lunes, 27 de diciembre de 2010

Desde que te marchaste ya no crecen las flores.

El mundo funciona a un ritmo que muchas veces se antoja extraño, injusto, o simplemente irracional. Esta historia comienza en un barrio totalmente blanco, lleno de flores, un barrio en lo alto de una colina, un barrio controlando la ciudad. Antes de que nadie viviera en este pequeño e idilíco lugar, un hombre y una mujer se enamoraron. Realmente muchas personas se habían enamorado antes. Pero esta pareja es la que ahora nos ocupa. Él era un niño rico, ella una niña pobre.

Él construyó una gran casa para ella, ella construyo una familia para él. Aquella casa, aún hoy es el corazón del antiguo barrio: blanca, y más alta que todas las demás. El poderío de la casa se ha ido diluyendo entre años y desgracias, pero aquella niña pobre sigue viviendo allí.
La casa tenía un gran jardín de las rosas más bonitas que he visto en toda mi vida, el barrio entero preguntaba la razón de aquella suerte que el sol había brindado. Rojo y blanco restallaba y dilataba la belleza sobre la manta verde. Era admirable.

Allí creció un muchacho, alegre, aún hoy tengo su sonrisa impresa como un recuerdo. Aquel muchacho se tuvo que ir y la niña por la que habían construido aquel palacio, cayó enferma de tristeza. Dejó de ser una niña para siempre, sobre los ojos se le pinto un velo negro, un velo de dolor. Siempre me dice que lo peor que te puede pasar es sobrevivir a un hijo. Y así fue como las rosas dejaron de crecer, así fue, como nos hicimos todos mayores.

Aprendimos que la belleza también acaba, y que hay que personas que nunca nos abandonarán. Y aprendiéndolo algún día volveremos a bailar, sin olvidar, pero sin sufrir.

martes, 14 de diciembre de 2010

Inacabado


El síndrome del folio en blanco que lo llaman. Me siento ahora frente al ordenador y una extraña desazón interior me hace sentir que no tengo nada que contar. Tengo uno de esos trozitos del día en el que me pongo un poco miedosa y triste, pero pasará, pasará, o si no me consumiré, pase lo que pase, el tiempo pasará.

Hoy he visto a Alba hemos cruzado unas treinta palabras en todo el año y unas veintisiete han sido solo hoy. Está loca por volver a casa, se me ha quedado impresa la frase que ha pronunciado, "no veo llegar el momento". Su momento llega el viernes. Yo el viernes pasaré uno de esos días raros, de sed, de sueño y de religión. O quizás ni eso. Yo el viernes lo pasaría dormida, como la bella durmiente, anclada sin ser consciente de qué pasa alrededor, recibir alguna llamada especial y seguir medio paseando entre dos mundos, el mental y el de alrededor.

O como otra reina, pensando no sé qué me das, que me hace volar.

Es curioso el mundo de la informática, de internet y todo lo relacionado como esto. Son medios de comunicación, la gente se conoce, se enamora, se separa, se une, se restabiliza, y todo sin salir de casa. Pero es un lugar frío, si pudiera escribiría todo esto en un papel, la red es el mundo de los sueños. Y de las pesadillas.

Ahora me doy cuenta de la vorágine autodestructiva de las últimas semanas, vorágine es exagerado lo que pasa es que adoro la palabra, nada más. Sin vivir, o viviendo sin respirar el aire, yendo y viniendo sin tregua. Y entonces despierto, despierto en una ciudad ajena, y apareces como si un desconocido diós te hubiera convertido en humano. Mi cabeza muchas veces me traiciona, creí que te había inventado. Pero eras cierto. Cierto de certeza. O cierto a secas. Cierto. No te había inventado.

El otro día te miraba, en silencio, sin que me vieras mirarte. Os miraba a todos en verdad, era como caminar dentro de la mente. Un sueño bueno es cuando estás en un lugar desconocido y te encuentras con personas de tu presente pasado y futuro. El otro día soñe. Hace ya una semana que te besaba por una ciudad desconocida, hace ya una semana que eras cierto.

Y me entiendes de una manera que no sabría ser. Me das papel, abandonas el ordenamundo y me das tu voz. El papel es un símbolo valioso, es un objeto, un objeto que puedo tener en la mano, tiene un tacto reconocible, un color llamativo, y palabras, palabras de tus manos. Palabras y papeles ciertas. Adoro el papel, gracias.

Es ciertamente un gran objeto, un gran materia. Los árboles de un bosque que sufren frío, aire y miedo en noches oscuras un buen día están en los libros de los niños, en las historias de los mayores, pegados en la pared, como una foto, como un recuerdo, como una señal de pertenencia a alguna parte. El papel es magnífico y luego nos gustan los diamantes.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Oscuridad en el barrio

Ahora es siempre y nunca ha sido entonces, y esta frase no tiene ningún sentido para mí porque ni siquiera me voy a tomar la molestia de releerla, son palabrotas en bocas de un niño repelente que sueña con alcanzar la luna. Palabrotas de la niña caprichosa que soy. Hoy he comido, he dormido, he sonreído, he chuleado, he gritado, he reído, he ido a clase, he respirado, he hecho tanto. Nadie me lo ha prohibido. Esta es la vida que siempre he querido tener, sin embargo, hecho de menos a alguien.

