. Aquel juego de cuchillos tenían un mango de madera precioso que se astillaba y secaba con las altas temperaturas del agua del aparato. Por ello María con el poder preciso de reina de la cocina, guardaba a parte entre todos los trastos sucios aquellos cuchillos para fregarlos aparte con el mayor cuidado posible.

Los ponía bajo el agua durante unos segundos, dejaba poco a poco que el fregadero se llenara unos cinco centímetros. María adoraba esa sensación de cuidar el juego de cuchillos y poder mojarse las manos con aquel agua tibia. Le encantaba poner sus manos bajo el chorro de agua, frotarse las manos y acariciar cada dedo, cada hueco, limpiarlo, era una cirujana que cuidaba cada detalle para aquel tesoro que tenía que manipular.

Adoraba aquel juego de cuchillos, le gustaba su empuñadura de madera con pequeñas muescas en el canto. Y aquel filo tan reluciente, tan afilado como un rayo de luz, tan nuevo. La punta, la dulce punta, la afilada punta. Cuando consideraba que los cuchillos estaban lo suficientemente húmedos comenzaba a frotarlos con la parte más suave del estropajo. Frotaba de manera firme, pero cariñosa como si aquel arma de matar fuera algo débil, vulnerable o inocuo.

Sabía que aquel filo podía atravesar la piel de sus dedos en cualquier instante, sabía que las yemas de sus dedos podían verse sangrando con un mal movimiento, con un descuido idiota. Sabía que mientras estuviera con ese juego insano entre las manos podría resultar herida en cualquier instante. Sabía que la identidad de sus huellas dactilares se podían verse damnificada por un tonto corte, la identidad podía verse algo borrosa. Lo sabía todo y aún así cuidaba los cuchillos por esos momentos de agua tibia y relucientes filos.

Los cuchillos son una metáfora de las relaciones peligrosas. Los cuchillos dañan, lo sabes de antemano mételos en el lavavajillas no metas tus manos de carne entre sus puntas de acero. Por mucha belleza que parezca tener la fórmula tenían una relación de amor-odio debes saber que SI HAY VIOLENCIA, NUNCA HABRÁ AMOR.

María se dio cuenta de que era una persona que se había acostumbrado a beber el café esquivando una herida en el labio, y que siempre estaba en aquella cocina en penumbra. En su vida había un cuchillo muy bonito, pero un cuchillo es un arma de matar, de cortar carne, es destrucción incluso en la cocina. Los cuchillos apartan la piel, llegan hasta el corazón y una vez allí, continúan.

María tardó un tiempo pero al final tiró aquel juego de cuchillos que le había destrozado la vida.

lunes, 12 de marzo de 2012

Flower boy, los suicidas no necesitan esquela (IV)

El sonido de fin de llamada le rompió el corazón un poco más. Lo de antes habían sido pequeñas rupturas, esto era la confirmación, la gran grieta que algún día acabará con el mundo. Un dulce y amargo final para nuestro héroe suicida. Se repuso cuanto pudo y acudió al cuaderno rojo, tenía prisa porque los pensamientos llenaban todo el aire de la habitación y eso le ahogaba. Método Número Siete: el salto del ángel muerto. Consistía en caer por la ventana. No era demasiado original, el menos original de todos los métodos pero era eficiente, y rápido. Y necesitaba mucho dolor físico para olvidar el interior que parpadeaba y rasgaba palpitando.

Buscó su mejor traje, su preciosa corbata y sacó brillo a sus zapatos. Encendió su último cigarro aquel que iba a ser el último, y lo saboreó mientras se peinaba el pelo hacia atrás como siempre le había gustado. Se limpió un lagrimón que cayó al mirarse en el espejo de aquel cuarto de baño de ciudad grande. Se colocó la chaqueta, abrió la ventana de par en par, la que mayor y mejor vista tenía de su amada Barcelona. Dejó que pasaran unos minutos para que el viento de final de invierno llenara toda la habitación. Se sintió dichoso de esa brisa preprimaveral y de esa luz de tarde previa al atardecer. Puso la banqueta que lo separaba del vacío, se sentó en el alféizar, comprobó que en su bolsillo aún estaba su mechero Te souviens tu. Tomó su última bocanada de aire, apagó el cigarro y lo lanzó al vacío.

