martes, 26 de marzo de 2013

La rendición.


La rendición llega, como un humo oscuro y espeso que todo lo invade.
Llega como si no hubiera más por lo que sonreír en el mundo.
La rendición se mete en tus pulmones y los aplasta, comprime e invade.
Es pura invasión, invasión lenta, silenciosa pero terrible.
Terrible porque a su paso no deja nada, como sal entre margaritas.
Como frialdad, agua fría sobre corazón caliente.

La rendición. 
A veces llega pesada en lágrimas turbias y contundentes. 
De las que no avanzan: resbalan como si cualquier otro oficio fuera una ofensa.
Y se mezclan con tierra, maquillaje, lluvia, la nuez en tu garganta.
Parece que las lágrimas pudieran labrar camino hasta arañar el fin del mundo.

Y lo que invade no es una pérdida de fe, ni de ilusión.
Ni siquiera resulta un asunto de hastío, es pura rendición.
Y es ahí cuando las mariposas se han convertido en agrios gusanos que taladran cada
pedazo de fe como si se tratara de papel de fumar. 
Y su avance es silencioso. Indolente. Sincero. Sincero tal y como cae la noche grave de verano.

Y de pronto, imaginas que todos los deseos se han volatilizado antes de haber sido esculpidos al aire.
Y de pronto, te sientes vieja, anciana, muerta. Demasiado poco para sobrevivir otro día.
Y el alivio aún no ha llegado porque lo que llamabas amor respira como si tuviera los pulmones llenos de piedras. Respira, sientes que se apaga pero aún no sabes cuánto tiempo durará su triste y silencioso paso por el mundo.

Cold Play canta su when-you-love-someone-but-it-goes-to-waste
y es como si algún hueso hubiera decidido desprenderse de ti.
Porque entonces comprendes que no va a haber nada, que se malgastará.
Que la zozobra, la ilusión, aquella alfombra mágica se diluye entre los dedos.
Y es entonces cuando llega.
Rendición.



La rendición de Elvis, hubiera sido mucho más apropiada. :)
Imagen procedente de Getty Images **







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