jueves, 12 de septiembre de 2013

Denominaciones ciegas.


CUESTIÓN DE POESÍA.

Se acercan padre e hijo a la tribuna. Tras el cristal, numerosos objetos brillantes rescatados de una sinagoga alemana de los años treinta. La pareja tiene pegada a la vestimenta todo su origen y tradición. Resaltan entre todos los visitantes por el hecho de que no llevan mochilas o pantalones cortos, en cambió son historia viva del museo en que nos encontramos. Visten como muchas otras de las personas de las paredes. Su traje de negra pulcritud, su
sombrero, y dos largos tirabuzones cubriendo las orejas por mandato bíblico. Son el pueblo elegido. Estamos en el Museo de la Guerra, y por extensión el museo del Holocausto.

Hoy es veintisiete de enero, por ejemplo, un día más. Un día que la ONU designó como: “Día Internacional de Conmemoración Anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto”. Un día más, por tanto. Considero que todos los días deben ser igual de conmemoradas las víctimas de la masacre o de
cualquier otro asunto. El motivo por el que se eligió este es porque hace hoy 66 años exactamente se abrieron las puertas de aquel lugar bautizado como Auschwitz. Aquel lugar donde había muerto para siempre la poesía, como diría Teodoro Adorno.

El pueblo elegido, había sido de nuevo vapuleado en aquella situación desquiciada de principios de los treinta. Europa había enfrentado a otro conquistador con una historia poblada de traumas infantiles y decadencia mental. Como de costumbre los que menos habían dicho más pastel se habían visto obligados a comer. El pueblo alemán fue otro gran damnificado: ellos eran los verdugos bajo la mirada acusadora internacional, más culpable incluso. La feria nazi se saldó con millones de personas muertas, otras tantas perdidas, otras tantas rotas, y el extraño sabor en la boca de “que esto no debería haber pasado”. Y bueno, otra rememoración en la puerta del Museo de la Guerra, un gran “Cambia tu vida” en un rostro demacrado sobre un pedazo del muro de Berlín.

El paso del tiempo nos ha demostrado que a menudo, los enfrentamientos en los que entra en conflicto la religión, se saldan con una gran cantidad de personas que se aferran a ella de manera inuscitada. Al Qaeda consigue crear un grupo ultracatólico con sus actos, la guerra de los Balcanes se salda con amigos croatas locos por ver Lourdes o Fátima, o la II Guerra Mundial con personas que se autodenominan judíos y nada más. Ni zapateros, banqueros, profesores o militares, mujeres u hombres, ellos ante todo judíos. ¿La consecuencia ha sido el Estado de Israel?


Victimas o verdugos: palabras y denominaciones ciegas. ¿Cómo mirarían aquellos hombres que abandonaron Auschwitz un día de enero, lo que sucede ahora entre Cisjordania y Gaza? Este es otro conflicto en el que la religión está tomando un relieve innecesario. Saudíes, libaneses, iraníes, todos contra los visitantes que abusan de los palestinos. Cada vez más, el asunto se torna religioso. Tal vez dentro de sesenta y seis años un padre se acerque con su hijo a una vidriera repleta de tierra palestina, con una foto de Arafat, y un pañuelo en blanco y negro. Y todo para qué, tendremos otro día de las víctimas palestinas, y no habrá nada más que mal sabor de boca para los que vengan detrás. ¿Cuántas veces se repetirá esta historia? ¿Cuántas veces más morirá la poesía?

lunes, 29 de julio de 2013

La tragedia.



La tragedia golpea siempre en verano. Golpea, invade y permanece. Es como una extraña ley: las revoluciones son en primavera las tragedias esperan al verano.

Así fue como a las siete vi a mis dos amigos en la estación de tren. Apenas unas doce horas antes había descarrilado un tren en Santiago, una ciudad que de milagro no había sido nuestro destino. Volvía a despuntar el amanecer como si nada hubiera pasado. Mis amigos sonreían medio adormilados y yo solo podía pensar en si hacía bien al marcharme.

La tragedias nos había invadido apenas un mes atrás a nosotros, y ahora seguíamos haciendo de tripas corazón pensando que el cáncer no era tan malo, que podíamos continuar y que el "paso a paso" nos mantendría vivos. Mi hermana tenía su próxima prueba en Madrid en apenas veinticuatro horas.

El tren salió hacia el norte, el revisor tenía cara triste y la mayoría de los pasajeros  miraban pasmados por la ventana, aún nadie tenía las narices de quedarse dormido. Los intercambios de palabras eran del tipo: ¿Cuántos van ya? Setenta, setenta y cinco, setenta y nueve. A nadie le importaba la hora, ni el sol dorado que atravesaba Castilla como un día más de verano.

Como nudo en la garganta todos los que pierden la vida, como un estallido en el pecho todo el dolor de las familias que piensas podrían ser la tuya. La tragedia es aleatoria y arbitraria. Tremendamente despiadada y salvaje. Es ahí cuando te sientes terriblemente humano. Es ahí cuando ves lo grande de los que te rodean, es ahí cuando Dios te avisa, te despierta y te maltrata. Es después cuando ves las cosas sencillas de la vida como algo precioso, es el mismo lugar en que lo mundano se hace aire del que puedes agarrar. El lugar exacto en el que respirar parece algo que haces de vez en cuando. Es ahí cuando tu felicidad cambia las prioridades, ahí mismo. Ahí cuando el aliento empieza a fallar.