-Ese será mi último viaje sobre la tierra, y pienso gritar: adiós mundo cruel. Ahora esa frase tiene mucho sentido. – lo dijo para la habitación y para sí mismo, lo dijo para toda Barcelona.

Respiró. Cerró los ojos. El silencio era inmenso.

Llamaron a la puerta, otra vez, llamaron a la puerta. ¿Cómo era posible? Ahora ni se respetaba a los suicidas. Bueno para lo que quedaba de tiempo en la tierra, qué más daba. Saltó.

Saltó dentro de la habitación y fue tranquilo y pausado a abrir la puerta. Descolgó el telefonillo y no contestaba nadie. Aquello le enfadaba, estaba ocupado, ¿el estúpido universo no lo entendía? Dio media vuelta para seguir con su tarea, de repente aporrearon la puerta de su casa. Abrió directamente, era un hombre sin miedo.

-¿Qué cojones te crees? ¡Estaba muy ocupado!- gritó porque le apetecía, ni siquiera había abierto la puerta del todo.

-Lo siento, colgué para llegar más rápido.

Nuestro suicida sintió un mareo por todo el cuerpo, y los nanosegundos en los que la puerta recorrió todo el espacio para mostrar quién estaba al otro lado se hicieron eternos. Pero aquella voz no podía ser otra que la de Ana. Y sí, era ella.

Estaba preciosa, tenía el pelo suelto y largo. Iba vestida con una especie de pijama de muchas partes. Tenía la cara roja, como de haber corrido o llorado. O ambas cosas. Y los ojos como siempre pero más profundos.

-Pensé que no…- las palabras no le salían, la vida había vuelto a comenzar en ese instante.

-Te dije que siempre, me dijiste que si seguía ahí y te dije que siempre. Y sabía que estabas en Barcelona, sabía incluso cuál de todas era tu puerta. Te souvient tu.

Se abrazaron y fue como si diez años no los hubieran apartado. Se hundieron el uno en el olor del otro, como si fuera un buen sueño. Con esa promesa interna de recoger cada detalle del momento en la cabeza. Apoyaron sus cabezas en la frente del otro.

Dos semanas después, el psicólogo avergonzado seguía recorriendo las páginas de los periódicos y buscando a su suicida. Leía las esquelas de todos los periódicos de Barcelona. Seguía sin saber nada del Señor Guerra. Llamaron a su puerta y era su secretaria.

-Alguien ha dejado algo para usted.

Traía en los brazos un sobre de color caqui de tamaño folio, más o menos pesado. En el remite, había una sonrisa y un gracias tatuado por una letra que le resultaba conocida. Lo abrió curioso.

En el interior del sobre caqui había cuatro cuadernos.

1. Cuaderno Verde: Bye bye mundo

2. Cuaderno Rojo: Ensayos para el plan de mi fin del mundo

3. Cuaderno Azul: El doctor me dijo que buscara cosas buenas de la vida.

4. Cuaderno Blanco: Mi suicidio, la historia de cómo continuó mi vida.

"Flor de un día, flower boy. Flores que deciden apagarse porque tienen una belleza sucinta al tiempo. Flower boy murió pero nació otra cosa en el lugar en el que él se había perdido. Si eres flower boy pierde el miedo."

Flower boy, mi amor (III)

-El título para este cuaderno debe ponerlo usted.- dijo el psicólogo al entregarle el nuevo cuaderno.

Nuestro suicida fue a casa y continuó trabajando. Al principio le costó pero poco a poco las ideas surgían. Adoraba el azúcar quemado, el olor a laca de peluquería de barrio. Siguió con las cosas que merece la pena sentir luego las que merecían recordar y todas aquellas que había vivido o quería haber vivido antes de su suicidio.