Lula era estúpida y por eso la queríamos tanto. No se arriesgaba y ganaba, y perdía. Me dejó llena de recuerdos la habitación, la oveja Lula, el anillo de luz, la foto del Ché, un papel arrugado de un chico especial. Aquello si que fue especial, y raro, y revelador. Nos separaban apenas unos doce centímetros y de repente chas! La luz todo el barrio se apagó. Todo el barrio a oscuras. Las circunstancias eran ante todo extrañas. Pero un par de besos con sabor a cerveza sin alcohol, y un pensamiento fugaz me atravesó la mente. Él, mi amor, y entonces se me cayó el corazón en el suelo. Sonó como mil cristales finos como plumas cortaran y rajaran el aire, la luz volvió al barrio en aquel instante. Y de repente, éramos dos extraños que se besaban. Es precioso ese momento tras un primer beso con una persona, lo miras y estás tremendamente agradecido de haberle probado un instante. Pero no pasa siempre claro. Pero sí muchas veces. Aquella fue una de esas veces. Y abres los ojos y sabes lo poco que lo conoces, es como empezar un libro, la primera página.

Y entre besos a oscuras, y sueños de verano allí estábamos. ¿Nos bebemos un vaso de agua? Deja correr el agua, no me gustan las tuberías. Eres raro. No más que tú. Aun así te gusto. Aun así me encantas. Es la noche. Ya veremos.

-¿Qué ha sonado?
-Has debido de pensar algo extraño, y se te ha estrellado el corazón contra el suelo.
-Lo siento
-No te preocupes, ahora lo encontramos y lo recomponemos.
-Es muy importante para mí.
-Lo he notado, te has quedado completamente inmóvil.

Y con la eterna sonrisa, que aún hoy le caracteriza, empezamos a arrastrarnos por el suelo, buscando pedazos, trozos, bisagras, grietas. Arrancamos hojas de cuadernos vacíos de palabras mientras girábamos como si fueran cigarros de piratas caribeños. Y con esos cigarros despertábamos pelusas dormidas bajo las camas, los armarios, los enseres, los pedazo que dejé de mí en esa habitación. Recompusimos cada trozo, yo encontraba y el pegaba. El sueño ya nos apretaba los párpados, solo faltaba la junta de estaño que hacía que mi preciado y roto objeto se mantuviera, no aparecía. Duerme, ya sabes que los hombres grandes son los mejores para dormir, duermo, duerme. Entonces tú eres el chico frío que no se pierde un detalle, y tú eres la chica callada que me mantiene despierto entre poetas, locos y artístas. Somos quien somos, mañana dos extraños. Mañana y hoy. Ahora dos, mañana guerreros enfrentados que olvidan sus aventuras nocturnas en común.

Abrázame, hueles bien, la luz del sol te sigue favoreciendo, a ti no. Pues vete, no quiero, no te vayas. Tienes los ojos bonitos, tú la boca dulce. Deberíamos ser amigos, ya es demasiado tarde. Duerme, ha salido el sol. Tienes un trozo de metal en el pelo. Me voy, ha salido el sol, lo tengo todo. Nos veremos mañana para seguir discutiendo. Nos veremos de noche. Y nos vimos cuando el barrio se quedó a oscuras. Y las calles volvieron a ser nuestras. A oscuras, cuando las personas se esconden de quien en realidad creen ser.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

proyecat

-¿Cuál es tu puto problema?
- Tú
- Pues deja que me vaya
- Ahora no puedo
- Te disfrazas
- Y tú mientes
-¿Quién no lo hace?

- Tú, antes.
-Vive ahora
-Entonces es hora
-La hora de dejar de mentir, y de desconfiar...
-La hora de irse

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ciclicidad y mentiras


-¿Cuál es tu puto problema?
- Tú
- Pues deja que me vaya
- Ahora no puedo
- Te disfrazas
- Y tú mientes
-¿Quién no lo hace?

Se ha tornado todo cíclico, repetitivo y tosco. Mejor decir adiós ahora, antes de que muerda el odio. Nunca hubo desamor, porque nunca hubo amor por ninguna de las partes.

La clase empezó con una frase: Te quiero. Tras escribirla en la pizarra el profesor nos miró, ¿queréis a alguien?, seguro que creéis que sí. Es todo ciencia.

Te quiero porque te necesito, o te necesito porque te quiero. Esa frase lleva dándome vueltas en la cabeza durante más de un año. En la primera quieres, en la segunda necesitas. Pero sin embargo y con lo bien visto que está eso de querer, es preferible que alguien te diga la segunda. La segunda implica las dos cosas, la primera, no lo tengo tan claro. Pero no lo tengo claro yo, que al fin y al cabo no soy nadie. Solo quien habla, no quien escucha, cuestión del medio.

Por otro lado están las mentiras. Te rompes por un amor que parece falso, y te crees todas las mentiras. Mentira, todo mentira. Me encantaría gritártelo a la cara. MENTIRA. Casi escupes la palabra, pero no estás enfadado solo es cuestión de decepción, de estupidez. No era necesario que mintieras, no era necesario que dijeras nada como si fuera verdad, porque simplemente yo no te pregunté. No pregunté, no hacía falta que te llenaras la boca de mierda. Luego están las verdades objetivamente falsas, las verdades materiales y las circunstancias. Y el ego, el ego, el ego, el ego. Demasiados factores para creer una sola palabra.