La tragedia es así, completamente indolente y salvaje. Completamente cierta. Es como crecer diez años en un segundo. Es dar las buenas noticias varias veces para hacerlas más presentes, hacerte amiga de baños de bares donde los recuerdos golpean y la verdad se yergue completamente trasparente y completamente nueva. Donde la felicidad cambia a un estado sólido.

Ahí cuando empiezas a ver todo lo bueno como algo completamente claro porque para lo malo ya hay tiempo.

La tragedia golpea, pero la esperanza también.
Amemos la vida porque lo de que es corta es cierto y eso en gran manera la hace tan maravillosa.






miércoles, 17 de abril de 2013

Completamente desnudos.





DESNUDOS

Blanco, gris y negro
Despertó sobre la acera completamente desnuda. Abrió los ojos tumbada sobre la acera por segunda vez aquel día. Despertó en la calle y era su segunda oportunidad en la tierra. Su mirada perdida y desnuda fue inmortalizada por una cámara y de aquella mujer no se supo nada más.

Hace tres años el planeta se cobraba la existencia de miles de personas y con su rugido arrasaba toda forma de vida. Hablamos de Haití claro está. Donde antes estaba un precioso país de piel negra, ahora encontramos solo un animal que continúa herido tras el seísmo que lo sacudió. Sobre su tierra ahora una mezcla de polvo, humo y miedo. Bajo su tierra, los cientos de esqueletos sin nombre sólo vivos en el pensamiento de los supervivientes.

Todo blanco, las chabolas también, sobre todo las chabolas. Pero no es níveo, límpido o puro, es asfixiante. El blanco de la pobreza más absoluta, el color bajo el que ahora viven cerca de un millón de personas.

El segundo color predominante es el gris. El color gris del hormigón migado y esparcido por doquier como si un tortazo indolente hubiera decidido acabar con todo rastro de civilización. La misma catedral entre los dos colores cobija un año después a los fieles que aún hoy miran con esperanza al cielo. Un cielo azul que pueden ver porque el terremoto se llevó todo el techo del lugar.

Y el color negro. El chocolate caliente de la piel de los supervivientes, el color de los muertos. El color de la vida, el color negro. Porque los haitianos son así, consiguieron la independencia los segundos, han sobrevivido a cosas peores, luchan por su futuro, y rezan por su presente. El color negro, el color de la vida.

Vicent Van Gogh decía que el color es un juego entre nuestros ojos y nuestro cerebro. Según el pintor, la selección de un color únicamente estaba relacionada con el sentimiento que nos inspirara. Sin embargo, nadie se ha tomado la molestia de recolorear el país, el baile de cifras continúa, y el festín burocrático se reafirma. Ahora empieza el juego político, lo fraudulento, y en nada, el ostracismo internacional. El color negro vive bajo el blanco, y el gris sigue poblando las aceras. Ante un país desnudo y herido que intenta recobrar la compostura atrapando bocanadas de aire corrompidas de polvo.


martes, 26 de marzo de 2013

La rendición.


La rendición llega, como un humo oscuro y espeso que todo lo invade.
Llega como si no hubiera más por lo que sonreír en el mundo.
La rendición se mete en tus pulmones y los aplasta, comprime e invade.
Es pura invasión, invasión lenta, silenciosa pero terrible.
Terrible porque a su paso no deja nada, como sal entre margaritas.
Como frialdad, agua fría sobre corazón caliente.

La rendición. 
A veces llega pesada en lágrimas turbias y contundentes. 
De las que no avanzan: resbalan como si cualquier otro oficio fuera una ofensa.
Y se mezclan con tierra, maquillaje, lluvia, la nuez en tu garganta.
Parece que las lágrimas pudieran labrar camino hasta arañar el fin del mundo.

Y lo que invade no es una pérdida de fe, ni de ilusión.
Ni siquiera resulta un asunto de hastío, es pura rendición.
Y es ahí cuando las mariposas se han convertido en agrios gusanos que taladran cada
pedazo de fe como si se tratara de papel de fumar. 
Y su avance es silencioso. Indolente. Sincero. Sincero tal y como cae la noche grave de verano.

Y de pronto, imaginas que todos los deseos se han volatilizado antes de haber sido esculpidos al aire.
Y de pronto, te sientes vieja, anciana, muerta. Demasiado poco para sobrevivir otro día.
Y el alivio aún no ha llegado porque lo que llamabas amor respira como si tuviera los pulmones llenos de piedras. Respira, sientes que se apaga pero aún no sabes cuánto tiempo durará su triste y silencioso paso por el mundo.

Cold Play canta su when-you-love-someone-but-it-goes-to-waste
y es como si algún hueso hubiera decidido desprenderse de ti.
Porque entonces comprendes que no va a haber nada, que se malgastará.
Que la zozobra, la ilusión, aquella alfombra mágica se diluye entre los dedos.
Y es entonces cuando llega.
Rendición.



La rendición de Elvis, hubiera sido mucho más apropiada. :)
Imagen procedente de Getty Images **