Fue como si entonces el mundo se parara. Sólo estaban él y su cigarro. Bueno y la eterna compañera: su sombra alargada y delgada dejando señales en cada pared. Respiró el aire, la última vez. Eternidad, allá voy, respiró su último trozo de tabaco y pensó en que muchas guerras se habían terminado ya. Pensó en la primera vez que besó a alguien, pensó en la primera vez que lo besaron, pensó en el café que tomó en su primer día de facultad. Pensó entonces en su madre con aquel vestido azul, con su padre con la pipa entre los dientes. Pensó en las macetas viejas, ajadas, el viento soplándoles encima. La guerra se terminó tantas veces, pensó en ella. Ella fue el amor de su vida. Pensó en su pelo, en su olor todavía pegado a su memoria. Pensó en sus manos cuando hacían el amor, pensó en sus ojos. Pensó en cómo le gustaba amarla de estación en estación, de día en día, de hora en hora. Pensó cómo se querían sin verse, sin apenas conocerse, pensó en la energía de los encuentros, en la tensa y larga espera. Pensó en aquella copa que tomaron a medias un día que no tenían dinero. Pensó en Roma, en Soria, en el pueblo. Pensó en la cama, en el sofá, en casa, en el hotel. Pensó en los viajes tan fríos y largos que tenía que hacer para encontrarla. Pensó en el miedo que sentía y en el no poder decirle que la quería. Pensó en el momento en el que ella se rindió, pensó en el momento en el que ella no podía esperarle más. Pensó en todos los momentos buenos, dentro de ella, junto a ella, encima de ella, debajo de ella, en resumen: con ella. Pensó en su ausencia infinita, en su adiós, pensó en su te souviens tu. Pensó en su rendición, en su miedo, en su amor. Pensó y no supo. Pensó y ante la llamada tan cercana y precisa de su propia muerte descolgó el teléfono. Se suele decir: ¿qué harías si no tuvieras miedo? Llevaba tanto tiempo callado que no sabía si la voz le iba a salir, no sabía si sus cuerdas vocales aún vibrarían.

Sonaron tres toques, alguien descolgó el teléfono.

-Hola, ¿quién es?- era una voz masculina.

Las palabras se le atragantaron a la altura de la boca del estómago, pero llegaron hasta la boca.

-Buenas tardes, estaba buscando a Ana.

-Hola, ¿quién es?- Ahora era su voz, la voz femenina le dio un tremendo escalofrío.

-Ana, soy yo, ¿reconoces aún mi voz?

Pareció reponerse del impacto de esa voz unos segundos y dijo:

-¿Cómo no voy a conocerte? ¿Cómo estás?- se notaba que estaba nerviosa, y que sonreía.

- Estoy muy bien, como quien viaja en el tiempo. ¿Cómo estás tú?

-Siempre con tus respuestas misteriosas… Estoy bien recién llegada del trabajo. Ahora vivo en Barcelona. Has hablado con mi hermano, pero no creo que lo recuerdes, era muy pequeño cuando tú y yo… nos conocimos.

-Bueno quería decirte algo, lo quiero hacer porque me encuentro en una situación extraña. Y no quiero dejar ningún cabo suelto, y tú eres uno de los importantes. Te voy a pedir que no hables.

- ¿Cuál es la situación extraña?

- No hables, ¿vale? Sabes que soy un miedica. -Los dos empezaron a reírse y eso además de relajar la situación trajo multitud mil momentos a la línea del teléfono.

-Ok, escucharé y las explicaciones llegarán luego.- Tomó todo el aire que quedaba en la habitación y comenzó.

- No sé nada de ti desde hace cerca de unos diez años. He sido el acosador que aumenta las visitas de tu facebook y he hecho de tu vida un esquema y una historia sustentada a base de los comentarios que recibes o haces. Imagino cómo es tu vida ahora a través de todo lo que cuelgas en el muro, intento recordar quién eras e imaginar como eres hoy. Vivo en Barcelona sin que tú lo sepas, porque no quiero que sepas, que salgo cada día a la calle con la esperanza de encontrarte en cualquier jardín, y asustado, atemorizado de cómo sería el encuentro de darse. Muchas veces cojo el mechero, el te souviens tu, y espero que aquella frase fuera una promesa encriptada. Y ahora me hallo en una posición extraña, porque no tengo miedo. Nunca me he sentido así, no he tenido ni miedo, ni aire desde que decidí llamarte. No tengo miedo de decirte que recorro con la yema de mis dedos la inscripción del terecuerdo en francés. No tengo miedo de decirte que sigo pensando que volverás, y sé que todo fue culpa mía. Sé ahora que tú eras el amor de mi vida, sé que lo sabía entonces pero nunca me atreví. Nunca supe llegar más allá agarrarte la mano y llevarte a casa. Nunca supe, nunca me sentí lo tremendamente fuerte para hacerlo. Nunca pude, me aterrorizaba pensar que tú dijeras no, que todo fuera un teatro en mi cabeza. Me asustaba despertar un día y notar tu ausencia en todas partes, notar que las distancias habituales se habían llenado de muros inquebrantables. Me atemorizaba que no me quisieras como lo hacía yo. Y llegó el día en que te diste por vencida, yo nunca daba muestras de nada. Yo te ponía el caramelo en la boca te dejaba saborearlo unos segundo y luego cerraba la conversación, volvía a mi ciudad y me llevaba el caramelo lleno de tu saliva en el bolsillo con el papel ahora arrugado cubriéndolo. Y te diste por vencida, y yo me rodee de orgullo, y continúe contigo, pero sin ti. Ya no era distancia, ya era una guerra perdida. Ya me abandonaste por sentirte abandonada. Me abandonaste tú, y me abandoné yo. Y ahora ando a un paso de dejarme ir para siempre. Y pienso en ti, la única persona con la que pude pensar en un para siempre. ¿Sigues ahí?