La verdad material es lo que es, la verdad. Las informaciones objetivamente falsas son las verdades, contadas para según qué oídos. Siempre arreglando un pensamiento, suavizando un acto, exagerando una suerte. Verdades contadas para unos oídos. Las circunstancias son lo que más nos cuesta entender, porque son la última causa a priori, pero son las que nos forman. Somos circunstancias. Oportunidades, decisiones, lugares, todo circunstancias. Pero eso no evita ni que te sientas triste, ni que te sientas estúpida. Por muchas circunstancias que haya. Puedes intentar buscarle una solución a toda tu existencia, pero y si eres tú la que tira de un carro en el que no va nadie montado. Entonces ¿qué?, entonces nada. Nada.

El ego. Siempre preferiré sentirme tan estúpida como ahora. Estúpida que lo da todo, o estúpida
estilo Tulsa, es decir, estúpida que lo pierde por miedo. No lo sé, estúpida, una puta estúpida. Siempre estúpida, hoy más que nunca. Estúpida. Cómo duele darse cuenta de que algo divertido se ha vuelto necesario. Cómo duele querer, en cualquiera de sus variables. Cómo duele. Cómo. Necesitar. El ego, en mi no existe. Ojalá tuviera uno de esos aplastantes.

-Si no te vas,
-Si no te vas, ¿dame un beso?
-Dámelo
-Quiéreme
-Lo hago
-¿Mientes?
- Tú decides

lunes, 15 de noviembre de 2010

Divagación automática


Ella siempre ha sido la típica persona que tiene novios. Yo sin embargo no. Ahora me pregunta que qué es la marca de agua. La marca de agua, la pequeña impresión que es prácticamente transparente y que sin embargo dice tanto. La marca de agua es posesión, el poder decir esto es mío. Prestarlo, imprimirlo y prestarlo. Marca de agua. Así funciona todo, es como una película transparente, sutil, que se va imprimiendo sobre la piel del corazón, finas capas de plástico que son como marcas de agua, pegatinas muy finas. Señales de posesión, aunque solo sean a recuerdos.


Luego están las ruedas de las bicis. Son como el corazón. El corazón: saborea la palabra. El primer día que tuve clase en la facultad me dijeron que el corazón no existía. Un órgano, un músculo, una conjunto de sangre, carne, y en definitiva células nada más. Es algo que nunca he llegado a creerme por mucho cariño que le haya cogido después al profesor que me lo dijo. Es imposible. El corazón como un concepto que aparezca en el diccionario, un concepto frío, inhumano. Qué vas a saber del cariño o de la ira si lees un diccionario. Nada. El baluarte de la sabiduría se cae con todo el equipo. Y el corazón, existe. A lo mejor solo nos referimos a la reacción de muchos órganos, de las decisiones de unas células de hacer tal o pascual pero existe. El corazón es ilusión, imaginación, una rueda de bicicleta, el aire varía claro.


Maldito corazón salvaje. Ese es el estribillo que no se me va de la cabeza. El corazón salvaje, el que siempre siente y luego piensa. Así nos luce el pelo, que diría mi abuela. Luego está el tema de las ruedas de las bicis. Por la vía por la que va la bicicleta hay clavos, cada cierto tiempo, dependiendo del tramo. La rueda se pincha, le pongo un parche y continúo. Otro clavo desgarra la goma unos centímetros más alla del parche. Lo arreglo y sigo pedaleando. El tercer clavo une las dos heridas, y la rueda se deshincha. Entonces hay que parar y arreglarlo entero de lo contrario, el camino no continuará. Así funciona todo. O lo arreglas o irá creando una erosión, una grieta que con cada cambio de viento será más profunda. El mío es salvaje, mi rueda tiene dientes en algunas partes y en otras es más débil que el papel. Es salvaje y estepario, como la canción. Es estepario, por la soledad o la frialdad, ninguna de las opciones parece fácil, ni bonita. Y quizás no sea estepario, sino solo salvaje. No lo sé. Tampoco hay que hacer mucho caso a las canciones ni al diccionario. Pero la culpa es nuestra, totalmente, y de nadie más. Parece que a cada segundo le buscamos una explicación o una definición. Por eso fracasan tantas cosas, por que creemos que todo es igual y solo es parecido. Es decir, de qué sirve que lo llamemos novio, amigo, rollo, de qué. Hay cosas más importante: la relación entre dos personas, sin conceptos que lo aten. Amanda se enfada porque su novio no la ha llamado al despertar, Lucía llora y ríe porque él le ha regalado una flor. Todo es parecido, pero nada es igual. Hay está todo el juego. La apuesta empieza en lo inesperado, en lo indescifrable aunque la incertidumbre nos mate, nada está escrito.


Ella es de esas personas con el corazón tranquilo, yo de esas otras que lo tienen salvaje.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Infinitivos vivos. Infinitivos infinitos.Infinitivos tú.


Me gustaría sacar la mano por la ventana de tu coche. Verle los ojos a un niño que me llame mamá. Y que me mire como nadie lo ha hecho. Salir y que me corte la cara el frío cuando esté muy triste. Amanecer y ver que hoy nadie tiene prisa. No perder la fe. Verte enfadado porque he llegado tarde. O simplemente .Verte sonreir porque he llegado. O simplemente, verte.

