lunes, 15 de noviembre de 2010

Divagación automática


Ella siempre ha sido la típica persona que tiene novios. Yo sin embargo no. Ahora me pregunta que qué es la marca de agua. La marca de agua, la pequeña impresión que es prácticamente transparente y que sin embargo dice tanto. La marca de agua es posesión, el poder decir esto es mío. Prestarlo, imprimirlo y prestarlo. Marca de agua. Así funciona todo, es como una película transparente, sutil, que se va imprimiendo sobre la piel del corazón, finas capas de plástico que son como marcas de agua, pegatinas muy finas. Señales de posesión, aunque solo sean a recuerdos.


Luego están las ruedas de las bicis. Son como el corazón. El corazón: saborea la palabra. El primer día que tuve clase en la facultad me dijeron que el corazón no existía. Un órgano, un músculo, una conjunto de sangre, carne, y en definitiva células nada más. Es algo que nunca he llegado a creerme por mucho cariño que le haya cogido después al profesor que me lo dijo. Es imposible. El corazón como un concepto que aparezca en el diccionario, un concepto frío, inhumano. Qué vas a saber del cariño o de la ira si lees un diccionario. Nada. El baluarte de la sabiduría se cae con todo el equipo. Y el corazón, existe. A lo mejor solo nos referimos a la reacción de muchos órganos, de las decisiones de unas células de hacer tal o pascual pero existe. El corazón es ilusión, imaginación, una rueda de bicicleta, el aire varía claro.


Maldito corazón salvaje. Ese es el estribillo que no se me va de la cabeza. El corazón salvaje, el que siempre siente y luego piensa. Así nos luce el pelo, que diría mi abuela. Luego está el tema de las ruedas de las bicis. Por la vía por la que va la bicicleta hay clavos, cada cierto tiempo, dependiendo del tramo. La rueda se pincha, le pongo un parche y continúo. Otro clavo desgarra la goma unos centímetros más alla del parche. Lo arreglo y sigo pedaleando. El tercer clavo une las dos heridas, y la rueda se deshincha. Entonces hay que parar y arreglarlo entero de lo contrario, el camino no continuará. Así funciona todo. O lo arreglas o irá creando una erosión, una grieta que con cada cambio de viento será más profunda. El mío es salvaje, mi rueda tiene dientes en algunas partes y en otras es más débil que el papel. Es salvaje y estepario, como la canción. Es estepario, por la soledad o la frialdad, ninguna de las opciones parece fácil, ni bonita. Y quizás no sea estepario, sino solo salvaje. No lo sé. Tampoco hay que hacer mucho caso a las canciones ni al diccionario. Pero la culpa es nuestra, totalmente, y de nadie más. Parece que a cada segundo le buscamos una explicación o una definición. Por eso fracasan tantas cosas, por que creemos que todo es igual y solo es parecido. Es decir, de qué sirve que lo llamemos novio, amigo, rollo, de qué. Hay cosas más importante: la relación entre dos personas, sin conceptos que lo aten. Amanda se enfada porque su novio no la ha llamado al despertar, Lucía llora y ríe porque él le ha regalado una flor. Todo es parecido, pero nada es igual. Hay está todo el juego. La apuesta empieza en lo inesperado, en lo indescifrable aunque la incertidumbre nos mate, nada está escrito.


Ella es de esas personas con el corazón tranquilo, yo de esas otras que lo tienen salvaje.

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