La voz se demoró unos segundos, y ahora parecía como si tuviera lágrimas pegadas encima. Se oía una respiración al otro lado. Tomó aire y contesto:

-Siempre.

Ambos respiraron, conscientes del aire de nuevo del mundo, belleza pura de oxígeno. Un gran peso sobre los hombros de Guerra había desaparecido. Su amor al otro lado del teléfono, igual muy lejos, mucho más lejos que la fronteras de la vieja Barcelona pero escuchándole a él.

De repente, Ana decidió colgar.

Flower boy, el cuaderno azul (II)

El psicólogo estaba leyendo los cuadernos del suicida, le había llevado su gran obra para que pudiera no solo aprobarla sino admirarla. El lujo de detalles era inmenso, por ejemplo recogía un método de suicidio en el que un sistema de poleas le clavaría un cuchillo muy ancho. El sistema estaba diseñado para que en el momento en que se fuera a clavar el cuchillo en su yugular unos segundos antes algo presionara su cabeza de tal manera que se desmayara. Sabía cuánto medía cada cuerda, cada contrapeso, la longitud del arma, lo había medido todo. Llenaba las hojas de todos los cuadernos, de una manera ordenada, no faltaba ningún detalle. Era un suicida de escuela, el psicólogo no lo podía creer tenía entre las manos un largo manual de formas de morir, aquel hombre de verdad quería seguir alguno de aquellos planes. La perplejidad sólo aumentaba a cada página que pasaba. Lo más curioso para el profesional era su propia sensación interior, en parte estaba creciendo en el un sentimiento muy hondo de respeto hacia aquel hombre. En parte, se sentía maravillado ante la transparencia de aquel hombre enfrentándose a la muerte. En parte se sentía culpable de verlo como alguien a quien respetar. En parte sabía que aquel hombre no había contemplado otra opción que la del suicidio, era un anillo para un dedo. En parte se sentía maravillado y culpable, culpable y maravillado. Aquel hombre no contemplaba la vida como algo plausible, viable, no era una opción.

-Bueno qué le parece, debería decidirme por alguno de los métodos verdad. No quiero demorarme demasiado, si llega la primavera me quedaré la temporada de buen tiempo y me gustaría llevar a cabo el plan cuanto antes.

-Le propongo algo mejor, o mejor dicho, le propongo algo más.

-Hable, tengo que tenerlo todo en cuenta y más de una persona que ha leído los manuales.

-Los manuales como usted los llama tienen un franca minusvalía, se le ha olvidado un aspecto imperiosamente necesario en todo este asunto.

Guerra estaba perplejo, avergonzando incluso. ¿Qué coño se le podía haber olvidado? Eran planes perfectos los miraras como los miraras. Se recolocó los puños de su camisa, el cuello, cada triángulo a cada lado de la corbata, se echó un mechón de pelo cansado sobre la frente hacia atrás, colocó aquel ridículo mechón sobre su cabeza peinada hacia atrás, brillante, repleta de gomina. Rebuscó en su bolsillo, necesitaba un cigarro, ¿qué había faltado en su plan brillante? Sacó el paquete aún por abrir, arrancó el papel plateado y como muchas otras veces olió el paquete de cigarrillos recién abierto. Su vida de repente se hundía estrepitosamente, qué faltaba ahora. Cogió el mechero entre sus dedos, lo miró como si nunca lo hubiera antes, tenía una inscripción en la tapa, te souviens tu. Te recuerdo encendió la llama, los dos estaban en silencio, la llama parecía quemar el silencio. Encendió el cigarrillo perdido entre sus pensamientos, tocando cada punto, qué había fallado en sus meticulosos planes. Extraía cada trozo de humo del tubo de tabaco que manejaba en las manos mientras miraba su viejo mechero. Paladeó durante unos segundos, el sabor del cigarro en su boca, la primera vez que con aquel mismo mechero había encendido un cigarrillo. La primera vez fue tras abrir el pequeño regalo, se lo había regalado ella. Dónde estaría ella hoy. Ahuyentó el humo y los recuerdos que habían vuelto durante unos segundos, ahuyentó a su fantasma preferida.