Olerte. Escuchar una canción y que fluya en el mismo espacio sonoro. Decirte lo peor al oído y todo lo que está prohibido. Susurrar y escuchar y notar el aire caliente en el lóbulo de la oreja. Ponerte el café delante y golpear con enfado la mesa. ¿Te reirás cuando veas que tomo demasiada azúcar?

Arrepiénte alguna vez de todo esto. Pero deja que pase el tiempo, las flores, la nieve, el calor. Quiero más. O no. Saldremos adelante. O no. Espero que no nos volvamos a ver abocados al síndrome del fin del mundo, y menos separados. Llegar a ser conformistas y apagar el ordenador. Soñar con el tiempo de la desgana y la desilusión. Decepcionarte, cambiar, crear. Deshacer la maleta, ocupar cajones, camas, personas, ojos, bocas, momentos, recuerdos. Ocupar. Ocupar tus rincones. Darse por vencida algunos días y seguir respirando. Latir y volver, y morir, y perder. O ganar. Llega el invierno largo, te regalo una flor del Jacaranda.
Ser mala. Ser buena. Ser de alguien. Ser de algún lugar. O simplemente ser. Ser.

La primera vez que te juzgo.

Se te van a caer los dientes. Lo sé. Y también que voy a morir. Y ahora qué. Ahora tengo vaqueros antiguos con los que dormir y una mancha de sangre en el jersey. ¿Te desangras? Puede ser. Recuerda que se me van a caer los dientes.

Nunca me he sentido tan autosuficiente. Ni tan perdida. Y menos a la vez. Dos cosas tan antagónicas dentro. "Hablas a cada rato de gente ya olvidada" Me duele la mano derecha. Y las piernas. Y algún rato la cabeza. Y muchos momentos son los ojos pero eso es otra historia. Nunca hemos estado tan lejos. Te has ido a una isla tú sóla y esta vez yo no te he seguido. Grítame con rabia, has sido tú quien ha elegido, ¿te he dejado sola?, grítame pero no esperes que baje la cabeza, no. Las elecciones propias no son las ajenas. Te lo recuerdo para que no creas que volví, y una estúpida noche me até lana a las manos y palos a las lanas.

Mi padre bien, bien jodido. Pero ni siquiera has preguntado. Adoro que estés ahí siempre.
Es ironía, sarcasmo, del que duele cuando sale y cuando entra. Lo suelto y no creo que hayas oído como me queman las palabras.

Te conviertes en lo que odias y entonces odias lo que eres. Y nadie se queda a tu lado. Míralo: el teléfono, tu casa, el café. ¿Quién te pregunta cómo fue el día?, cuando te quitas los zapatos. Renuncias a la extraña, a la de verdad. Renuncias a ti misma y ya me estoy dando cuenta de que solo es culpa tuya.

Tu madre llora, tiene miedo. Te mira y se pregunta qué extraño viento te ha cambiado el humor para siempre. Y crees que nadie se ha dado cuenta porque vives apretando los ojos, la precariedad es mucha en una vida ilusoria. Ahora todo se sostiene como palillos en vez de patas, y hormigón duro que oscila. Oscila precario el puente de hormigón sobre palillos. Y yo voy por allí con una vara alargada en las manos, qué rabia me entra. La aprieto y paso tras paso. Hasta que un día me tiro al río. Y aunque paso frío, la ropa húmeda y pesada, y soledad en el agua verde, sigo nadando sin vivir a expensas de la figura oscilante en que te has convertido. Y da miedo, el verte sola, sola llevando cubos de arena para fijar la mole, la gran construcción. Sola no podrás, y me da miedo. Pero por ti.

Te conozco, casi tanto como tú a mí. Te quiero. Estoy cansada de cargar con arena y de que tú estés ausente.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Tácitos.


Es Octubre. Tácito, expreso, como el café. Acuerdos y desacuerdos. Con palabras con documentos o sin nada. Tácitamente, nadie dice sí, ni dice no, pero los hechos nos delatan. Un hilito invisible, que brilla en su inexistencia, tácita existencia, nos une. Estamos de acuerdo amigo. No digas nada, sabemos todo. Solo debemos no saltarnos las reglas invisibles para no hacernos daño. Lo haremos.

Expreso, hace mucho, y perdón por la rima interna, que no concuerdo un acuerdo así. Expreso prefiero el café, o expresso. El café de un día triste. De lluvia, viento y zapatillas húmedas. Ves a tu amigo, o amiga sentado en la cafetería y parece que la vida recobra su sentido. A mí me encanta con dos azucarillos. Es un esquema vital. Algo amargo te acaricia el paladar, sí, pero que quede constancia de que yo puse todo de mi parte para que no fuera así. Lo elegí, amargo, caliente, y oscuro, lo odio, pero no puedo vivir sin él, café.

Has perdido a Lulita, lo sé. Yo solo la recupero algunos días. Me visita, me habla al oído y me cuenta que está triste. Que te echa de menos, que se sigue sintiendo perdida pero que no quiere dañarte. Lulita es así, yo he aprendido a quererla de esa manera. De manera intermitente. De manera tácita. Ella intenta no saltarse las reglas, pero la vida es más complicada de lo que tú piensas y a veces Lulita pierde el norte. Lulita es todo un personaje, pero es inevitable echarla de menos cuando se va. Hace poco tomamos un café, expresso, dobla dos esquinas y viene, amarrada a algún recuerdo. En esos nos parecemos las dos, en eso y en nuestro amor al viento.

Octubre es lo mejor que tiene, el viento. Hace poco José, Carla y yo nos subimos a la cola del viento. El paisaje es simple, un cruce de dos caminos, se acaba la pared de la casa, y dirigiendo el atardecer está el gran árbol, el superviviente. He visto caer a todos sus compañeros, Lulita a veces dice que la mía es una historia de pérdida. De eterna pérdida, de amores, de sueños, de horas de días y de inocencia. Lulita es un personaje, ya sabes.

Aquel día de huracanes, nos pusimos a mirar al sur, se ve la carretera hacia la frontera, la eterna procesión de camiones, un pueblo deshabitado, kilómetros de tierras que me encantaría andar antes de que la muerte me miré con atención. Mirando hacia el sur, se nos enredó el pelo, enmarañado, difícil, se me olvidó durante un rato, aquello de la sed, la sed. La eterna sed. La de una piel ajena.

Esa es otra pérdida. Pero lo bueno de las ausencias, de la pérdida o del desamparo que a veces nos roza, es que existen porque algo muy bueno sucedió. Saborear un recuerdo a veces es tan estimulante como el café, aunque amargo, siempre revive una pizca de nosotros, una parte que vuelve a respirar con fuerza. Yo solo quiero.

Con mi amor yo quiero bailar, dice la canción.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Helmántica, vida helmántica.

Siempre he vivido en la ciudad de las mil y una noches. No hay mezquitas y por suerte tampoco hay un sultán que cada noche mate a su recién estrenada esposa. Yo la llamó así porque cada noche hay una nueva historia que contar. He viajado miles de kilómetros sin soltar la misma copa de mi mano, sin mover los pies del suelo. Todo el mundo habla de su hogar, de aquel lugar que echa de menos, pero no pueden abandonar esta ciudad.

He visto brotar poesía, teatro, música a borbotones en las esquinas, igual que sí se hubiera roto la tubería del agua, y por las grietas del suelo inundaran las calles. Inundadas de palabras, de sonidos de jazz, de voces graves, del acordeonista rumano, la violinista cubana y el militar escuálido que no se olvida la armónica. Tampoco nos podemos olvidar al príncipe vienés que trae al cura pelirrojo y sus cuatro estaciones a nuestras calles con su violín, su pertenencia a la realeza son simples suposiciones de la persona soñadora que siempre he sido. Edith Piaf, vuelve a sonar en directo en un país hispano-hablante, como si desde la Cuba pre-revolucionaria no hubiera cambiado nada.

La calle de los tres coños, por el frío, lo largo y lo alto, no nos podemos olvidar el viento en la ciudad, claro. El viento, no tiene mucha fama, pero a mí me encanta. En la esquina de la Plaza hay un hombre, árabe, no sé de dónde exactamente. Tiene un pequeño puesto bajo un arco, le da la magia a ese sonido ambiente que de la plaza cuando sus pañuelos de bailarina de los siete velos, ondean y mil pequeñas monedas te hacen sentir la ráfaga del aire. Esa es la magia, la magia de una bailarina invisible.

Y luego están las personas, porque no son hormigas, son personas. Los propios nos encontramos en lugares ajenos. Y lo ajeno se apodera de la ciudad como si fuera propio. Yo he tenido más amores transoceánicos que autóctonos. Siempre en contínua renovación, siempre ajenos, propios, y juntos, los unos de los otros.

Las mil y una noches, o Babel, pero sin peleas. También he visto un huerto exultante en primavera, los Romeos y Julietas siguen asistiendo, cada rincón es un beso que quedará en la memoria. Allí ya murieron dos amantes, ahora, no gracias, solo queremos amor en el huerto, nada de violencia. Ah y que no se me olvide la Cueva, la entrada al infierno, las señales inequívocas de que esta ciudad ha sido, y ojalá será, propiedad y dueña de siglos y siglos de jóvenes estudiantes, con ganas de volar, inventar y saber.

Y lo mejor de todo, son los héroes locales, la rana, las leyendas y el astronauta, y las tardes de primavera, con el cielo totalmente abierto ante nuestros ojos. Porque aquí podemos ver todo el cielo, menudo espectáculo: cirros, estratos, cúmulos, y todo revestido de rojos, azules, negros, amarillos. Menudo espectáculo es este cielo. O tal vez sea como todos, pero aquí lo vemos siempre, en su inmensidad. Iluminarse de la inmensidad, como Ungaretti.

Y los héroes, uno de ellos paró un toro en una de las puertas de las muralla, la misma puerta por la que intentó entrar Aníbal, y al grito de "tentenecio" le dió un original nombre a una cuesta, para la que el toro o el mismo caballo de Aníbal no tendrían fuerza de enfrentar. Otro empezó a hablar de derechos humanos, por primera vez, esto enorgullece a una simple ciudadana. Otro se despidió de la democracia, gritando a los fascistas: "venceréis, pero no convencereís". Bien hecho señor Unamuno, señor Francisco de Vitoria, señor San Juan de Sahagún. Y señor Anónimo, por crear un libro como el Lazarillo de Tormes, y llevarte esta ciudad al fin del mundo.