-El gran error es que ha obviado algo muy importante.

-Dígamelo ya, por favor.

-Volveré en unos diez minutos, no se vaya por favor. Esta consulta corre de mi cuenta.- El psicólogo se levantó y se perdió escaleras abajo.

Segundos después la secretaria asomó la cabeza por la consulta con cara de extrañada. El suicida la saludó como quien dice: aquí no hay nada interesante. Ella se ajustó las gafas y volvió a su mesa en la sala de espera.

A los pocos minutos apareció el doctor con un cuaderno de tapas azules en las manos. Dividió el cuaderno en grupos de hojas, cuatro grupos. Dobló una esquina en el comienzo de cada sección y puso cuatro títulos. Cosas que merece la pena sentir, cosas que merece la pena ver u oler. Cosas que merece la pena recordar. Cosas que merece la pena vivir. Dejó una última hoja libre. Arriba puso, busque el patrón que guían todas esas cosas.

Flower boy, el suicida (I)

Mucha gente utiliza esa expresión de fue flor de un día.

Bailar en la oscuridad es eso que hacemos cuando perdemos el sentido y aún queremos vivir. Hay un psicólogo alemán que dice que mientras no nos hemos suicidado, a pesar de que todo vaya realmente mal y no veamos ninguna luz más allá del sol nos mantenemos con vida. El psicólogo en cuestión recibía a pacientes en el último hilo de vida elegida y les decía:

-Muy bien, usted está perdido, ha perdido todo, no tiene ningún futuro. Su vida es una mierda y cuando va por la calle no desearía seguir caminando, respirando o dando un paso más.

-Muy cierto.-decía el imaginario paciente de este ejemplo.

-En ese caso. ¿Por qué no se suicida? Es la mejor opción, ¿por qué no se suicida?

El paciente se encontraba entonces entre horrorizado por la opinión de aquel profesional que le empujaba al suicidio. En parte convencido, empezaba a pensar en el suicidio como una opción muy posible. Respiraba, se colocaba el puño de la camisa entorno a la muñeca y volvía a respirar. Quizá aquella era la solución, se decía a sí mismo. Quizá era el momento de acabar con todo. Decir adiós, recoger la casa, ponerse una bonita ropa, cenar bien, y dejar una carta si consideraba que a alguien le importaba aquel juego y sin más irse de este mundo por la puerta de atrás. El método no importaba, tenía un vecino farmacéutico que podría conseguirle cualquier tipo de barbitúrico que bien mezclado se lo llevaría. Era un hombre al que le gustaba el espectáculo pero de ahí a hacer una escenificación correspondiente al momento, eso era demasiado. Le gustaba el espectáculo sí, pero no le gustaba demasiado eso del dolor, no era valiente y en las puertas de una muerte que él estaba construyendo no iba a pasar dolor autoinfligido, era un suicida, no un estúpido.

Bueno la denominación también le resultaba interesante, suicida, soy un suicida. De manera egoísta como todo lo veía nuestro paciente era un título que le hacía recordar a los grandes románticos del XIX con ese halo de misterio, de niebla, de luna llena, de hombres con bonitos trajes y grandes agujeros en los bolsillos, de poetas malditos, pobres diablos.

Se despidió del psicólogo. Casi hacen una broma acerca de si se volverían a ver, ¿pido otra cita? no sé tengo que cuadrar la agenda con mi suicidio, ya veremos. Se alejaba poco a poco de aquella realidad, paseaba por la calle encantado del abrigo que le quitaba el frío, del olor a madera antigua de la consulta del doctor. Caminaba hacia a casa. Tenía que pensar cada detalle, una persona meticulosa lo es hasta las últimas consecuencias.

Nuestro paciente compró dos cuadernos de camino a casa. Un cuaderno verde y otro rojo. El verde le relajaba, el rojo generalmente le inspiraba. Compró también una bella pluma estilográfica porque el dinero que había ahorrado hasta ahora no iba a ser necesario más.