Y la sala cómún de la ciudad, punto de encuentro el día de tu primer beso, o un sitio para quedar con el desconocido que anoche te besó como si no hubiera mañana. La Plaza Mayor, es como una sala de estar, de alguna manera te sientes en casa, cómodo. Yo la he visto cubierta de harina, con Vetusta Morla haciendo despegar las mentes y los pies del suelo. La he visto de noche, de día, de madrugada, triste, contenta, vacía, llena de gente con una peluca naranja, brillando como si fuera una vela gigante, brillante como si la piedra fuera lava dorada, mojada, nublada, primaveral.

Allí he visto payasos profesionales, trapecistas y cómo desmantelaban un exposición de Manolo Valdés. Aquel día sentí que se acababa una buena época, los canarios de Séneca volvían a su tierra, y se acaban las grandes celebraciones con adornos navideños en octubre, y el tomar leche condensada a escondidas con Rubén, mientras los demás jugaban al hielo. Se acababa la época de bailar salsa como desaforados, la época de llorar de risa, la época de las coreografías espontáneas de tres chicos adultos, se acababa el echar de menos a un amor que me había abandonado por un país extranjero. Aquel día de invierno en la plaza, iba camino de casa de Aida, una grúa ajena a la imagen desmontaba el rostro de acero gigante de una mujer, los canarios habían volado, y yo ya no amaba a mi bambino. La Plaza, me reconcilió con la vida que tenía antes de irme a Londres. Y me encantaría tener un final, unas palabras acertadas para esta parrafada, pero sé que en cualquier momento se me caerá en el cerebro una segunda parte. Y las letras manejarán mis dedos, se me caeran los recuerdos como un hilillo de luz por el oído, y no pararé hasta plasmarlo todo.

La libertad y los presos. Las manos atadas a la espalda,

Es un invento, un invento del ser humano. Adivina. Te lo puede dar todo, quitártelo. Lo desearás siempre, más que a una mujer, más que a un sueño, más que al éxito. Hemos hecho que sea todo.

Hemos conseguido que su presencia nos de poder, status, relevancia, sin él, no eres nadie para nosotros. También hemos conseguido que nos de masacres, guerras, muertos, hambre. Tenerlo o no, puede ser la diferencia entre criar a tu hijo o darlo en adopción. Tenerlo o no, muchas veces te permite salir del talego. Tenerlo o no, permite que el amor continúe a pesar de la distancia. Tenerlo o no, a veces es la diferencia entre la vida y la muerte. Amor, familia, sueños, vida o muerte solo a cambio de dinero. Puto dinero. ¿Estamos orgullosos verdad? No, pero dinero es lo que deseamos cada día.

Somos incansables, perros sabuesos, digamos lo que digamos, todos, y digo, todos, lo deseamos. No hay un diós, ni una idea, ni una organización, ni un sueño, nada, que una a la humanidad. Las ganas de poseerlo es lo único que nos convierte en uno. Ese ser camina durante su corta vida, buscando el dorado, los hay que lo hacen bajo el suelo, bajo las piedras que pisas. Los hay que lo buscan en el aire, en el mar, en las desgracias ajenas, en la confianza del resto, en la carretera, frente a un ordenador, sobre una cama, en las páginas de un libro, en el cobre de una escultura, en la mierda del suelo, en las mentes ajenas, en las verdades veladas, en los viejos mitos. Siempre está presente.

¿Te consideras libre? La llave de tu candado vive a menudo en tus bolsillos. La calderilla actúa como una campana, blin, blin, quiero más. Siempre más.

martes, 14 de septiembre de 2010

Fuma aire, pequeña.

Este sería un buen momento para echarse un cigarro entre los labios. Dejar que el sonido de la llama absorba el silencio durante un instante y cambiar el oxígeno por humo denso y blanco. Este sería un buen momento, pero ella no fuma.

Lucía, sujeta entre los labios un cigarillo imaginario que nunca la ha pertenecido. Mira por la ventana y ve el barrio de La Vega, un lugar que se le antoja hogareño, apacible. La ventana tiene rejas, no es un barrio seguro, la verdad, pero arriba en la penumbra del salón oscuro no hay enemigos posibles. La avenida se encuentra desierta, antes hubo un manicomio, más allá un colegio y más allá otro barrio donde muchos buenos chicos se perdieron. Ahora el cuartel de policía dse erige fuerte y fiero rompiendo la arquitectura del barrio. Son curiosos los semáforos, es curioso el juego de luces nocturno: los blancos son dorados, y el semáforo sigue cambiando regular como a la más atestada hora punta.

Veintitrés grados, verano, sería un buen momento para escribir una gran historia pero el humo de tabaco no está. Lucía, se pregunta por qué nunca más nacieron las rosas.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Marca el minuto.

Traga saliva, una, dos y tres veces cada minuto. Si ella está cerca, puede que más. El ruido ahogado suena a música en los oídos de ella pero claro, él no lo sabe.

Hincha el pecho y suspira unas dos veces, cada doscientos veintisiente segundos, el aire entra y sale, ella aprieta la mirada, se desespera, el tiempo se acaba.Venga, se dice, sabes que si te haces la coleta bien fuerte, puedes con lo que sea. Engancha el matojo de leona que le puebla la cabeza y con tres giros de muñeca se siente poderosa. Ahora, los zapatos, no importa los pasos que de hoy, necesita pisar fuerte, que la vean. Aprieta los dientes y los muestra ante el espejo, veintidós piezas brillantes relucen amenazantes.

Luego está él, se muerde el labio veintidós veces cada hora, lo hace con inquietud, él también sabe que el tiempo se acaba. También sabe que no es su labio el que quiere morder.

Ahora son dos ojos, dos para cada uno, se estudian, se tantean, ella es más mala y no aparta la mirada, veintidós piezas blancas vuelven a relucir. El segundo parece que va a echar arder. El segundero se agota, solo es un trozo de metal que te ajusta cada momento. El pulsar del tiempo desaparece y entonces, ¡zas!, eso es tu corazón amigo.

Late, pulsa, está vivo, no es un órgano más, es el comunicador, ¿no ves cómo grita? Una sonrisa y se mueven todos los músculos de la cara, cuántos, no lo sé, pero más de cincuenta seguro. Cuatro miradas después saben que eso es el final, adiós amigo, nunca más será lo mismo. Tú y yo no debemos ser amigos. Treinta golpes sordos, treinta pulsaciones, treinta bombeos de sangre. Después. Ocurre.

Cuatro labios para un solo beso. Dos personas, una un rato. Cómo definimos el rato: más de veinte besos, más de treinta contactos visuales, más de doce roces de sus redondas yemas por su piel suave, más de un millón de latidos en total, más de trece sonrisas cómplices, litros y litros de aire entrando y saliendo de sus pulmones, unas cien palabras.

Hay quien cuenta, y quien siente, ¿cuál de ellos quieres ser?

domingo, 5 de septiembre de 2010

Inercia, día, noche, amor, guerra y certezas.

La vida da tantas vueltas que a veces resulta normal marearse, otras veces, el mareo es tan fuerte que mantenerse en pie es una meta, más que un estado natural. La noche y el día son así, una relación desigual, una relación fatal entre ellos. La gente como yo deja que el alma se le desdoble en dos. No sabría decir si el alma lógico está en mí por la mañana cuando el sol aparece o si es en ese momento cuando me abandona, está claro que no sé lo que quiero, pero el orden del día parece confiar una sujeción con alfileres a los pensamientos desatados de la noche. Porque la noche es así, en mi caso: ilógica en las decisiones pero sabia en lo que se refiere a sentir. La noche me hace volar, ser otra, mezclarme, alejarme de la seria, de la que camina con prudencia sobre la línea divisoria. Por la noche, voy marcando paso campo a través, no necesito nada, ni siquiera tu aprobación, no necesito pensar en lo que pensaré mañana porque simplemente lo sé. Mañana me sentiré perdida, ataré cabos, y seguiré estando perdida. Mañana buscaré la manera de arreglar los puentes de cordura que destrocé a sangre fría. Lo que no puedo evitar pensar es ¿quién de las dos es la real? La que vive o la que sobrevive. ¿Quién es la real?

Siento que realmente una hace que la otra sobreviva, a veces se regalan flores, a veces se odian, pero se dejan atraer mutuamente. Se llaman de manera instintiva, como por vibraciones bajo el suelo. Se alimentan mutuamente, a veces tienden a llegar hasta los extremos. Se miran a los ojos: una sobre la lona del ring, la otra en una esquina, amenazante y abatida.Porque son lo mismo. Una de ellas se llena de tatuajes y se pinta los labios de rojo, mientras muestra sus dientes; la otra se pone un vestido que ondea como una bandera multicolor. La primera es violenta en sus actos, actúa como si la inercia la ahogara, te muerde si es necesario . La segunda te observará callada, es la pacífica, confía en el pensamiento, aparta pequeños cantos rodados de la vía de un tren que no debe descarrilar. A veces una domina a la otra y así es como pasa el tiempo, viviendo juntas dentro de un cuerpo que funciona por miedo o por inercia, pero que igual sigue caminando.

Respira y camina. O bien grita y camina. Porque algún día serán amigas y no solo inseparables como ahora y nunca más serás libre. El cuidado y las certezas absolutas se irán peinando un camino lleno de bifurcaciones. Tienes todo el sendero que necesites, así que por favor, camina con fuerza, para que se escuche en el viento que pasaste por este mundo. La inercia y las certezas se darán la mano en cualquier momento.

domingo, 29 de agosto de 2010

Un Verano en veintiún días.

Haz un viaje estúpido, no te olvides de besar a alguien especial, siéntete perdida para encontrarte. Echa de menos lo que ahora desconoces, llora al volver a casa, compra algún regalo estúpido para tu hermana, abandona el verano unos días si es necesario, sonríe cuando hayas perdido la manera de volver a casa, pierde alguna noche sin dormir, siente cuando toca, hazlo, y entonces cuando llegue el otoño podrás decir que has tenido un buen verano. Podrás decirlo y sentirlo, porque siempre estarás extraña en el lugar al que perteneces, siempre sentirás que dejaste una parte de ti, una parte que pesaba demasiado para ir en tu maleta, siempre sonreirás al ver las fotos, siempre serás parte de un buen recuerdo en una ciudad lejana e infinita de tu cabeza. Será tuya, tu recuerdo, una parte de ti, y de mí.

lunes, 16 de agosto de 2010

Tiempo de volar. Cambiar y decidir.