Primero pensó en el modo de morir. Buscó en google, en foros, en libros médicos. No quería dolor, pero tampoco quería pasar de puntillas por el mundo. Al menos quería dar un buen portazo para que toda la grada se girara al acabar su función. El aplauso no era necesario, pero la atención sí. Enumeró los modos, las formas, los métodos, los instrumentos. No quería cómplices quería ocuparse él. Se sentó frente al ordenador y en su libro verde escribió lo que serían los ensayos de cada función. Las posibilidades, los datos, los pros los contras... En el libro rojo se limitó a pasar a limpio las mejores ideas, sus pensamientos, sus decisiones.

Pasaron dos días de trabajo frenético. Debo contar que era un tipo con mucha imaginación, demasiados recursos en su cabeza para hacer lo que hace el resto de la gente, además era algo snob, narcisista, y bueno, era un personaje diferente. El suicida tituló el cuaderno rojo Bye Bye Mundo. El verde se quedó en Ensayos para el plan de mi fin del mundo. Pasaron dos días de trabajo frenético y acudió a la consulta. Cuando pidió hora la secretaria pareció sorprenderse de que fuera el señor Guerra aquel que llamaba con esa energía tan poco usual en él, solía parecer un hombre muy gris.

El señor suicida se sentó frente al psicólogo, era un día más.

-Dudaba de volver a verle, francamente.

-Lo mismo me pasa a mí, pero no me gusta hacer las cosas de cualquier manera.

Ambos adultos se sonrieron, en parte lo hacían porque era extraña aquella franqueza al hablar de la muerte. Entre ellos había una relación muy inusual, un hombre había sugerido la idea de morir, y el otro se había sentido bien. Además era raro tener conversaciones así en el mundo civilizado en que nos encontramos. De manera seria, concisa, educada, habían establecido una relación de respeto, pero era posible que uno de los dos muriera.

domingo, 15 de enero de 2012

De repente, Abril.


"Universidad de Navarra, atentado mortal. Mi amiga estaba allí."7


Fue una primavera convulsa. Él acababa la carrera, y ella acababa el instituto. Al filo de los exámenes se conocieron. Se conocieron como se conocen la gran parte de las parejas, a través de amigos. Las tres de la mañana les sorprendió sentados en una juanola de la Plaza San Justo, hacía buena noche, y ellos solo hablaban porque eran demasiado tímidos para algo más. Las horas pasaban y ella veía que aquello solo se iba a quedar en la intentona de las personas que nunca se atreven a nada. Se levantó.

-Me voy, me ha encantado conocerte.
-Lo mismo te digo, espero que volvamos a quedar con estos y seamos capaces de coincidir.

Se miraron a los ojos, la energía fluía pero nadie daba el primer paso. Las conversaciones más circunstanciales son aquellas en las que los interlocutores no escuchan lo que dicen, piensan en cosas más importantes. Él medía casi dos metros, se sentó en el banco de piedra y miró al suelo como si el suelo guardara todas las respuestas. Ella llevaba una camiseta roja de lunares, se escapó entre la gente. Pero claro, como nos pasa a todos cuando conocemos a alguien especial, lo hacía sin convicción.

-He decidido quedarme- le rozó la espalda.
-Fenomenal.- el gigante se giró con una sonrisa inmensa de niño.

Se miraron a los ojos como si llevaran haciéndolo toda la vida, mealegrodequehayasvuelto, quieroqueseasmásqueunchicomuymajoquemepresentaronJuanyHenar. Silencio, mirada, tengotantoquecontarte.

Ella guardaba en la mano un papel roto y viejo que apareció en un bolsillo de su pantalón. Agarró el trozo de árbol y lo apretujó junto a un billete de cinco euros. Él continuaba mirando al suelo, sin decir nada, a ratos y sin parar de hablar a la vez. Eran personas tímidas, iguales si cabe, que no podían dejar de hablar, nunca se agotaban los temas, era alguien para siempre. Se miraban como si así fuera. El pretexto del resto de amigos de ir a buscar el abrigo se había agotado. Tenían que volver dentro del bar, allí no podían hablar. El ruido y la música robaban el aire y ya se gustaban lo suficiente para no ser capaces de invadir el espacio del otro.

Él se vio en la obligación de decir lo que sentía, agarró a su amiga y le susurró casi con violencia:

-Me encanta, hacía mucho que no me sentía así, pero sé que no me voy a atrever.