Estaba perdida en un lugar desconocido, cuando encontré la frase que necesitaba leer. Siempre él, mi poeta preferido, tiré zapatos y ropa para que su libro pudiera ir en mi maleta. No sé ni qué parte, de qué página, de qué momento, no lo sé, leí: romped el desamor antes de que os muerda el odio.

A mí ya me había rozado la primera parte, a él, demasiado cómodo en lo que creía un designio divino el muerdo del odio era la única respuesta que se le ocurría. Y ahora tocaba esperar, elegir o decidir parecía ser lo peor que yo podía haber hecho.

Entonces comprendí en qué momento, a partir de qué parte yo le pertenecía. Yo le pertenecía desde el mismo momento en que le había elegido, el día que vi que el amor no era aquello, le seguía perteneciendo pero mis decisiones parecían ser erráticas y ridículas como si fuera un niña corriendo por la carretera.

Habían pasado menos de treinta días, yo tenía el pelo más largo, en esta ciudad hacía más frío y él estaba tan lejos que empezé a quererme a mí por encima de todo. Gracias a Goytisolo.

domingo, 8 de agosto de 2010

Lo llaman sed.

A mí también se me olvidaron muchas cosas.
Olvidé cómo te llamabas, quién era yo.

Empezé a habitar en un cuerpo que no era mío
pero tuve suerte
abrí los ojos una mañana y me encontré en otros ojos, seguí caminando de espaldas a mis dudas.
Y el silencio llevó a la soledad más fea, luego a la más bonita y ayer comprendí que solo tenía hambre de piel.

Nuestra única certeza es que los pájaros volverán a pesar sobre los tejados y los árboles.

Lo demás da igual, si todo carece de sentido, mira ahora las nubes, verás nuevos edificios donde antes estaba tu hogar.

Camina sobre tus piernas, consciente de tus manos y de donde miran tus ojos.

Al final solo te quedará eso, una ciudad llena de árboles ardiendo y un cuerpo con hambre de otros.

lunes, 19 de julio de 2010

Salsa de tomate, amor.

Con la tierra pegada a mi piel, vi por primera vez la luz del sol. Algo que parecía un brazo, una rama me sujetaba desde arriba, desde el centro de mis pensamientos. La fina película que me cubría se había tornado del mismo color que mi corazón. Mi recolección era una cuestión a la que me asomaba frenético y perturbado. Creo que no es el momento de decir quién, o cómo soy sino qué soy. Pues bien señores y señoras, yo soy un tomate.

Como cada día los pasos de Lola se hunden con calma sobre la tierra húmeda, madre de todos nosotros. Lola pasea entre las tomateras, y solo se detiene ante los sanos tomates rojos que se distinguen como lunares sobre la extensión verde de plantas. El tamborileo de sus pasos se detiene y con vergüenza me empiezo a sentir observado, y si un tomate es notorio imaginen un tomate gordo y ruborizado. Se acerca a mí, y con una ceja levantada me mira. En ella hay algo maternal, en segundos siento más apego hacia ella que a la mano verde que me sujeta y que impide que me estrelle contra el suelo. Su brazo se adelanta, yo incluso tiemblo, sus yemas se hunden lentamente en mí, tira hacia abajo de mi cuerpo, y conmigo en su mano me deposita suavemente sobre los demás tomates como si fuera un insecto sobre una hoja.

Ha pasado un rato, ahora estoy en un lugar cerrado, con techo, me pregunto dónde estará el sol dándome calorcito. Lola mira el reloj de poco en poco, mira su teléfono, mira hacia la puerta, respira agitadamente, bebe agua una y otra vez, está que se sube por las paredes. Llaman a la puerta, ella contiene la respiración un segundo, se mira en un espejo que lleva en el delantal, se limpia unas manchas de barro que le produjo un tomate suicida y corre a abrir. Es Mario, el cocinero, un tonto que no se da cuenta del amor que alguien le profesa en esa casa. Con unas palabras escasas, entrecortadas, de educación los dos adultos se dirigen a la cocina.

Ahora ha llegado el momento de que me preocupe por mi futuro. Porque ya que alguien me escucha no me gustaría mezclarme con mis parientes en una salsa de tomate frito, una botella de Ketchup o un Bloddy Mary. Sin embargo no estaría mal conocer a una lechuga en una ensalada, o una lubina que me contara cómo es el océano. Bueno, volviendo a estos dos, van y vienen por la cocina intentando, ahora lo digo sin reservas, que no se note que se aman, ni se rozan, ni se acercan, casi ni se miran, con lo que yo daría porque alguien me quisiera. Si consiguieran tener un contacto mínimo, una caricia de las manos de Lola, un soplido de Mario. Tengo un plan para no ser olvidado.

Amontonado entre los demás, la tabla de cortar se alza como una guillotina mientras el cuchillo desmenuza a mis compañeros, organizándolos en cuencos de colores para la comida. Mario me agarra, me sujeta con decisión pero justo en el momento en el que casi estoy rozando el cuchillo me escabullo hasta el bolsillo de su mandil. Ahí bien resguardadito, le oigo gritar. Lola corre preocupada a curarle, y por fin se tocan, se miran de cerca. Por fin, Mario dice “este tomate no se me va olvidar en la vida”, y Lola dice “a mí tampoco”. No quiero ser cotilla, pero han quedado para cenar
.