La amiga miró derrotada a su amiga la que se estaba enamorando. La miró derrotada porque la conocía, sabía exactamente qué no iba a pasar. Sabía exactamente cómo de parecidos eran aquellos dos seres que ya se estaban empezando a amar. Se acercó a ella y le dijo:

-Es para ti, no sabe como hacerlo, ni tú tampoco. Pero hazlo. Hazlo.
-Ya me conoces, y no lo puedo evitar
-Él tampoco lo podrá evitar.

Y fue entonces cuando una lágrima transparente pero húmeda como si tuviera toda la tristeza del mundo le cruzó imaginareamente la cara. Todo había acabado. El gigante cogió el aire que en aquella altura era sólo suyo. ¿La había perdido o sólo era una cuestión de tiempo?

*Imagen extraída de Fotos Naturaleza




unamás

Lucía nació y en apenas poco tiempo ya le habían enseñado que debía estar en silencio y tenerle miedo a la nieve. Como cualquier niña soñaba con los piratas, con los pájaros y con el viento. Le gustaban las imágenes piramidales, los helados de limón y las tartas de chocolate. Nunca pudo con los niños mocosos, con la vainilla y con los huevos cocidos.
También era admiradora incondicional de los ojos oscuros, de los ancianos sonrientes y de la tierra húmeda en las manos. Hablamos hoy de ella, porque era una persona normal. Totalmente normal, no fumaba, reía, bailaba a veces. Supongo que se enamoraba según cada estación, y era normal. Quizá te cruzaste con ella en el autobús, en la calle, en cualquier pastelería. Quizá algún día y sin saberlo la miraste mientras cruzabas la calle, y ya no te acuerdas.
Quizá no, quizá ni siquiera vivisteis en la misma época, y Lucía solo es una imagen raída de una tatarabuela de tu vecina del cuarto. A lo mejor, ella es tu amor, o tu madre, o tu hermana. Como digo, no hablo de nadie, no hablo de Lucía. Hablo de alguien que es amigo, y desconocido a partes iguales. A partes, indecisas, poco proporcionales, poco vivas y poco muertas. Lucía es alguien. Quién eres tú?

martes, 3 de enero de 2012

La niña está triste.


Antes cuando llegaba siempre sonreía, ahora tiene una mueca horrible rara y extraña. En ese caótico orden de cosas que nadie comprende ni mide, la niña está triste. Se pone ropa cómoda porque ya no quiere impresionar a nadie, no quiere un primer plano, quiere un plano subjetivo, una angulación en picado, una mirada que pueda pasar desapercibida. Como digo, la niña está triste. Pone cara de asco, de ruina, sonríe y se siente extraña y mentirosa.

No le apetece sonreir. Está como el viento: mal encarada, fría, cortante incluso. De ahí pasa a un estado de jarrón de flores: habla poco, decora sin llamar tu atención, pero permanece en la larga fiesta. Hoy lleva un vestido verde, un peinado recto y una mirada perdida. Perdida pero penetrante, cuando la niña está triste se le ponen los ojos de vieja decrépita. Parece que en sus ojos han pasado diez años más, sin embargo, aún triste, me sigue llamando. Me sigue atrayendo, no quiero abrazarla ni quererla, ni que deje de estar triste. Me atrae su tristeza, su falta de saber estar en navidad. La niña está triste, el mundo gira y Barry White canta Sexy Thing.


-A ti qué te pasa?
-Ya no tengo alma
-Todavía tienes caliente el aliento
-Pero dentro no tengo nada
-Que bonita eres cuando tienes la cara triste


Salimos a la calle y la niña se queda mirando el vaho que sale por su boca como si eso fuera una prueba suficiente de vida. Hace frío, frío de las cinco de la mañana, frío oscuro, frío del bueno del que te da ganas de meterte en camas ajenas. Hace frío, la niña está triste, me mira fumar en silencio y deja que me regodee en lo oscuro de sus ojos. Cuando la niña está triste la quiero, y soy un niño pequeño y estúpido. Un niño egoísta, que la empujaría, la mordería, le arrancaría las medias. Aunque nadie me pregunte, yo tampoco tengo alma.



Imagen de El Hombre que nunca estuvo, Joel & Ethan Cohen.
Hache de Susana y Ana, gracias chicas. Sois fantásticas :).